Opinión: Por qué me vacuné contra el sarampión a los 63 años

YA SURGIERON CASOS EN AL MENOS 19 ESTADOS, INCLUIDOS KENTUCKY Y GEORGIA. ESO ESTÁ LO SUFICIENTEMENTE CERCA DE MI CASA COMO PARA QUE EMPIECE A PREOCUPARME.
Por: Margaret Renkl
Estamos en plena primavera aquí, en la región conocida como Tennessee Medio, y de pronto hay muchos bebés en el mundo. Hay un nuevo bebé en mi familia y tres más tan solo en mi pequeño vecindario. Durante todo el invierno, los bebés estuvieron resguardados en casa, pero ahora las aceras, los parques y los centros comerciales están llenos de carriolas.
Mi primer hijo también nació durante la temporada de gripe y recuerdo bien las severas advertencias de mantenerlo en casa hasta que se redujeran los contagios. Pero eso fue en 1992. No había ninguna razón para que su pediatra me advirtiera que debía mantenerlo alejado de cualquiera que no estuviera vacunado contra otras enfermedades infecciosas mortales. Antes de que el internet le hiciera creer a la gente que una búsqueda en la red era equiparable a un título de médico, las tasas de vacunación eran lo bastante altas en este país como para proporcionar una inmunidad colectiva “de facto”.
Para cuando nació mi último hijo, en 1998, todo el discurso había cambiado. Ese año, un estudio que se había desacreditado mucho tiempo atrás y publicado en la revista médica The Lancet, afirmó que existía una relación entre el autismo y la vacuna MMR, que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola. De repente, los padres de familia se acongojaban intentando calcular cuál era el riesgo razonable que podían correr con un hijo profundamente querido.
Cada vez más de ellos llegaron a la conclusión de que no tenía sentido correr ningún riesgo, por pequeño que fuera, cuando las tasas de vacunación en general hacían que la probabilidad de contraer estas enfermedades pareciera minúscula. Su razonamiento fue que, mientras la mayoría de los demás aceptaran el riesgo de las vacunas, no era necesario que todos los padres lo hicieran.
El estudio que inicialmente suscitó tantas preocupaciones fue desacreditado hace más de 20 años. Hoy en día, no hay razón alguna para creer que la vacuna del sarampión cause autismo. Sin embargo, las tasas de vacunación siguen disminuyendo.
Ahora un brote de sarampión hace estragos en comunidades no vacunadas del oeste de Texas y Nuevo México, y un activista antivacunas de larga trayectoria supervisa la política sanitaria de este país. Robert F. Kennedy Jr., el secretario de Salud y Servicios Humanos, a duras penas se atreve a reconocer que las vacunas previenen el sarampión. Recomienda alternativas inútiles y sin fundamento científico e insiste en que la vacunación es una decisión personal.
“Si quieres o no contraer y transmitir esta enfermedad en una situación epidémica en la que ya murió un niño, él dice que es tu decisión”, declaró a The New Yorker Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital Infantil de Filadelfia.
El sarampión es excepcionalmente contagioso, y ahora han aparecido casos en muchos otros estados, como Kentucky y Georgia. Eso estaba lo suficientemente cerca de mi casa como para empezar a preocuparme. Entonces, el viernes, se confirmó el primer caso en Tennessee.
Todas las vacunas conllevan el riesgo remoto de desencadenar una reacción peligrosa, pero ese riesgo es infinitesimal comparado con el riesgo de estar desprotegido frente a una enfermedad infecciosa. Antes de la vacuna, el sarampión causaba unos 2,6 millones de muertes al año, según la Organización Mundial de la Salud. Y aunque la mayoría de las personas que contraen el sarampión sobreviven, el riesgo de complicaciones a largo plazo puede durar años, sobre todo cuando la infección se produce en niños menores de 2 años.
Son todos esos bebés (en mi familia, en todas las familias del mundo) los que me quitan el sueño. La primera dosis de la vacuna contra el sarampión no se administra de manera rutinaria sino hasta que el bebé tiene al menos 12 meses (se administra una segunda dosis entre los 4 y los 6 años). Lo que significa este calendario es que todos los bebés de este país en esencia están desprotegidos en caso de un brote generalizado.
El cementerio que hay junto a la iglesia de mis abuelos está lleno de tumbas diminutas y lápidas que dicen frases como: “Se añadió otra joya a la corona del maestro”. No es ningún misterio por qué mis padres me vacunaron contra todas las enfermedades que pudieron. Todavía tengo una pequeña cicatriz redonda en la parte superior del brazo por la vacuna contra la viruela, una inyección que ya no se administra a los niños porque las vacunas, junto con la contención asidua de los brotes, erradicaron la viruela.
Sin embargo, hay dudas sobre la eficacia de la vacuna contra el sarampión que recibieron los estadounidenses de mi generación, y algunas personas vacunadas necesitan vacunarse de nuevo. En la actualidad, la vacuna se fabrica a partir de un virus vivo atenuado, y ya desde 1963 existe una versión de dosis única. Si recibiste esa vacuna, estás protegido contra el sarampión en la mayoría de las circunstancias, aunque ciertas personas (por ejemplo, las que viven o viajan a una zona donde hay un brote) pueden necesitar una inyección adicional.
Pero algunos niños vacunados entre 1963 y 1968 recibieron una vacuna fabricada con un virus muerto. Esas personas, según le comentó. Offit a Katie Couric, en la práctica deberían considerarse no vacunadas. Si no conoces tu esquema de vacunación y no tienes un registro de las vacunas que te administraron en la infancia, un análisis de sangre puede medir tu nivel de anticuerpos y decirte si necesitas una vacuna.
O puedes simplemente programar una cita para que te inyecten en una farmacia cercana e ir a lo seguro. Eso es lo que hice yo. Como una segunda dosis aumentaría mi inmunidad de todos modos, sin importar cuál vacuna de dosis única haya recibido en los años sesenta, pensé que sería mejor saltarme el análisis de sangre e ir directamente por la inyección.
Mi propia seguridad no era mi preocupación principal. Hacer todo lo posible para proteger a los otros seres humanos que no pueden vacunarse (bebés demasiado pequeños para recibir la vacuna, personas con sistemas inmunitarios comprometidos, personas alérgicas a los componentes de la vacuna) me parece el único imperativo moral para cualquiera que viva en una comunidad estrecha con otras personas. Y ese es el caso para casi todos nosotros.
La comunidad es un concepto que el movimiento MAGA está trabajando horas extras para deshacer, pero los seres humanos somos una especie social. Dependemos unos de otros para nuestra seguridad y supervivencia. Cuando vacunamos a nuestros hijos, los mantenemos a salvo, pero también mantenemos a salvo a quienes no pueden vacunarse. Eso es parte del contrato social.
Vivir en comunidad es reconocer que todos, sin importar quiénes somos o en qué creemos, tenemos la obligación de apoyarnos y protegernos mutuamente, de trabajar juntos para crear una sociedad que sea segura para todos, incluidos nuestros vecinos más vulnerables. ¿Cómo es posible que proteger a los bebés sea una “decisión personal”? ¿Cómo es posible que alguien pueda creer que no tenemos (todos y cada uno de nosotros) la obligación de protegerlos?
Creo que la mayoría de nosotros entendemos eso. Mis padres sin duda lo entendían. Y cualquiera que dé un paseo por un cementerio rural, agachándose para leer las lápidas más pequeñas, también lo entenderá.