‘Gabo’ descansa en casa
Dos años después de su muerte, las cenizas del escritor fueron depositadas en el Claustro de La Merced de la Universidad de Cartagena; asistieron familiares y amigos del Nobel
CARTAGENA.- Pocos minutos después de las seis de la tarde de este domingo 22 de mayo, hora en que décadas antes, Gabriel García Márquez entró por primera vez a Cartagena y no pudo, como cuenta en su biografía Vivir para contarla, “reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”, los hijos del Nobel, Rodrigo y Gonzalo, develaron el busto en el que descansan sus cenizas.
Creado por la artista británica Katie Murray y erigido en el patio central del Claustro La Merced de la Universidad de Cartagena, este monumento inmortaliza al escritor con un rostro que lo revela en sus años de madurez, cuando ya había descubierto, a través del realismo mágico y en novelas como Cien años de soledad, la idiosincrasia del Caribe colombiano.
El busto de bronce de más de un metro de alto reposa sobre una estructura de mármol que contiene su nombre, y que está encima de un aljibe de al menos 300 años, que los arquitectos del proyecto descubrieron mientras lo llevaban acabo, como si a García Márquez hubiera tenido que atravesarlo para siempre la historia.
A pocos metros del monumento, está la muralla que resguarda la parte antigua de la ciudad y después de ésta, el Mar Caribe, dos escenarios que el Nobel perpetuó en sus escritos.
A pesar de lo protocolario del evento, que contó con discursos del rector de la Universidad de Cartagena, Édgar Parra Chacón, y la ministra de Educación (e), Natalia Ariza Ramírez, éste fue sutil, familiar, sencillo. Menos de trescientas personas asistieron a esta ceremonia, que empezó como un acto solemne con los himnos del departamento de Bolívar y de Colombia interpretados por la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Cartagena, y terminó con una parranda vallenata, una vez se montó en la tarima el maestro Adolfo Pacheco, quien cantó, acompañado de una guitarra y un acordeón, dos de las canciones preferidas del Nobel: “El Mochuelo” y “Mercedes”.
Además de rendirle un tributo a García Márquez a través de las palabras y la música, fue claro que la ceremonia también buscó responder
por qué acabaron las cenizas de García Márquez en Cartagena, dos años después de su muerte. Aunque la viuda, Mercedes Barcha, se abstuvo de dar declaraciones a la prensa durante el evento –se sabe que es usual en ella el hermetismo– fuentes cercanas a este diario relataron que, desde el deceso del Nobel el 17 de abril de 2014, Barcha se tomó el tiempo para pensar en dónde reposarían las cenizas, intuyendo, desde un principio, que debían estar en un lugar público, para que cualquiera tuviera el derecho de visitarlo, como se visitan sus obras.
“El lugar que escogió Mercedes para guardar las cenizas de mi hermano es perfecto. En Cartagena, Gabo escribió sus primeras letras, en el periódico El Universal, y también descansan mis padres, en el Cementerio de Manga. Los hermanos estamos felices de que se hubiera escogido este lugar, donde le rendiremos homenaje y lo seguiremos recordando”, expresó a este diario Aída García Márquez, hermana menor del Nobel, y quien estaba acompañada por Jaime y Margot García Márquez. Los tres hermanos dijeron que desde que murió el narrador han sentido nostalgia: “Fue lo más grande que tuvimos en la familia. Nos dejó enseñanzas de sacrificio, lucha e intelectualidad”, relató Aída.
Que éste era el lugar ideal para que descansaran las cenizas fue algo que también confirmó el escritor y periodista cartagenero Juan Gossaín, quien fue uno de los amigos más cercanos al escritor y quien dijo a este diario: “El hombre debe volver a su tierra y así García Márquez debía regresar a su origen: era su deseo. El vínculo de él con esta ciudad no sólo fue emocional ni intelectual, fue vital: aquí vino a vivir con sus padres, hizo su primer trabajo periodístico, hizo después un hogar… Que vuelvan sus cenizas me parece justo y natural”.
Gossaín también develó, en el discurso que emitió en la ceremonia de este domingo, que el Nobel le había confesado, años atrás, que
Cartagena era la ciudad donde quería ser enterrado. “Nunca he escrito esta historia, ocurrida hace más de veinte años. Voy a hablar de ello por primera vez. Un día, mientras almorzábamos en el Hotel Caribe, le pedimos a García Márquez que nos vendiera el apartamento que tenía en la ciudad (…) me dijo rotundamente que no y agregó estas palabras que jamás hemos olvidado mi esposa y yo: ‘La gente sabe que a mí me gusta vivir en Cartagena, pero más me gustaría que algún día me entierren en Cartagena’. Así que hoy, más que decir adiós, le estamos cumpliendo los deseos a un hombre sencillo”.
Su historia en la ciudad. García Márquez llegó por primera vez a Cartagena en 1948, después del asesinato del entonces candidato liberal a la presidencia, Jorge Eliécer Gaitán, que generó una ola de violencia en Bogotá. Entonces, en Cartagena estaba la única institución de educación superior de la región del Caribe colombiano, la Universidad de Cartagena, donde él empezó a estudiar Derecho, carrera que abandonaría pocos meses después.
Como lo contó el director de la Fundación Nuevo Periodismo, Jaime Abello: “Gabo llegó un atardecer de finales de los años cuarenta. Vio la muralla a la hora malva y quedó enamorado de la ciudad. Rápidamente empezó a trabajar como periodista. Dos o tres años después sus padres se mudaron aquí para siempre. Aún a después de su instalación en México decidió hacer de Cartagena su guarida, el lugar a dónde regresaba cada vez que visitaba el país: construyó aquí una casa, donde aún viene su familia, participó en el Festival de Cine y creó la Fundación Nuevo Periodismo”.
Dos novelas suyas también tienen como escenario esta ciudad: El amor en los tiempos del cólera (1985), ambientada a finales del siglo XIX y donde se muestran espacios representativos de Cartagena como el Portal de los Dulces o la Torre del Reloj, y Del amor y otros demonios (1994), que transcurre en el siglo XVIII y en la que se relatan las penurias frente a la Santa Inquisición.
Otros, como el ya mencionado juglar Adolfo Pacheco, a quien García Márquez llamaba cada vez que llegaba a la ciudad para que le cantara, aprovecharon para recordarlo, para recordar anécdotas simples que demuestran el talante noble del autor: “Cada vez que regresaba me pedía que me reuniera con él para que le cantara canciones como “La diosa coronada” o “Mercedes”, porque éstas parecen
crónicas. Hubo una vez que hizo cerrar el restaurante Las Lomas, cocinó sancocho trifácico (sopa típica cartagenera), compró ron Tres
Esquinas, y nos hizo cantar y echar cuentos hasta bien entrada la madrugada”.
El evento de conmemoración duró poco menos de dos horas. Pero las palabras de cada uno de los participantes, el respeto y la decoración del claustro, lleno de rosas amarillas y mariposas prendidas a los árboles, lo hicieron simbólico y memorable. Lo único que hizo falta fue el público, los ciudadanos del común que no fueron invitados y que serán los encargados de hacer que la obra de García Márquez perdure más allá de su muerte.