Bertrand Tavernier, conocido por la películas La vida y nada más, muere a los 79 años
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El director de cine francés Bertrand Tavernier falleció este jueves a los 79 años en Saint-Maxime, Francia.Tavernier, un auténtico enamorado del séptimo arte, nos deja su legado en una treintena de películas que han sido reconocidas a nivel internacional.
El cineasta francés Bertrand Tavernier, un auténtico enamorado del séptimo arte conocido por películas como "La vida y nada más" y "Hoy empieza todo", falleció a los 79 años en Saint-Maxime (sureste).
Tavernier deja una treintena de películas que han sido reconocidas a nivel internacional con premios como cuatro César, el BAFTA en 1990 por "La vida y nada más", además de galardones de los festivales de Venecia, Berlín y San Sebastián. También fue laureado en 1984 en el Festival de Cannes en la categoría de mejor director, por "Un domingo en el campo".
El Instituto Lumière de Lyon, del que era presidente, anunció por Twitter "con tristeza y dolor" el fallecimiento del cineasta, realizador de 31 títulos entre largometrajes, cortos y segmentos de películas con varios autores.
El diario "La Croix", con el que colaboraba desde el año 2000, avanzó también la noticia de su fallecimiento sin precisar la causa, y alabó su carrera, su generosidad y su gusto por la cocina y la literatura.
Hijo del escritor Eric Tavernier, editor también de la revista literaria "Confluences", el joven Bertrand convivió desde niño con luminarias de las letras como Paul Eluard o Louis Aragon. Este último incluso vivió junto a la familia durante una temporada.
Tavernier se enamoró del cine cuando, siendo niño, fue ingresado en un sanatorio para curarse de una tuberculosis y nunca más se separó de ese amor de infancia.
Confesó en entrevistas que había elegido el cine para desarrollar una actividad artística diferente de la de su padre y tener su propio espacio personal.
Tavernier aseguraba que amaba todo en el cine y, por ello, además de realizador fue guionista, dialoguista y productor, incluso en televisión. También hizo documentales y antes de rodar películas dirigió un cineclub y fue crítico de varias revistas de cine, entre ellas la inevitable "Cahiers du cinéma".
Además, fue un divulgador en Francia del cine estadounidense a partir de la década de 1940, tanto de figuras consagradas como de realizadores de culto poco conocidos fuera de su país, y publicó varios libros de referencia sobre este tema.
Trabajó con todos los grandes intérpretes del cine francés de las décadas de 1970, 1980 y 1990, como Romy Schneider, Philippe Noiret, Michel Piccoli, Nathalie Baye, Isabelle Huppert, Jean Rochefort o Sophie Marceau, que le ofrecieron algunos de sus papeles más memorables.
Un enamorado del cine que llegó a ser una estrella
Francia perdió a una de sus más importantes figuras del cine, el director Bertrand Tavernier, que permaneció desde los doce años fiel a su amor de juventud, el séptimo arte, para el que creó más de treinta películas en las que defendió una cultura y un humanismo ya al borde de la extinción.
Ganador de cinco premios César y laureado en festivales internacionales como los de Venecia, Berlín o San Sebastián, Tavernier deja un riquísimo legado de cintas, con títulos como "Coup de torchon", "El relojero de Saint Paul", "Un domingo en el campo" o "La vida y nada más", entre las más sonadas.
Nacido en 1941 en Lyon, la ciudad en la que los hermanos Lumière crearon el cine, Tavernier era hijo del escritor y miembro de la Resistencia René Tavernier, que le inculcó el amor por las letras pero también una forma de vida de la que el cineasta huyó toda su vida y que motivó el trasfondo de muchas de sus películas.
Pero la relación fusional entre Tavernier y el cine comenzó cuando él tenía doce años y, enfermo de tuberculosis, tuvo que ser hospitalizado. El tiempo que pasó en cama lo invirtió en ver películas y leer libros, que han seguido siendo hasta su muerte, con 79 años, sus más grandes pasiones.
El cine fue también la manera de alejarse de la profesión y la sombra de su padre, fundador de la revista "Confluènces", aunque nunca se desprendió totalmente de la omnipresente figura paterna, cercana a intelectuales como Paul Éluard, Louis Aragon y Elsa Triolet.
"Mi padre dilapidó su talento. He hecho muchas cosas para diferenciarme de él: trabajo muchísimo y no me gustan las cenas en la ciudad", dijo en una entrevista al diario Libération en 1999.
Comenzó su andadura en el cine en los años 1960, como asistente de dirección de Jean-Pierre Melleville, mientras colaboraba con publicaciones ineludibles de cine como Cahiers du Cinema o Télérama, pero fue en 1963 cuando tuvo la oportunidad de rodar, por primera vez, dos pequeños cortos que lo convencerían de su afición.
Tardó diez años en lanzarse con su primer largometraje, "El relojero de Saint Paul", basada en la novela "El relojero de Everton", de Georges Simenon, que situó en un barrio de su ciudad natal, como muchos de los escenarios que utilizó en su obra.
Como director se desmarcó de las batallas internas de la Nouvelle Vague y mostró una ambición mucho más amplia al recurrir a todo tipo de estilos, como buen admirador del cine popular: comedias musicales, westerns, dramas policiales, películas de época...
APASIONADO DE LA ERA DORADA DE HOLLYWOOD
Era esa adoración por el cine, en mayúsculas, la que lo llevó también a trabajar como guionista, productor, realizador de documentales, crítico, actor y figurante en algunas ocasiones e incluso fundador de un cineclub.
En este último centro, quiso recuperar los títulos del cine estadounidense de los años 1940 y 1950 que no habían llegado a Francia. Esta inquietud por el cine estadounidense se convirtió en el libro "Entretiens avec les grands auteurs d'Hollywood" (en español, "Entrevistas con los grandes autores de Hollywood"), premiado en 1993 por la crítica de cine.
Este interés hollywoodiense se traspuso también en su película "En el centro de la tormenta" (2009), con Tommy Lee Jones, Mary Steenburgen y John Goodman en los papeles principales, inspirado también en una novela.
"Más allá del libro, lo que me sedujo es el deseo de conocer esta América que ignoraba, sumergirme en un mundo desconocido", dijo en una entrevista durante la promoción del filme.
Tavernier trabajó con todos los grandes intérpretes del cine francés de las décadas de 1970, 1980 y 1990, como Romy Schneider, Philippe Noiret, Michel Piccoli, Nathalie Baye, Isabelle Huppert, Jean Rochefort o Sophie Marceau, que le ofrecieron algunos de sus papeles más memorables.
El Instituto Lumière de Lyon, que dirigía Tavernier, dio junto a su mujer e hijos el anuncio de su muerte, que cayó con especial dureza en esa ciudad. Hasta el equipo de fútbol local, el Olympique Lyonnais, tuvo unas palabras para él.
"El cine francés pierde su memoria número uno", escribió en la emisora France Info otro francés que también ha trabajado en casi todas las facetas del cine, Claude Lelouch, quien lamentó una pérdida colosal para el cine nacional y un historiador incomparable en este arte, que hoy queda un poco más huérfano sin el carisma y la presencia de Tavernier.