Norlisk, la ciudad de extremos brutales más contaminada y fría de Rusia

Vida
/ 13 diciembre 2017

Este inhóspito lugar, que se ubica a unos 320 kilómetros al norte del círculo polar ártico, es también un rico depósito de paladio, raro mineral que se usa en los celulares

NORILSK, Rusia.- Próspera en metales preciosos enterrados debajo de un desierto de nieve, pero tan carente de luz solar que las noches durante el invierno no se acaban nunca, Norilsk, ubicada unos 320 kilómetros al norte del círculo polar ártico, es un lugar de extremos brutales. Es la ciudad industrial más contaminada y fría de Rusia, y la más rica: al menos si se le mide por el valor de sus depósitos de paladio, un mineral raro que se usa en los teléfonos celulares y se vende a más de mil dólares por menos de 30 gramos.

También es oscura. A partir de esta época, el sol deja de salir, lo cual cubre a Norilsk con una noche perpetua de invierno polar. Este año, el apagón comenzó a finales de noviembre.

Construida sobre los huesos de prisioneros que eran obreros esclavos, Norilsk comenzó como un puesto fronterizo del gulag de Stalin, un lugar con condiciones tan duras que, según una estimación, de los 650.000 prisioneros que fueron enviados ahí entre 1935 y 1956, alrededor de 250.000 murieron de frío, hambre o agotamiento. Sin embargo, más de ochenta años después de que Norilsk se volviera parte de El archipiélago gulag (la obra escrita por Aleksandr Solzhenitsyn), nadie sabe en realidad cuánta gente estuvo ahí haciendo trabajos forzados o cuántos murieron.

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El sistema de campamentos de Norilsk, conocido como “Norillag”, se cerró en 1956, cuando Nikita Khrushchev comenzó a desmantelar los peores excesos que cometió el estalinismo. Sin embargo, el legado de control represivo perdura con las restricciones de ingreso a la ciudad. Todos los extranjeros tienen prohibido visitarla sin un permiso del Servicio Federal de Seguridad de Rusia, el sucesor postsoviético de la KGB.

“Norilsk es una ciudad especial; surgió gracias al uso de la fuerza”, afirmó Alexander Kharitonov, dueño de una imprenta en la ciudad. “Es como una sobreviviente. Si no hubiera sido por Norilsk, el principio de vida en el Ártico hubiera sido otro: vienes, trabajas, te congelas… y te vas”.

Los residentes de Norilsk se han quedado y han convertido un terreno ártico salvaje e inhabitado —salvo por algunos nativos desperdigados—, en una ciudad industrial salpicada de chimeneas humeantes entre bloques de apartamentos de la era soviética y las ruinas de las que fueron barracas para presos.

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La población bajó de forma drástica después del colapso de la Unión Soviética en 1991, que llevó al desplome de la economía. Pero el número de personas se ha incrementado nuevamente, así como las fortunas económicas de Rusia. En la actualidad, cerca de 175.000 personas viven todo el año en Norilsk.

Más allá de la ciudad, que se encuentra al noreste de Moscú, en el norte de Siberia, se extiende un territorio inexplorado interminable, básicamente inhabitado.

“Todo lo demás es un enorme terreno inhóspito con una naturaleza agreste y sin personas”, aseguró Vladimir Larin, un científico que vive en Norilsk. “Aquí murieron los últimos mamuts salvajes. Cuando excavaron para los cimientos de los edificios, encontraron los huesos de los animales”.

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Los huesos de los presos de aquella época también siguen reapareciendo cada año, cuando el invierno termina por fin en junio y la nieve derretida saca a la superficie los restos enterrados de un pasado funesto que, por lo menos según los recuentos oficiales, en su mayor parte ha sido sofocado.

Algunos habitantes son los descendientes de quienes trabajaron como esclavos y se quedaron simplemente porque era demasiado difícil dejar un lugar que, es tan remoto, que los locales se refieren al resto de Rusia como “el continente”. No hay caminos o líneas de tren que conecten a Norilsk con partes de Rusia fuera del Ártico. La única manera de llegar y salir es por avión o por barco en el océano Ártico.

Sin embargo, muchos residentes llegaron voluntariamente atraídos por la promesa de salarios relativamente altos y trabajo constante en la industria metalúrgica de la ciudad, un complejo extenso de minas y fundidoras que pertenecen a Norilsk Nickel. Esta empresa surgió de la privatización de una empresa que era del Estado y que ahora es la productora de paladio más grande del mundo, así como una de las proveedoras más importantes de níquel, cobre y otros metales.

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También es una de las generadoras de contaminación más grande del mundo, lo que ha convertido un área del doble de extensión de Rhode Island en una zona muerta de troncos sin vida, lodo y nieve. El problema llegó a tal grado que hubo un momento en que la empresa expulsaba más dióxido de azufre al año que toda Francia. Desde entonces, ha tomado medidas para reducir el vertido de desechos tóxicos, pero el año pasado la culparon de haber hecho que el Daldykan, un río que pasa por la planta, se volviera un flujo de viscosidad roja. Los locales lo llamaron el “río de sangre”.

A pesar del clima terroríficamente frío, de la contaminación asfixiante y de la ausencia de luz del sol desde noviembre hasta enero, muchos residentes sienten un orgullo enorme por Norilsk, y también por su propia capacidad de supervivencia en un entorno que encontrarían intolerable incluso los rusos más duros de otras latitudes.

El invierno pasado, las temperaturas cayeron hasta 62 grados Celsius bajo cero y el inicio del invierno de este año ha sido implacable, con temperaturas que ya habían llegado a cerca de 20 grados Celsius bajo cero en noviembre.

La mayor parte del trabajo y el ocio sucede bajo techo, en particular durante el periodo invernal de oscuridad perpetua. Hace poco, la vida dentro de la ciudad se volvió bastante menos monótona gracias a un avance que llevaban esperando mucho tiempo: después de décadas de servir a la economía digital suministrando materiales para hacer teléfonos celulares y computadoras, Norilsk obtuvo su primer servicio de internet fiable. 

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No obstante, aun cuando no tenía internet, la ciudad ya había reproducido como mejor podía las comodidades de una urbe normal de Rusia. La Universidad de Artes de Norilsk ofrece clases de ballet. Norilsk Greenhouse, una empresa local, produce pepinos en invernaderos con calefacción, mientras que el bar Zaboi brinda cerveza local y música en vivo a los juerguistas.

El gerente del bar, Anton Palukhin, de 30 años, quien se mudó a Norilsk con sus padres desde Kazajistán cuando tenía 5 años, comentó que sigue teniendo problemas con el clima y que siempre que viaja de vacaciones a lugares más cálidos de Rusia detesta tener que regresar al Ártico.

“En verdad no quiero volver; estoy listo para dar lo que sea con tal de no tomar el vuelo de regreso”, afirmó. De todos modos, lo sigue tomando.

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