Arte en Saltillo: Avatares

Nuestro colaborador nos escribe sobre la exposición 3 Generaciones que cuelga en la galería de la SEC y habla sobre la producción de arte en la ciudad
I. Antesala
Hace un año solicité un “año sabático” en mi centro de trabajo con el fin de realizar una investigación que pretendía estudiar “el arte contemporáneo en Saltillo”. Como era de esperarse, el tema me rebasó por su enormidad.
Al solicitar una “prórroga” de ese “sabático”, ésta me fue negada por los funcionarios de la Secretaría de Educación de Coahuila, motivo por el cual dicha investigación quedó interrumpida supongo que para siempre.
Lo que transcribo enseguida es apenas un breve fragmento de la “introducción” a la que provisionalmente llamé “Preámbulo”.
Confieso que varias actividades culturales recientes pudieron enriquecer este trabajo, pero las responsabilidades docentes y laborales en general me impiden continuarla. Una de esas actividades es la organización y el montaje de una exposición de la que esperaba mucho más. Me refiero a “Tres Generaciones”, que aún puede verse en una galería oficial ubicada en la esquina de Juárez e Hidalgo.
En pocas palabras, de ella puede decirse que su museografía es bastante errática; la selección, tremendamente arbitraria (a pesar de las justificaciones); el texto de presentación -que el público puede leer en una gran mampara-, vergonzoso por su peregrina sintaxis y las ideas expuestas.
La obra de los artistas es otro asunto: la muestra nos da la oportunidad de ver, muy parcialmente, el desarrollo actual de la plástica en Saltillo, que aquí se inicia con la obra de los indiscutibles maestros Emilio Abugarade, Eloy Cerecero y Mercedes Murguía y desemboca en el trabajo exploratorio de Roy Carrum, Lilette Jamieson y Carlos Vielma, entre otros.

La exposición resulta decepcionante, repito, pero no por la calidad de la mayoría de las obras exhibidas, sino por la extrema parcialidad de la selección y la museografía. Parece increíble que esta institución haya desperdiciado la oportunidad de organizar una muestra colectiva que hubiese requerido de una investigación y de una reflexión de verdadera altura: ¿no se la merecían estos artistas?, ¿no se la merecen otros que debieron ser incluidos, como Élfego Alor y Grizelda Tamez, por mencionar sólo a dos de nuestros artistas más destacados? ¿No se pudo siquiera hacer fotocopias de una hoja de sala?
He aquí el fragmento de marras.
II. El Arte en Saltillo
Este texto no pretende ser una historia del arte contemporáneo en Coahuila, ni siquiera en Saltillo. El único propósito que lo rige es explorar, a través del gusto personal, la obra de algunos artistas que residen en esta ciudad capital y han desarrollado aquí su quehacer estético a lo largo de los años.
En este propósito incluyo la obra de artistas -saltillenses, coahuilenses, mexicanos o extranjeros- que han expuesto su trabajo en los espacios institucionales o independientes de la ciudad. Todos ellos han enriquecido, sin duda, la vida cultural de Saltillo.
Me propongo estudiar, muy modestamente, la obra de algunos pintores de diversas generaciones. ¿Para qué? La respuesta es simple: para mirar, a través de su obra y en su obra misma, el desarrollo del arte, y tangencialmente, de la vida es esta ciudad. Saltillo, como cualquier otra comunidad del mundo, tiene su propia historia y todo acontecimiento planetario, nacional o regional ha ejercido su influjo en el acontecer de la vida de sus habitantes.
Como semejante investigación representaría una tarea para mí inabarcable, me circunscribiré al tiempo transcurrido a partir de los albores del siglo XX.

