Decálogo de la cotidianeidad

Vida
/ 28 septiembre 2021

    El sentido que encierra cada día de nuestra existencia, de nuestra temporalidad y fragilidad humana

    Angelo Giuseppe Roncalli, mejor conocido como Juan XXIII, nació en el seno de una familia campesina, muy pobre, en el norte de Italia.

    En octubre de 1958, fue electo papa, en medio de recelos debido a su edad (76 años) y en 2014, la iglesia católica lo proclamó santo.

    Durante la segunda guerra mundial Angelo ayudó a salvar a miles de judíos de la persecución nazi sirviéndose del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica.

    Siendo papa buscó la paz mundial en un periodo muy complicado derivado de la Guerra Fría, como lo fue la crisis de Estados Unidos con Rusia que mantuvo al mundo al borde de una guerra nuclear.

    Ínsito, algunos pensaron que sería un papa intrascendente debido a su edad, jamás imaginaron el vigor de su mente y espíritu: fue Ángelo quien renovó a la vieja iglesia católica, sembrando las semillas para que esta Institución se renovara, en prácticas y actitudes, para asumir los retos de una nueva era. Hoy, sus ocho trascendentales encíclicas, se encuentran más vigentes que nunca.

    Juan XXIII enterró el antiguo catolicismo al modernizar su sentido auténtico (el diálogo, sobre la condena). También sentó las bases de la cultura de los derechos humanos en la iglesia, enfocándola, mediante la acción pastoral, al servicio de los pobres y desprotegidos.

    Este pontífice, que estuvo al frente de la Iglesia cinco años, fue reconocido por su sencillez, humor y afabilidad.

    TESTIMONIO

    Juan XXIII representa un auténtico testimonio de esfuerzo y dedicación para los jóvenes actuales: de ser un campesino pobre, supo superarse hasta obtener el título de doctor en teología.

    Nació y murió materialmente pobre, pero fue poseedor de una riqueza inigualable: una benevolencia capaz de transformar a quienes lo conocieron.

    Su biografía representa una voz de esperanza para infinidad de personas que creen en lo imposible, no en lo posible, que se acurrucan en la desesperanza en lugar de mirar la vida de frente, sin miedo, con esperanza y optimismo.

    Su ejemplo convoca a una sociedad sacudida por la pandemia para que efectivamente valore a las personas de mayor edad, muchas de ellas abandonadas a su suerte. Le pide promover una inobjetable verdad: el tiempo podrá socavar el cuerpo, pero nunca el espíritu.

    Los adultos mayores no deberían ser discriminados ni olvidados; más bien, todos deberíamos enfatizar sus necesidades y vulnerabilidades en lo que respecta a su derecho a la salud, así como a la imperante necesidad que tienen de ser acompañados, amparados y comprendidos.

    AHORA...

    Vivimos encerrados en una tremenda contradicción: ahora que tenemos más tiempo para disfrutar, menos tiempo poseemos para vivir. Así, buscamos con ahínco ahorrar minutos para luego no saber qué hacer con las horas ahorradas.

    Somos muy listos para encontrar y desarrollar mejores métodos de trabajo, pero parece que ahora escasea el tiempo suficiente para construir lo que verdaderamente fortalece el alma y, también, de brindar compañía a nuestros seres queridos.

    ESPACIOS...

    La mayoría de las personas nos hemos hecho creer que es difícil encontrar espacios para descansar, para compartir en familia, para gozar una buena lectura, para dejar que se enfríe un aromático café mientras saboreamos una cálida conversación con un buen amigo.

    Parece que el espíritu no encuentra tiempos para reponerse. No tiene descanso, sosiego. Quizá se deba a que esta época no ofrece caminos claros en los cuales podamos transitar con tranquilidad: insistimos en vivir angustiados por las sombras y miedos que habitan junto a las agitadas sendas por las cuales andamos.

