Avándaro, parteaguas en la sociedad mexicana: Graciela Iturbide
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La fotógrafa expone las imágenes que captó de aquel ya lejano festival en 1971, en dos volúmenes publicados por la editorial Trilce y presentados en la FIL de Guadalajara
La sensibilidad puede ser mejor herramienta que el conocimiento: así le ocurrió a Graciela Iturbide en 1971. Aunque no le llamaba la atención el rock, logró tal testimonio gráfico sobre el Festival de Avándaro que se volvió un referente de la historia social.
Algunas de esas imágenes fueron publicadas el mismo año en el librito Avándaro, de Editorial Diógenes. Ahora Trilce Editores ha publicado Yo estuve en Avándaro, dos volúmenes con imágenes de Iturbide, además de textos de Federico Rubli, Luis de Llano y de la propia fotógrafa.
Estudiante de cine, en septiembre de 1971 Iturbide fue invitada por Jorge Fons y Luis Carrión al Festival de Rock y Ruedas de Avándaro. Iturbide comenta que a Déborah Holtz “se le ocurrió editar un libro con las fotos y un texto de Federico Rubli que sitúa el festival en su momento político. Yo tomé fotos, hice el librito que se hizo famoso y ahora sale esta edición de Trilce”.
¿Cómo fue estar en Avándaro?
Muy interesante, pero no fue una orgía ni un escándalo, como dijeron. Eran chavos fumando mota, pero nada de orgías ni nada. Para mí fue un instante muy interesante en el que pude captar otro momento de la vida de México que también me interesaba.
¿Cómo ve ahora este trabajo?
Hay algunas fotos buenas, por ejemplo la de la encuerada de Avándaro, que me tocó de casualidad porque yo estaba en una torre cercana y la fotografié. Aunque era mi primer trabajo, tuve la sensibilidad para captar a los cantantes y ciertos momentos cuando los jóvenes bailaban. Fue una sorpresa darme cuenta de que en ese momento los jóvenes estaban muy entusiasmados con el rock después del Festival de Woodstock. Sin embargo, a partir de ese momento se prohibió el rock.
La reacción de la prensa fue excesiva.
Escandalosa, porque no ocurrió nada de lo que decían los periódicos. Yo no vi nada de orgías. Era una fiesta de miles de jóvenes que oían a los grupos de rock, que bailaban, se besaban y dormían en el pasto. No digo que no fumaran mota. Fue interesante darme cuenta de que era otra realidad de México. En esa época yo trabajaba más bien en el campo, cubriendo fiestas indígenas, y este festival era otro tipo de fiesta, y también me interesó. Para mí fue un aprendizaje, porque yo no conocía ese mundo. Ahora me doy cuenta de que fue un parteaguas en la sociedad mexicana.
¿Cómo se portaron los jóvenes ante las fotografías?
Fascinados, nunca tuvimos ningún problema. La gente fue muy cooperativa, y con ese trabajo aprendí que había rock mexicano, que a los chavos les encantaba y que mucha gente entró sin pagar, porque el gobierno del Estado de México, a cargo de Carlos Hank González, dijo: “Déjenlos entrar”. Así que se metieron al río, se bañaron, comieron y escucharon música. Nos quedamos un día más porque yo le dije a Fons que quería fotografiar la desolación del paisaje. Una de las fotos que más me gustan es un cuate con su capa con el signo de la paz y que recogía basura.
¿Qué pasó con el material de Fons?
Es una lástima que la parte filmada no la tenga ni él ni se encuentre en ningún lado. Parte de ese material lo filmó para La verdadera vocación de Magdalena, la película de Jaime Humberto Hermosillo, pero el resto no saben dónde está.