¿Eres una esposa fastidiosa? Si te lo han dicho, te tenemos la solución

COMPARTIR
TEMAS
Me controlo a mí misma y cuando trato de frenar a mi fastidiosa interna, descubro que me quiero más, recibo con más frecuencia el amor que necesito y estoy aprendiendo a vivir con pequeños "desarreglos" en la casa.
Fastidio es una palabra fea.
Se ha convertido en un término chauvinista, lanzado con frecuencia injustamente cuando una mujer repite un pedido o le recuerda a su cónyuge una tarea que se debe realizar.
Por eso, cuando hace poco me dijo fastidiosa alguien que permanecerá en el anonimato (alerta delatora: compartimos cama, apellido y un acta de matrimonio), me puse legítimamente furiosa.
Al principio, respondí con una reacción defensiva visceral: ¡NO soy fastidiosa! Procedí a explicar que no quiero ser capataz pero que me veo obligada a desempeñar ese papel. Planteé algunos argumentos positivos y dejé la conversación sintiendo que había presentado un argumento a prueba de balas probando que no era fastidiosa.
Más tarde, empero, pensé por qué me había acusado de fastidiosa. Entonces hablé con él para saber dónde estaba teniendo lugar la desconexión. En mi mente, yo proponía recordatorios y sugerencias para que nuestra familia funcionara mejor. Para él, en cambio, estaba criticando sus habilidades y haciéndolo sentir un fracaso. Aunque no era esa mi intención en absoluto, mis palabras se oían como algo degradante y desagradable.
Y si bien odio (y siempre odiaré) la palabra fastidiosa, me di cuenta de que era yo quien debía corregir mi conducta.
Empecé a observarme en algunas situaciones que mi marido podía considerar un fastidio. Le recordaba a qué personas debía llamar por teléfono. Le sugería cuándo debía apagar los aspersores. Planteaba en múltiples ocasiones que todavía no habíamos colgado todas las fotos en las paredes desde nuestra mudanza, y por lo menos una vez dije esto de una manera pasiva agresiva a otra persona para que él pudiera oírlo.
Una y otra vez, las cosas con las cuales lo “fastidiaba” eran cosas que me importaban a mí pero no necesariamente a él. Y la mayoría de las veces, mis pedidos se referían menos a que se hicieran las cosas y más al hecho de que yo quería tener la tranquilidad de ser una prioridad para él.
¿Mi vida es una ruina si no se cuelgan las fotos inmediatamente? No. El núcleo de mi fastidio es éste: necesito saber que soy importante, que él me escucha y que valora mi tiempo y mis opiniones.
Y sin embargo, fastidiando, le estoy quitando la posibilidad de demostrarme amor y privándome de la posibilidad de sentir amor. Si él lava los platos porque yo lo fastidio para que lo haga, su servicio surge de una obligación. Pero si lo hace solo, siento que lo está haciendo porque me ama.
El fastidio no hace que mi marido se mueva más ni a mí me hace sentir que me ama; simplemente instala una cuña entre nosotros. Mi fastidio no tenía que ver con mi marido sino conmigo. Cuando me di cuenta, también tomé conciencia de que tenía el poder resolverlo.
De modo que últimamente estoy probando algo nuevo. Cuando quiero que se haga algo, me detengo y me hago dos preguntas:
1. ¿Realmente necesito que se haga esto ahora? Si la respuesta es no, trato de dejarlo pasar. Si la respuesta es sí, decido si se trata de algo que puedo razonablemente hacer yo. En caso contrario, ¿puedo contratar a alguien que lo haga? Y si, en definitiva, necesito realmente que lo haga mi marido, se lo pido diciéndole que es importante para mí.
2. ¿Quiero que se haga porque necesito sentir que soy importante para mi marido? Si la respuesta es sí, estoy ensayando un nuevo método en el que me olvido de la tarea y voy a decirle directamente a mi marido “Necesito cierta validación”. Ya lo hice dos veces y aunque admito que fue incómodo, en los dos casos la conversación terminó con él diciéndome que me amaba y abrazándome. Y de ñapa, hizo realmente las cosas que yo necesitaba que se hicieran como para demostrarme que yo le importo.
Ahora bien, estoy segura de que habrá oportunidades en las que me convertiré en la temible fastidiosa. Es inevitable porque soy una esposa imperfecta. Pero estoy trabajando en eso. Y mi marido tiene conductas en las que también está trabajando para mejorar nuestro matrimonio.
Pero adivinen una cosa. No controlo esas cosas. A mi marido no lo puedo cambiar y no me gustaría hacerlo. Sólo me controlo a mí misma y cuando trato de frenar a mi fastidiosa interna, descubro que me quiero más, recibo con más frecuencia el amor que necesito y estoy aprendiendo a vivir con las fotos en el piso porque en realidad, nunca fueron el quid de la cuestión.