    La serenidad se nos escurre como agua: ¿para quién no es difícil, sino imposible, tropezar con esos momentos que podrían permitir vivir en calma, pensar y reflexionar sobre lo bueno que ya se tiene?

    Hay días que se tornan años, pero también años que se nos hacen días, por ello sería conveniente llenar de vida y sentido a esos segundos, a esos minutos que rápidamente se transforman en horas y que, silenciosamente, van entretejiendo los años... Hasta llegar, intempestivamente, a la inevitable despedida.

    PREGUNTAS

    ¿Cómo llenar esos pequeños espacios en un mundo celoso de nuestra atención que parece secuestrarnos la capacidad de disfrutar lo mejor de la cotidianidad?, ¿Cómo conciliar la brevedad de la vida con la descomunal misión a cumplir?, ¿Cómo poseer serenidad cuando la prisa y la competencia devoran la mejor de las paciencias y destruyen las más sublimes intenciones de compartir, colaborar y vivir pausadamente?

    Quizá la respuesta se encuentra en hacer nuestras ordinarias labores de manera extraordinaria o, tal vez, en frenar esas desenfrenadas ambiciones evitando abarcar tanto, sino solamente dispuestos a construir, con alegría, la cotidianeidad. Quizás así pudiésemos tomar conciencia del instante vivido y gozado.

    Si dejáramos de angustiarnos de la prontitud e hiciéramos a un lado el peso del futuro, si aprendiéramos a decir “sólo por hoy haré esto”, “sólo por hoy pensaré diferente: más positivo, sin rencores, sin prisas, sin indecisiones”, entonces, creo, estaríamos recuperando la serenidad extraviada.

    ¿Qué hacía Juan XXIII para mantenerse en calma al tiempo de ser una persona proactiva? ¿Qué solía repetir todos los días justamente a la hora de levantarse? Este notable personaje desarrolló un “decálogo de la cotidianeidad”, o de la serenidad, que representa un remanso para la vida. Son palabras sencillas y sabias que todos, independientemente de creencias religiosas, pudiésemos practicar para serenar los picores y la celeridad de la existencia:

    SóLO POR HOY...

    1.- Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver los problemas de mi vida todos de una vez.

    2.- Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.

    3.- Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.

    4.- Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a todos a mis deseos.

    5.- Sólo por hoy dedicaré diez minutos a una buena lectura; recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

    6.- Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

    7.- Sólo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer; y si mi sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

    8.- Sólo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no la cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.

    9.- Sólo por hoy creeré firmemente - aunque las circunstancias demuestren lo contrario - que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.

    10.- Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.

    CADA DÍA

    Este sencillo decálogo reconoce el sentido que encierra cada día de nuestra existencia, de nuestra temporalidad, al tiempo que también humildemente admite la fragilidad humana.

    Comprender que la existencia se colma con las acciones que emprendemos en cada instante y que se llena con los misterios regalados por las horas que colorean y también oscurecen nuestros días, en cierta manera es haber develado la existencia de Dios.

    La felicidad no está escondida y menos lejana. No es un destino, de hecho, se encuentra dentro de nosotros; sin embargo, no sabemos distinguirla por andar persiguiéndola, por dar vueltas alrededor de tantísimas cosas que sencillamente carecen de valor, que solamente distraen y llenan el pensamiento de “sin sentidos”. Lo que sucede es que, en ocasiones, desconocemos la forma de hacer la vida y también ignoramos quiénes somos. Lo que pasa es que nos escondemos de nosotros mismos. Lo que sucede es que obviamos el sentido de la vida.

    Celebro el actualísimo decálogo que Angelo Giuseppe legó a la humanidad y, ante lo dicho, es sencillo comprender la razón por la cual a Juan XXIII se le conoce como el hombre de la paz, como “el papa bueno”.

    Programa Emprendedor

    Tec de Monterrey
    Campus Saltillo

    cgutierrez@tec.mx

    COMENTARIOS

    TEMAS
    NUESTRO CONTENIDO PREMIUM