Barrio de Chile: Un museo al aire libre

Vida
/ 4 agosto 2016

El novelista ruso León Tolstói decía que para pintar el mundo había que empezar por la propia aldea. Los vecinos de la población marginal de San Miguel, en la capital de Chile, se lo han tomado en serio y desde hace seis años luchan para revivir con colores esta olvidada comunidad

SANTIAGO.- Las calles que un día fueron lúgubres hoy explotan a todo color en 45 gigantescos murales que iluminan las paredes del llamado Museo a Cielo Abierto, una expresión artística que infunde esperanza a un barrio del sur de Santiago que, durante décadas, ha lidiado con la delincuencia y la estigmatización social.

“El arte transformó nuestra población. Además de ser un tributo de los grafiteros y muralistas, es herramienta maravillosa, potente y efectiva para reactivar una comunidad en mal estado”, explica el gestor cultural del Museo a Cielo Abierto de San Miguel, Roberto Hernández.

La población de San Miguel fue construida a inicios de 1960 para alojar a las familias de los obreros de las industrias manufactureras Madeco y Mademsa. Era la época de la industrialización de Chile, un sueño para sustituir las importaciones que impulsaron los presidentes radicales en las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

SINGULAR IDENTIDAD
Los años del desarrollismo pasaron y en 1973 llegó la dictadura. San Miguel, al igual que la mayoría de los arrabales de Chile, se transformó en un foco de resistencia contra Augusto Pinochet. Además de luchar por la libertad, los vecinos vieron como la pobreza y la desigualdad se hacían cada vez más grandes.

Cuatro décadas después, las siete manzanas de departamentos adornados con grandes murales que conforman este barrio de 6 mil habitantes han adquirido una singular identidad que sus moradores exhiben con mal disimulado orgullo.

La idea fue iniciativa del centro cultural Mixart, que convocó a cientos de artistas callejeros para pintar los muros de los departamentos y dar así “una vida de colores” a la población de la periferia santiaguina.

El Museo a Cielo Abierto de San Miguel es una galería de 45 murales gigantes de 80 metros cuadrados cada uno, que se despliegan en las paredes ciegas de las viviendas.

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“El museo nació como una medida desesperada para tratar de reactivar una comunidad que estaba en un estado moribundo”, señala Roberto.

“La comunidad estaba deteriorada en lo físico, por la condiciones de sus plazas, edificios y calles, y también se estaba perdiendo irremediablemente el propio concepto de comunidad”, asevera.

Hernández, quien también es parte del Mixart, confiesa que la “insospechada repercusión de la iniciativa es algo que estaba fuera de toda previsión”.

Mural tras mural, el visitante descubre la historia e idiosincrasia, no sólo de la población San Miguel, sino también la de todo el país. 

UNA OBRA QUE FIRMAN DE UN CENTENAR DE ARTISTAS
Salvador Allende, Augusto Pinochet, las movilizaciones estudiantiles, la poetisa Gabriela Mistral o el “antipoeta” Nicanor Parra se van cruzando por el camino en este museo a cielo abierto.

“Para quienes pintamos en la calle, este museo es un sueño”, confiesa el artista muralista Alejandro “Mono” González, para quien estos murales constituyen una referente de qué es Chile a nivel nacional e internacional.

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Un centenar de artistas provenientes de Perú, Argentina, Colombia, Brasil, México, Alemania, Francia, Bélgica y Chile han estampado su obra de forma gratuita en esta galería pública que se extienden en los más de 5 mil metros cuadrados de los deteriorados muros de los edificios.

El museo impresiona por su extensión y dimensión, pero también por la heterogeneidad artística a la que recurrieron los autores.

Desde la creación del primer mural, que en 2010 retrató a la banda chilena de los ochenta Los Prisioneros, ninguna de las obras ha sido rayada con los llamados “tags”, a diferencia de las poblaciones aledañas que se caracterizan por estar completamente intervenidas.

