El médico consentido de Maximiliano
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Eduardo Licéaga vacunó a México contra la rabia, dirigió con mucho empeño la campaña en contra de la peste bubónica, contrarrestó los efectos de la fiebre amarilla y fue el inventor del método para curar la tuberculosis en su primer período.
Una visión humanística que abrió paso a una revolución en la medicina mexicana, con la creación del Hospital General de México el 5 de febrero de 1905, fue algo que logró el doctor Eduardo Licéaga, quien a 100 años de su muerte es recordado por la defensa de los derechos humanos en el sector salud, haber sido honrado por Maximiliano debido a su labor y haber introducido la vacuna contra la rabia en el país.
El médico originario de Guanajuato ubicó a los pacientes en el centro de las políticas públicas, regularizó las obras de drenaje de los lagos y las tuberías de agua potable desde los manantiales de Xochimilco, detuvo la fiebre amarilla en el Golfo de México y erradicó la peste bubónica de Mazatlán, Sinaloa, se llamaba Eduardo Licéaga. El distinguido hombre de ciencia murió el 14 de enero de 1920 a la edad de ochenta y tres años a causa de un ataque cerebral ocasionado en parte por el agotamiento que le produjo el haber presidido una ceremonia conmemorativa que se efectuó en el Conservatorio Libre de Música, y a cuyo festival fue invitado en atención a haber sido secretario del antiguo Conservatorio Nacional de Música, que fue fundado en la época del Archiduque Maximiliano de Austria.