Sorolla, maestro de la luz, pintor de la vida, a un siglo de su natalicio
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Se cumplen cien años de la muerte del pintor valenciano más universal, Joaquín Sorolla Bastida, el 10 de agoto de 1923, en su casa de Cercecilla, localidad de la sierra madrileña, pero su obra -más de 2.200 cuadros y dibujos- permanece eternamente viva
Según escribió el poeta francés Paul Claudel “la vida es una gran aventura hacia la luz, porque donde hay luz, hay amor por un mundo de posibilidades”, una afirmación que parece hecha para Joaquín Sorolla, el pintor que hizo de la luz, de la vida, el eje central y la razón de su pintura.
La búsqueda de la vida -y el plasmarla en sus lienzos- a través de la luz y el color fue la gran protagonista de su pintura, satinada por el brillo y la brisa de las playas y el paisaje de su tierra valenciana. Como se dice con toda precisión: en su pintura brota toda la luz del Mediterráneo en cada pincelada.
Cuando hablamos de Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia 1863- Cercecilla, Madrid,1923) nos viene a la mente sus pinturas vivas, luminosas, costumbristas, tan vibrantes como coloristas, una pintura que va cambiando de temática pero donde permanecen inamovibles tres elementos que serán inalterables a lo largo de toda su obra: la luz, la brisa y la gente, es decir, la vida. Donde todo está tratado con un profundo cariño por todos esos tipos humanos que en sus lienzos aparecen, personas reales, de todas clases sociales, que le rodean en su día a día, en su cotidianidad, y a los que parece incluso fuéramos a oírles hasta respirar entre el bullicio de sus quehaceres, justo en ese preciso momento en el que la mirada de Sorolla los inmortaliza con toda la humanidad y delicadeza posibles.
El artista valenciano capta esas encantadoras escenas estivales de playa, de pesca o de baño que todos evocamos al oír su nombre. Son las costas de su querida Jávea (Alicante) las que le emocionan, los paisajes marítimos de Valencia rodeados de vida, el pintor se sintió cautivado por aquel litoral quebrado por cabos, acantilados, barrancos, islotes y calas con las inmensas aguas de un mar de mil colores, del que tanto disfruta su gente.
DIFÍCIL DE CLASIFICAR
Difícil de clasificar dentro de una única etiqueta estilística, su obra si bebe de muchas de ellas: realista, costumbrista, impresionista, postimpresionista, simbolista, “luminista”...
Lo que prevalece en Sorolla como decimos es un trato magistral de la luz, del color y del encuadre, tan personal como único. Único porque si en una primera visión de su pintura nos conduce al impresionismo -esa pasión por reflejar el instante-, al poco se desmarca de él con sus aportaciones personales como la pincelada más larga y sus colores, tierras y negros, mezclados en la paleta, no en el lienzo. A lo que se suma el gusto por reflejar temas de índole social y realista, elementos que le distancia del impresionismo parisino.
Pero Sorolla -con una obra de más de 2.200 pinturas y unos veinte mil dibujos y bocetos- además de sus marinas, escenas de playas y bañistas tan conocidas; fue un magnífico retratista y un singular captador de escenas costumbristas. Su prodigiosa memoria visual le permitió adoptar una de las premisas del impresionismo: captar instantes efímeros, íntimos y fugaces, que él convirtió en eternos.
Como retratista alcanza un éxito considerable, no paraba de recibir encargos de todas las figuras más relevantes de distintos ámbitos sociales, intelectuales, científicos y políticos del momento. Al mismo tiempo, el pintor junto a su familia, su mujer y sus tres hijos, pasaban los veranos en Jávea, donde no dejaba de pintar, marinas, escenas de playa... nadadores, niños en la orilla o barcos de pesca se convierte en una constante, dando lugar a obras como El sol de la tarde, de 1903 considerada por el propio pintor como su mejor lienzo.
Pero su pintura también “navega” desde el hilo narrativo puramente identitario, es decir, pegada a la tierra, a la suya, a lo que nos es propio, su gente, su paisaje, el entorno, eso que se llamó costumbrismo.
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HISPANIC SOCIETY OF AMERICA
En 1911 la Hispanic Society of America de Nueva York, una de las fundaciones más reconocidas en la difusión de la cultura española en América, le encarga catorce paneles para decorar una de sus salas.
El pintor asume la ingente tarea con entusiasmo y realiza una serie de pinturas, donde se reflejan escenas de las distintas regiones españolas. Sorolla definirá este trabajo Visión de España como “la obra de su vida” y le dedicará todo el esfuerzo de sus últimos años.
En 1920 termina el monumental encargo para el que recorrió todas y cada una de las regiones españolas. El proyecto fue tan titánico que el exceso de trabajo y los viajes acabó afectando a su salud. No llegó a ver su obra expuesta en Nueva York. En junio de ese mismo año mientras pintaba el retrato de la esposa de su amigo, el escritor Pérez de Ayala, sufrió un derrame cerebrovascular del que no se recuperaría y que le dejó casi paralizado, totalmente dependiente, con fuertes dolores y sin poder pintar.
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Sorolla no podía vivir sin sus pinceles. Murió el 10 de agosto de 1923 en su residencia de Cercedilla, localidad muy cercana a Madrid, donde pasaba largas temporadas. Su casa-museo con un bonito jardín andaluz se encuentra en el que fue su hogar en la capital madrileña, en la calle de Martínez Campos en pleno barrio de Chamberí.
En las décadas siguientes, la euforia de las vanguardias artísticas, el surrealismo, el cubismo, y las nuevas escuelas pictóricas harán que la obra de Sorolla pase a un discreto segundo plano.