La lección de Anna Wintour

Vida
/ 21 octubre 2015

Es, posiblemente, la mujer más influyente de una industria multimillonaria. Audaz y provocadora, dirige la edición estadounidense de la revista ‘Vogue’ desde 1988

La mujer más poderosa e influyente en la historia de la moda contemporánea entra con elegancia y timidez en la sombreada biblioteca de la Embajada norteamericana en Madrid. Luce un vestido plisado de Gucci con un fino estampado en zigzag y un grueso collar con piedras rosas, amarillas y moradas. El peinado es el mismo de hace décadas, un sobrio bob hasta la barbilla, de líneas rectas, que pueden lucir muchas mujeres en el mundo, pero que es suyo y solo suyo, el corte de pelo de Anna Wintour. Lleva esas grandes gafas de sol negras de Chanel que los tabloides dicen que son sempiternas, que nunca se quita, un parapeto que parece anticipar una entrevista fría y rápida, ya que, según han comunicado sus asistentes, “Anna solo dispone de unos minutos”.

Es luego una verdadera sorpresa cuando Anna Wintour se sienta con una sutileza casi modesta en el sillón, se quita las gafas y deja al descubierto unos inquisitivos ojos azules que con frecuencia interrogan a su interlocutor con atención y curiosidad. La mítica directora de la edición norteamericana de Vogue sonríe mucho y está dispuesta no solo a explicar cómo hace con semejante éxito su trabajo en un mundo editorial que cambia a pasos agigantados, sino también a dar unos consejos muy necesarios para que España expanda su muy limitada presencia en el mercado de la moda internacional. Al final, con una escrupulosa educación, no mira su delgado reloj dorado ni una sola vez y deja que el tiempo pase más allá del límite establecido.

Wintour no visitaba España desde hacía muchos años. A pesar de su imposible agenda, aceptó la invitación del embajador norteamericano, James Costos, que sus asistentes han cuadrado entre la semana de la moda de Milán y la de París. En apenas un día en Madrid ha dado una charla a alumnos de moda y se ha reunido con empresarios y diseñadores; entre ellos, nuevos valores como Víctor Alonso, de la firma Maria ke Fisherman, y Álvaro Castejón, de Alvarno.

-¿Qué impresión le han causado nuestros diseñadores?

-Me da la sensación de que necesitaban un poco de ayuda para llevar sus negocios al plano internacional; parecían un poco inexpertos a la hora de dar a conocer una nueva marca. Creo que están preocupados por que no llegue la suficiente atención de la prensa y los compradores extranjeros a Madrid y su semana de la moda.

–¿Se percibe una influencia de la moda española en el extranjero?

–Sí, en las colecciones de esta temporada en Nueva York, tanto la de Peter Copping para Oscar de la Renta –en la que, obviamente, hay tradición española– como las de Proenza Schouler y Michael Kors, hemos visto que mucha gente realmente se ha remitido a España, pero de una manera moderna, no estilo torero, de un modo que de verdad te apetecería ponerte. Me encantaría visitar más España y sacarle partido, porque creo que hay un montón de afecto, de admiración y de respeto por todo lo que representa este país.

-¿Cómo puede mejorarse la visibilidad de la moda hecha aquí, en España?

–Me ha dado la sensación de que había mucha desorganización a la hora de planear la semana de la moda y de apoyar a los diseñadores jóvenes, y, como sabe, aquí hay muchas empresas ricas que deberían contribuir y patrocinar, pero de una manera práctica, no limitándose a poner su logo en algún sitio.

–¿Quién puede apoyar a los diseñadores españoles?

–Lo mejor es tener una organización, con todas las empresas, con las tiendas y con Zara y negocios similares. Que los creadores de éxito hagan donaciones a esa organización y luego esta consiga fondos. Entonces los diseñadores tendrían una institución y unos recursos que podrían dar apoyo y ayudar a las jóvenes promesas. Si se implica todo el sector, también el Gobierno, como sería de desear, y además la prensa le da su apoyo, entonces hay una probabilidad real de tener éxito.

–¿Se conoce lo suficiente en el extranjero la moda hecha en España?

