Los poemas del Che
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Desde niño, Ernesto “Che” Guevara padeció asma. Su madre le enseñó a leer en casa porque no podía ir a la escuela regular a causa de la enfermedad. Pasaba largas temporadas en cama y cuando se sentía bien jugaba enérgicamente. Desarrolló, como cuenta Paco Ignacio Taibo II, “una cierta fascinación por el peligro”. En esta infancia, entre la intensidad y la mala salud, Ernesto se convirtió en un lector apasionado. De chico se emocionaba con las novelas de aventuras de Dumas, Emilio Salgari y Robert Louis Stevenson. Le encantaban Cervantes y Julio Verne. Ya joven leyó a los filósofos y pensadores que fortalecieron su visión política. Pero en el mundo de la literatura, el Che sintió siempre una inclinación poderosa por la poesía.
En la extensa biografía sobre el líder revolucionario, Taibo continúa: “Lee Las uvas de la ira de Steinbeck. Lee a Mallarmé, Baudelaire, Engels, Marx, Lorca, Verlaine, Antonio Machado. Descubre a Gandhi, que lo emociona profundamente. Sus amigos lo recuerdan recitando. A Neruda, desde luego, pero también a poetas españoles. Una cuarteta lo persigue: ‘Era mentira / y mentira convertida en verdad triste, / que sus pisadas se oyeron / en un Madrid que ya no existe’”. Cuando capturaron a Guevara, la CIA se apoderó de unas agendas que contenían el famoso “Diario del Che en Bolivia” y entre las pertenencias descubrieron un cuaderno verde. No le dieron la misma importancia porque traía poemas transcritos por él de cuatro grandes y admirados autores: Pablo Neruda, León Felipe, César Vallejo y Nicolás Guillén.
Pruebas sobre la profunda pasión del Che hacia la poesía sobran, aunque no muchos conocen su trabajo como poeta. Con timidez, se animó a escribir versos que no publicó. Quizás algunos lectores se imaginen una obra panfletaria con poca validez lírica, pero hay mucho más en los poemas. Taibo agrega que “El Che entendía que su poesía era algo privado. Cuando en otra ocasión Pardo Liada amenazó con publicar o leer por radio un poema suyo, El Che lo amenazó en broma con el paredón”.
La revista El Grito compartió algunos versos: “El mar me llama con su amistosa mano. / Mi prado –un continente– / se desenrosca suave e indeleble / como una campanada en el crepúsculo”. En esta imagen es evidente una sensibilidad para el juego de la palabra, el entendimiento del lenguaje y la inquietud por hablar. En otro poema escribe: “y sé entonces que jamás besaré el alma / de quien no logre llamarme camarada… / Sé que los perfumes de valores puros / llenarán mi mente de fecundas alas, / sé que dejaré los agnósticos placeres / de copular ideas sin funciones prácticas”.
Muchos nombres figuran en los gustos literarios del Che. Rubén Darío, Juana de Ibarbourou, José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda, los poetas franceses y más. En una fotografía aparece tumbado fumando un puro con un libro abierto que dice “Goethe”. Insistía en que para hacer la revolución era necesaria la cultura: “expliqué que nuestra misión, por sobre todas las cosas, era formar el núcleo ejemplo, que sea de acero, y por esa vía expliqué la importancia del estudio, imprescindible para el futuro”, determina en su diario.
Ernesto “Che” Guevara, el nacedor, como le llama Eduardo Galeano (“cuando más lo insultan, lo manipulan, más nace”) nos regala otra ventana con su poesía, que como él sigue al pie de la revolución: “Y sembrada en la sangre de mi muerte lejana / con raíces mudables bajo un tiempo de piedra, / ¡Soledad!, flor nostálgica de vivientes paredes, / Soledad de mi tránsito detenido en la tierra”.