En los muros puede apreciarse la fusión de muchas técnicas de pintura, como en la obra titulada “Integración”, del chileno “Mono” González, y el francés “Seth” (Julien Malland), uno de los mejores grafiteros del mundo y el primer extranjero que participó en el proyecto.

Esta obra integra las artes decorativas que se expresan a través del grafiti europeo con el muralismo latinoamericano, en una manifestación de sincretismo que llama a la unión de dos técnicas y también de dos nacionalidades.

“El arte de la calle no está muy considerado, se ve como un arte menor; pero aquí estamos hablado de un museo, de una galería que mezcla murales y grafitis”, afirma “Mono” González.

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El proceso para realizar un mural no es simple. El artista debe presentar un boceto que debe ser aprobado por los vecinos que residen en el departamento elegido. Son ellos quienes, junto al director artístico, deciden si la obra es pintada y sumada a esta peculiar galería.

El proyecto original sólo tenía contemplado pintar una veintena de murales con los poco más de 100 mil dólares que recibieron del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Cultura y las Artes, un organismo público para fomentar la creatividad de los artistas chilenos.

Pero la gran aceptación que alcanzó entre los vecinos y las autoridades locales obligó a los impulsores a buscar autofinanciamiento para aumentar las obras.

DURACIÓN ETERNA
Antes de que las casas de San Miguel fueran pintadas, esta población era sinónimo de pobreza. Ahora, los vecinos comentan con orgullo que viven y son parte de un museo.

“Lo que nosotros hicimos fue convertir un museo en algo vivo dentro de una población”, comenta González.

En Chile, normalmente, nadie que viva en un barrio obrero va por gusto a visitar otro barrio. Sin embargo, en San Miguel “hay turismo cultural”, subraya el artista.

Pero no siempre fue así. Al principio  los vecinos miraban con recelo la realización de los murales. Temían que las pinturas iban a ahondar los problemas de la población y aumentarían el estigma de que se trataba de un barrio marginal.

“Si la población ya es fea, con los murales va a ser peor”, refunfuñaban algunos. Pero con el tiempo la realidad superó la proyección. Los murales acabaron animado a las autoridades municipales a mejorar la infraestructura de los edificios de San Miguel y adornar las plazas del barrio.

“El proceso partió del arte y el arte ha sido lo que ha aportado mejoras a la población. El precio de los departamentos ha subido, el lugar se ha revalorizado”, asegura el curador del montaje artístico.

Ahora que apenas hay muros sin pintar y que las obras son conocidas a nivel mundial, el problema es otro: el museo se debate entre la mejora y la renovación. 

“Los murales en la calle, por lo general, no tienen una duración eterna”, apunta González.

Tras la consolidación del museo en San Miguel, este artista callejero ha viajado por el mundo para mostrar este trabajo, e incluso ha impulsado un museo abierto en Francia que adornará con murales pintados en una facultad de la Universidad de Burdeos.

“¿De dónde partió todo esto? En una población de Santiago, en San Miguel”, sentencia.

“El arte de la calle no está muy bien visto. Quienes participan en galerías y museos lo consideran un arte menor.  Pero esta iniciativa que convierte el museo en algo vivo dentro de una población con la aceptación de los vecinos tiene un valor agregado”, asegura.

El gestor cultural del museo, Roberto Hernández, tampoco oculta el orgullo al hablar de este proyecto colectivo y repite cada vez que puede que las expectativas que tenían se vieron superadas. 

El museo nos sacó del anonimato. Gracias a estos murales hoy tenemos al mundo a nuestro lado”, concluye Hernández. 

El dato
> El proceso para realizar un mural no es simple. El artista debe presentar un boceto que debe ser aprobado por los vecinos que residen en el departamento elegido. Son ellos quienes, junto al director artístico, deciden si la obra es pintada y sumada a esta peculiar galería.

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