–Los diseñadores españoles tienen algo de reconocimiento en Estados Unidos, pero no hay un grupo, como se ve en París, Londres o Nueva York. No estoy criticando, o diciendo que sea culpa de la falta de talento, pero me da la sensación de que no han tenido el apoyo o la plataforma que cualquier joven necesita para empezar hoy día. Es un negocio grande para España y soy muy consciente de que, económicamente, el país ha pasado por tiempos difíciles, pero teniendo en cuenta que las cosas están mejorando, deberían ocuparse de ello.

Wintour sabe muy bien de qué habla. Está poniendo como ejemplo el Consejo de Diseñadores de Moda de América, un lobby estado­unidense extremadamente activo e incomparablemente eficaz, dirigido por la diseñadora Diane von Furstenberg y en cuyo consejo de administración se encuentran titanes como Michael Kors, Vera Wang, Marc Jacobs, Tommy Hilfiger o Ralph Lauren. La propia Wintour facilitó que en 2003 Vogue se aliara con ese Consejo para dar una beca anual de 400.000 dólares a una joven promesa de la moda y 150.000 dólares a dos finalistas, seleccionados en un concurso abierto. Según anuncia ahora, está considerando con el embajador Costos la posibilidad de traer diseñadores norteamericanos a España.

–¿Cree que un consejo como ese podría funcionar en España?
–He visto cómo funcionaba en Reino Unido, que, la verdad, hace ocho o nueve años tenía una industria algo caótica. El llamado Consejo Británico de la Moda cambió el rumbo. Samantha Cameron [la primera dama británica] se involucró mucho. Aquí quizá se debería hablar con la Reina y que pusiera de verdad su sello detrás. Esto es un negocio. Ya se sabe que todo el mundo tiende a ignorarlo como si fuese algo demasiado…

No acaba la frase. La deja en suspenso y aparta el resto de un manotazo. No pierde tiempo en responder a aquellos que no ven el verdadero potencial de la industria. Las posibilidades para España, que ya ha sembrado el mundo de tiendas de Zara, son obvias. Las resalta el embajador Costos, que ha tomado asiento junto a Wintour.

–España está saliendo de la crisis financiera. Ya sabe que hay 4.000 empresas de moda en el país. Emplean a 90.000 personas. La mayoría son pequeñas compañías. Es muy difícil lograr subir en la escala. El volumen de ventas nacional es de 4.000 millones de dólares [unos 3.600 millones de euros] y las exportaciones han sido de 12.000 millones de dólares [cerca de 10.700 millones de euros] solo en la primera mitad de este año, así que es un gran impulso para la economía ahora que este país está avanzando. El Gobierno tiene que apoyarlo, las compañías tienen que organizarse de manera que puedan decir que están añadiendo valor, creando puestos de trabajo y contribuyendo a sacar al país de la crisis.

La moda es un negocio. Las empresas deben ayudar a la moda. Las instituciones públicas deben proteger a la moda. Son las lecciones de Wintour, que repite una y otra vez, con una perseverancia, un convencimiento y una determinación que evidencian las razones de su monumental éxito en el enorme conglomerado industrial del diseño internacional.

Nacida en Reino Unido en 1949, Wintour se estrenó en el periodismo de moda a los 20 años, cuando fue contratada en Londres para Harper’s & Queen. A mediados de los años setenta se mudó a Nueva York, con un empleo en la versión americana de esa revista, Harper’s Bazaar. Tras dejar la revista, encadenó un empleo con otro hasta que en 1983 fue elegida responsable creativa de Vogue. Luego dirigiría la versión británica de la misma revista, una breve transición hasta que en 1987 regresó a Nueva York para asumir el mando de House & Garden. Al año siguiente ya ascendió a la dirección de Vogue, el trono del que no se ha apeado 27 años después.

