La reina Isabel II del Reino Unido y de los otros Reinos de la Mancomunidad de Naciones falleció el 8 de septiembre de 2022 a la edad de 96 años y, mientras el mundo entero se pregunta sobre el futuro de la monarquía británica a manos del rey Carlos III, en México muchos se mostraron dolidos por la muerte de una mujer a quien encontraban ‘muy parecida a su abuelita’
Elizabeth Alexandra Mary fue una mujer británica, que nació el 21 de abril de 1926 en Londres, en el seno de una familia de posición social privilegiada, sin mayores expectativas que casarse con alguien de su mismo círculo para tener una vida tranquila y, sobre todo, discreta.
Sin embargo, las circunstancias la llevaron a ser una de las mujeres más famosas del planeta y a convertirse en una figura histórica.
El mundo la conoció como Isabel Segunda, por la Gracia de Dios, reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y de sus otros Reinos y Territorios, jefa de la Mancomunidad de Naciones, defensora de la Fe.
Ella fue, en términos estrictos, la segunda monarca de la historia que más tiempo permaneció en el trono. Mientras el rey Luis XIV de Francia reinó durante 72 años, 3 meses y 18 días, Isabel II lo hizo por 70 años, 7 meses y dos días, es decir, 25,782 días. Sin embargo, es importante aclarar que el soberano francés inició su reinado con tan solo 4 años de edad y su madre como regente, mientras que la británica ya tenía 25 años en el momento de su ascensión; así que todo el tiempo fue reina en pleno uso de sus facultades como tal.
Pero no nos perdamos en los números de la reina que ha roto casi todas las marcas y analicemos lo que ocurrió en México al momento de su muerte.
A nivel internacional, los mexicanos llamamos poderosamente la atención porque, en la hora que se reportó el deceso de la soberana, nuestro país ocupó en internet el tercer lugar mundial con más conversación sobre la reina Isabel y una tasa de 1.43 menciones por habitante, solo por debajo de Estados Unidos y, por supuesto, del Reino Unido, según el reporte de Human Connections Media.
¿Cómo es posible que un país en el que, se supone, se ejerce la democracia y que no pertenece a la Mancomunidad de Naciones, el tema del fin de un reinado británico sea tan importante para sus ciudadanos?
COLONIALISMO, CLASISMO Y UNA MADRE PERFECTA
Esto ocurre por varias razones, muchas de las cuales tienen que ver con la personalidad y las características psicológicas de los mexicanos.
Ya bien entrado el presente siglo, se nos olvida que nuestro país fue una colonia del Reino de España durante trescientos años. Desde entonces, en el inconsciente colectivo se quedaron grabados la obediencia y la veneración que le debíamos a un monarca europeo que dirigía nuestro destino, mientras moldeaba la cultura que nos imponía.
Por otra parte, y también heredado de la Nueva España, tenemos el clasismo de nuestra sociedad actual, hijo de aquel sistema de castas que clasificaba y separaba a españoles, criollos, mestizos, castizos, indios, mulatos y muchos otros. Esto hace que la reina y su entorno se conviertan en una especie de modelo aspiracional y admirable que permite a sus seguidores soñar con escalar en la pirámide social y ser “un poquito más nice”.
Por si todo esto fuera poco, somos un pueblo que rinde culto a “la madrecita santa” que se erige como el pilar de todo hogar. Los creyentes tienen incluso a la Virgen de Guadalupe. Por esto mismo, fue casi un impulso natural adorar a una sonriente mujer mayor de características muy específicas y reconocibles como su cabellera, tan blanca como la nieve, el vestuario en bloques de brillantes colores que siempre lucía impecable y, cuando la ocasión lo ameritaba, adornada con una fabulosa cantidad de diamantes y otras piedras preciosas cuyo valor podría ser el equivalente al de un edificio. Todo esto la convirtió en una especie de personaje diseñado por Hollywood, listo para el consumo de las masas.
Y así, México no tuvo más remedio que caer rendido a sus pies.
En concordancia con la fascinación que la reina Isabel ejercía, muchos presentadores, sobre todo de medios tradicionales, así como otros líderes de opinión, saltaron a sus plataformas para expresar su pesar por la muerte de la monarca, muchos de ellos incluso vistiendo de luto. La gran mayoría de ellos lo hicieron casi “en automático” sin cuestionar o hacer consciencia sobre las verdaderas causas que los llevaron a pronunciarse públicamente sobre la desaparición de la jefa de un Estado muy ajeno al nuestro.
Ahora bien, no es posible dejar de lado a otro sector de la opinión pública mexicana que se levantó, con la misma vehemencia que mostraban los que se lamentaban por la pérdida de Isabel II, para expresarse en contra de “esa monarca imperial y colonialista que promovía el clasismo, toleraba el racismo y vivía como sanguijuela de los contribuyentes británicos”. Esta postura también se entiende si partimos del hecho de que vivimos en una sociedad más polarizada que nunca; por cada adorador hay otro dispuesto a odiar con toda su alma. Irónicamente esto nos demuestra que la reina británica despierta pasiones en todos, para bien o para mal.
Por lo pronto, Isabel II tuvo un largo funeral, cronometrado minuto a minuto y planeado desde hace décadas, para terminar descansando al lado de su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, fallecido el año pasado a los 99 años de edad.
Y se queda el rey Carlos III sentado en el trono que ocupó su madre por muchísimos –casi demasiados– años, dejando en el aire la pregunta, ¿será capaz de sostener la monarquía británica y entregarla, vigente y relevante, a la siguiente generación? La respuesta podría no ser tan clara o automática.
Si bien es cierto que las generaciones más jóvenes parecieran estar más inclinadas a no creer en un líder por derecho propio, también es cierto que la maquinaria que sostiene a los reyes como jefes de Estado en Reino Unido está perfectamente aceitada y funcionando desde hace mil años. No se trata de algo que pudiera ser desechado por impulso, moda o capricho.
La estructura monárquica seguirá encontrando el modo de sobrevivir a pesar de un rey viejo y gruñón que ni siquiera tendrá la posibilidad de celebrar su Jubileo de Plata. Ese mismo rey que, a su muerte, entregará la corona a una deslumbrante pareja que se perfila para convertirse en las siguientes súper estrellas internacionales: los nuevos príncipes de Gales.