Creencias familiares: debilidad o fortaleza
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Las adversidades que vamos encontrando en las jornadas de cada día o de cada sexenio, las dificultades que nos impiden o nos empujan a caminar más rápido o más ligeros de cargas, parecen que nos afectan solamente de manera individual. La realidad no es así: una simple gripa o un despido laboral además de afectar nuestros bronquios o nuestros bolsillos, afectan a aquellos con quien convivimos o con quienes caminamos nuestras jornadas.
Las sentimos en nuestros pulmones o bolsillos y nos pueden volver tan miopes que creemos que solamente a cada uno nos afectan, sin tomar en cuenta los efectos en nuestra familia, nuestros amigos, nuestra sociedad citadina, regional, nacional o global (como resulta la epidemia de una gripe china que está alterando al mundo).
Las adversidades, al igual que los virus y bacterias, nos hacen sentir nuestras debilidades y nos obligan a fortalecernos. Descubrimos en nosotros fuerzas no sólo desconocidas sino inesperadas: nuevas ideas, nuevos caminos, cambios en la nutrición que acostumbramos, talentos que han estado dormidos o amistades sinceras y desinteresadas. El darnos cuenta de la propia debilidad nos fortalece.
Sin darnos cuenta vivimos en un contexto creado para fortalecernos, aunque en ocasiones también nos debilita: nuestra familia en la que nacimos, crecimos y luego generamos. La familia ni es inmortal, ni es inmutable. Como todo ser humano es vulnerable a las adversidades que la pueden romper en situaciones insuperables. Pero la familia tiene una fortaleza que la ha mantenido como una institución milenaria y más antigua que cualquier otra institución humana. Nada ni nadie la ha destruido.
Lo paradójico de su fortaleza milenaria es que es invisible por un lado y, sin embargo, por el otro está conduciendo a sus miembros todos los días. Tiene una dimensión invisible: el conjunto integrado de sus creencias y convicciones comunes. Sus miembros comparten un pensar común (aunque no uniforme), el significado que le dan al trabajo, al dinero, al orden y disciplina, al amor y al desprecio, al esfuerzo y a la diversión, a la inclusión y exclusión, a los compromisos y las libertades, a la religión y a la indiferencia, a lo relativo y a lo esencial, vital. Cada miembro posee inconsciente o conscientemente los códigos familiares necesario para interpretar la realidad y las adversidades.
Estas creencias o convicciones viven todos los días en las mentes y corazones de los miembros. Son estables, pero no inmutables, evolucionan, cambian y se adaptan a los cambios de edades, ciclos, circunstancias y adversidades.
Esta fortaleza de la familia es una dimensión que da fuerza a cada uno de sus miembros cuando están en una dificultad individual, social, política o de entorno económico, cuya solución está fuera del control personal. Hoy la familia mexicana tiene el dilema de mantener de manera evolutiva sus creencias o eliminarlas para buscar otras que le proporcionen un significado para su vida y una nueva fuerza para las nuevas adversidades y contradicciones.