Su carrera ha estado plagada de decisiones audaces y provocadoras. En su primera portada colocó a una modelo con un suéter de pedrería de Lacroix y, algo inaudito, unos vaqueros de Guess. La mezcla de la alta costura con el prêt-à-porter más común se convertiría en un verdadero canon del diseño desde entonces. Una década después le cedió la primera página a la primera dama norteamericana Hillary Clinton, justo en los estertores de los escándalos sexuales de su marido en la presidencia. Moda y política quedarían casadas. Dos veces ha protagonizado la portada de la revista Michelle Obama, para las campañas de cuyo marido Wintour ha sido una formidable máquina de recaudar fondos: más de cinco millones desde 2007, según una estimación de The New York Times.

En abril de 2014 hizo que la laureada fotógrafa Annie Leibovitz retratara a la pareja del momento, el rapero Kanye West y la socialite Kim Kardashian, conmocionando las redes sociales. Era la sublimación de una tendencia iniciada por ella misma de llevar a gente famosa, no solo modelos y diseñadores, a las portadas de las revistas de moda.

-¿Fue muy trabajosa la sesión de Kanye West y Kim Kardashian?
-Sabíamos que iba a impactar a todo el mundo. No se puede hacer algo así en todos los números. Hay que tener un equilibrio entre las portadas más tradicionales y algo que sea muy sorprendente. Vogue tiene que ser una autoridad, no puede ir demasiado por delante, ni tampoco demasiado por detrás. Hay que saber exactamente cuándo traspasar los límites.
-Aquí también tuvo mucho impacto.
-Lo increíble fue que conseguimos mantenerla en secreto. Teníamos otra portada que habíamos enseñado en todas partes, que todo el mundo pensaba que sería la verdadera.
-¿Y luego la cambiaron en el último momento?
-No se lo dijimos a nadie en la redacción. Escondimos el número. Kim y Kanye fueron geniales. Normalmente no se les da muy bien estar callados. Fueron muy respetuosos. Fue fantástico trabajar con ellos.

La carrera de Wintour ha estado plagada de desafíos. Preguntada por si llevaría a una transexual a la portada, como hizo Vanity Fair con Caitlyn Jenner en julio, dice que ya han dedicado espacio en páginas interiores a ­Andreja Peji?, modelo transgénero australiana, en mayo.

A otro reto, el de la raza, usted se enfrentó muy temprano.

–En el primer número de septiembre que hice yo, cuando quiera que fuese eso, puse a Naomi Campbell en la portada. Recuerdo que en esa época teníamos que enseñar la revista a la dirección. Cuando se la mostré se hizo un silencio total, porque no podían creer que hubiese puesto a una modelo afroamericana en la portada del número de septiembre [el que más páginas y más anuncios tiene, la verdadera biblia del diseño de la temporada]. Entonces se consideró muy arriesgado.

–Hay todo un movimiento que reclama una mayor presencia de gente de mayor edad en el cine, en la televisión y en las revistas de moda. Es gente como Madonna, que se queja de discriminación. ¿Cree que es una asignatura pendiente?

–Nunca he pensado en ello. Mire, Karl Lagerfeld tiene 82 años y es el mayor genio creativo en activo en este momento. Creo que todo el mundo lo contempla como a un dios. Ralph Lauren tiene más de 70 y controla un negocio de 1.000 millones de dólares [unos 890 millones de euros; abandonó el cargo hace un par de semanas, tras esta entrevista] con mucho éxito. Me parece una pregunta un poco negativa.

La carrera de Wintour en la cúspide de la moda no ha estado exenta de crisis. Varias veces se ha vaticinado su salida de Vogue, siempre erróneamente. La última, tras la reelección de Barack Obama como presidente. Auguraban los tabloides que Wintour sería embajadora en Reino Unido. Nada más lejos. En 2013 fue ascendida. Retendría la dirección de Vogue, a la que le sumó la dirección artística de todo Condé Nast, la editorial que también publica cabeceras como Glamour, Vanity Fair o GQ.