Hay vestigios, en todo Coahuila, de lo que podríamos llamar “arte rupestre”, pero sería necesario todo un equipo de trabajo, un presupuesto y un tiempo suficiente -de lo cual no se dispone- para emprender el estudio del arte en Coahuila desde sus orígenes.
Estos orígenes, poco estudiados por los especialistas, están, de algún modo, presentes en el “alma” de los coahuilenses, de los saltillenses en particular y, evidentemente, en los artistas plásticos que han vivido y trabajado aquí, en esta capital, desde los inicios del siglo XX hasta este momento.
No creo que sea necesario recordar los grandes acontecimientos que han lacerado a la humanidad de entonces a la fecha. Su rastro aún permanece vivo en muchas naciones del mundo. México no es la excepción: el movimiento revolucionario, el porfirismo, la guerra cristera, la tecnificación del país, su entrada en la “modernidad” y sus consecuencias, el 68, la caída del muro de Berlín, la tecnología digital, la “transición democrática”, la guerra de Irak, el ataque a las torres gemelas de Nueva York, la guerra de Afganistán, las recientes matanzas mexicanas, como la de Tlatlaya y Ayotzinapa para no mencionar tantas otras, la oscura violencia actual y sus múltiples rostros…
Todo esto -ínfimo recuento nacional y mundial-, más los lastres que arrastramos desde hace siglos, hacen de México un país por desgracia “modélico”. Pero “modélico” en el peor de los sentidos.
De un tiempo a esta parte, cualquier acontecimiento planetario repercute en la vida del país más pequeño -o más grande- del planeta. ¿”Efecto mariposa”? Quizás. El nombre del fenómeno es menos importante que sus devastadores efectos.
Atravesando siglos y episodios de gran importancia para nuestro país, procuro que mi mirada y mi atención se dirijan al punto que me he fijado, pero sin olvidar ni dejar de lado un hecho medular: la historia oficial o “de bronce”, la petit histoire, la “otra historia”, los usos y costumbres, el zeitgeist, las ideologías, el volksgeist, las modas, las religiones y hasta el folklore constituyen ese inmenso “marco” dentro del cual el arte ejecuta su danza dialéctica y multiforme.

Me ocuparé sólo de algunos artistas: sería bastante ambicioso, como he dicho, pretender abarcar más en un trabajo tan modesto como éste.
En el arte saltillense puede tenderse un arco cuya primera punta descansa en un pintor emblemático: el maestro Rubén Herrera; el otro, en… aquello que Lipovetsky ha llamado “hipermodernidad”. ¿Quién representaría, aquí y en este momento, a esa “hipermodernidad”? No me atrevería a ofrecer un nombre…
Desde la emergencia del Dadaísmo; más tarde, del llamado Por Art, y después, del arte conceptual, del minimalismo y del arte que se nutre de la tecnología digital, los territorios del arte se han convertido en un páramo de arenas movedizas.
Eso es hoy el arte contemporáneo: un territorio en el que nada es seguro, los cánones que hasta los albores del siglo XIX –recordemos el Cubismo: Picasso y Braque, 1906- fueron considerados “clásicos” se han disuelto en una libertad ilimitada, y el mercado del arte, lo mismo que el público, permanecen a la expectativa, o bien, en el anacronismo o la indiferencia, respectivamente.
¿A qué llamamos “arte contemporáneo”? ¿En qué se diferencia el arte contemporáneo del “arte moderno”?
Este debate se inserta en uno mucho más amplio: ¿qué es “la modernidad”? Y para llevar las cosas al extremo, hay que formular una pregunta subsecuente: ¿a qué llamamos “posmodernidad”, según Baudrillard, y, según Lipovetsky, “hipermodernidad”? ¿Estamos ante un simple fenómeno de sinonimia? ¿Las nociones “posmodernidad” e “hipermodernidad” son sinónimas?
Para hablar del arte contemporáneo en Saltillo es necesario entrar un poco en este debate, así el propósito sea sólo el estudio somero de unos cuantos artistas residentes en -o que han pasado por- esta ciudad. No me gustaría dejar colgados de la nada a éstos últimos: todos ellos -y muchos otros de los que no me ocupo aquí- sobreviven en un contexto histórico que, de esta o aquella manera, “contamina” su obra y su vida.