La mayoría de polémicas han sido las habituales en el mundo de la moda, como la delgadez de las modelos o el uso de pieles en las sesiones de fotos. Otras las han provocado los rumores sobre una supuesta frialdad y dureza en la redacción. Una asistenta que pasó solo 10 meses bajo sus órdenes escribió en 2003 un libro ficticio, titulado El diablo viste de Prada, cuya protagonista se inspira en ella. Meryl Streep interpretó ese papel en un largometraje de gran éxito. Más revelador fue un documental de 2009, titulado El ejemplar de septiembre, donde Wintour exhibió sin tapujos su forma de trabajar y su filosofía sobre la moda. En él dio una clave sobre por qué cree que intimida tanto a sus interlocutores: “Hay algo en la moda que puede poner a la gente muy nerviosa”. No es ella lo que impone, es el negocio.

También se ha especulado mucho sobre la vida privada de Wintour, que ella guarda celosamente. Los tabloides neoyorquinos la tratan como a una más de las estrellas a las que destrozan con saña. Su divorcio del psicólogo David Shaffer en 1999 copó páginas y páginas en las revistas del corazón. Con él había tenido dos hijos. Mantiene desde hace 16 años una relación sentimental con el magnate tejano Shelby Bryan.

Lo cierto es que todo en ella exuda un magnetismo que refuerza con un sorprendente sentido del humor. Cuando acudió al estreno de El diablo viste de Prada, los reporteros le preguntaron qué lucía y aclaró que, por supuesto, Prada. Uno de los vídeos más visitados en la web de Vogue es una ronda de 73 preguntas en las que cuenta que se levanta a las cinco de la madrugada y desayuna un café de Starbucks, le gustan los nardos, le asustan las arañas y nunca, nunca, vestiría solo de negro. “¿Dónde está el color?”, le pregunta a una empleada que le trae un perchero lleno de prendas oscuras.

Wintour, por supuesto, no es solo la directora de una revista. Es una de las principales artífices en la consolidación de la moda como un negocio que mueve billones en todo el mundo, que emplea a millones de personas y que tiene su gran liturgia en las cuatro semanas de la moda de Nueva York, París, Milán y Londres de otoño y primavera. Dicen los diseñadores que un gesto suyo en un desfile puede encumbrar o hundir una carrera, algo que seguramente es una exageración, pero que apunta a la gran influencia que tiene en ese mundo. Sobre todo, destaca por haber ayudado a jóvenes promesas a llegar a lo más alto, algo que le ha reportado lealtades inquebrantables.

Ha tenido también gestos muy humanos y casi magnánimos, como pedir el diciembre pasado que John Galliano le entregara un galardón honorífico en los premios de la moda británica, a los que llevó un vestido de ese diseñador para la marca que le ha contratado, Maison Martin Margiela. El mensaje: el mundo de la moda debía pasar página del escándalo de los comentarios antisemitas que Galliano profirió en privado en París en 2011 mientras le grababan unas turistas. Había pedido perdón. Fue despedido de Christian Dior. Era suficiente penitencia.

Su reto ahora es enorme. La Vogue norteamericana sigue siendo la revista de moda de referencia en el mundo. Pero los lectores de medios impresos descienden a pasos agigantados y la publicidad y los ingresos caen con ellos. Su empresa se halla inmersa en un proceso de reconversión digital. En 2014 relanzó el portal vogue.com, que en un año ha aumentado sus visitas un 108%.

–¿En qué han cambiado su trabajo Internet y las redes sociales?

–El auge de la tecnología ha cambiado el trabajo de todos, no solo el de nuestro mundo. Evidentemente, para nosotros es fantástico, significa que podemos hablar con los lectores a través de medios muy distintos. Y también puedes hablarle a tu público. Son 24 horas al día y siete días a la semana, pero eso es en parte lo que lo hace tan interesante, y el principal cambio durante los últimos años es que antes se estaba muy alejado del lector.

–¿No provocan las redes sociales, los Instagram, Twitter y Facebook, distorsiones y distracciones en el sector de 
la moda, que antes era más piramidal?

–Bueno, creo que las distracciones son muy importantes, y no hemos de olvidar que la moda existe y vive y respira a través del cambio, ya sea por unos diseñadores que emocionan o una película que te ha gustado, una exposición o un nuevo candidato político. Hay muchas cosas que pueden afectar al mundo en que vivimos, y creo que, en cierto sentido, Vogue sigue siendo una especie de autoridad serena en medio de todo el ruido.
–Pero la portada de Vogue sigue siendo la portada de Vogue.

–Sí. Creo que salir en portada, o aparecer en Vogue, le da al personaje un carácter de autoridad y reconocimiento. Es interesante cuando hablamos con modelos, famosos o políticos, con quien sea; sí, les emociona que contemos su historia en Internet, en las redes sociales, pero lo que de verdad quieren es salir en la revista, que confiere un toque de seriedad, una sensación de fuerza e importancia. Quizá el motivo sea que en Internet todo es muy rápido e inmediato, pero también ­desaparece rápidamente. Sí, está bien, hay noticias, reconocimiento y atención, pero no tienen el mismo peso.

Wintour, con su perseverancia, ha ayudado a aupar a la moda a la categoría de arte. No es una exageración. El centro dedicado a la moda en el mítico Museo Metropolitano de Arte de Nueva York lleva su nombre. Desde hace décadas ha ayudado a organizar 16 galas y eventos con él. Sus exposiciones de diseño han recibido millones de visitas. El punto de inflexión, y un momento muy emotivo en su carrera, lo marcó la retrospectiva dedicada en 2011 al modista británico Alexander McQueen, fallecido un año antes y de quien era amiga.

–¿Imaginó el éxito de la exposición de ­McQueen?

–La verdad es que nunca he visto algo parecido en un museo, esas multitudes de gente y las colas alrededor de la manzana. Fue una exposición tan popular que decidimos dejar el museo abierto el último fin de semana y a las dos de la madrugada la cola llegaba hasta Central Park. Cuento mucho esta historia porque se me quedó grabada. Andrew Bolton, comisario del Centro de Moda, y yo estuvimos firmando catálogos ese último día y la gente incluso hacía colas para recibirlo. Una señora afroamericana que tendría unos 90 años llegó para que se lo diéramos firmado. Le pedí perdón porque había tenido que hacer cola y me dijo que llevaba esperando nueve horas para ver esa exposición y que volvería a esperar otras nueve horas más.
–Usted y McQueen eran muy cercanos.

–Sí, lo conocía, y evidentemente me pareció del todo correcto por parte del museo querer hacer una exposición, para reconocer realmente su extraordinario talento. Sus trajes merecen estar en un museo, son absolutamente fantásticos; su mente era muy creativa, inventiva, y también un poco loca. A veces no me lo podía creer, trabajábamos juntos y solo se veían sus dedos volando sobre la chaqueta o el vestido o lo que estuviese haciendo. Era como un mago.

Uno de los últimos retos de Wintour ha sido corporativo. Condé Nast ha cambiado sus oficinas en Nueva York. De la comercial Times Square se ha mudado al sur, a One World Trade Center, el rascacielos más alto en Estados Unidos, en la zona en la que se alzaron las Torres Gemelas hasta el fatídico 11 de septiembre de 2001. Han sido cuatro kilómetros al sur, pero bien podría haber sido otro continente. Hubo gran resistencia entre los empleados. De un punto neurálgico de Manhattan, con el constante trasiego de fondo de la fauna humana más diversa del planeta, pasaron hace un año a un complejo empresarial, rodeados de financieros de traje holgado.

–¿Están sus empleados más adaptados a la nueva oficina?

–Para mucha gente fue difícil. Pero es parte del espíritu americano, del espíritu de Nueva York: te levantas y sigues, tienes que ir adelante y demostrar que puedes hacerlo. El primer día fue difícil, pero es sorprendente lo que está pasando allí abajo, en la obra. Es como una ciudad nueva. Casi no parece que estés en Manhattan.
–Siempre se ha asociado Condé Nast y Vogue con Times Square.
–No era exactamente lo que se dice chic.
–Seguro que fue un gran cambio.
–Cambiar es bueno.

El cambio es bueno. No es solo una lección, es una filosofía que ha hecho suya Anna Wintour, cuya carrera ha sido un constante cambio en apuestas, tendencias y cánones, con un solo fin: que a la moda se la tome tan en serio como se merece.

Por David Alandete / El País

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