Eduardo Mendoza reivindica el humor al recibir el Premio Cervantes
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El autor de "La verdad sobre el caso Savolta", "Riña de gatos" o "Sin noticias de Gurb" contó cómo aprendió de Cervantes que se podía contar cualquier cosa "sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia".
Había prometido que su discurso sería una "lección cervantina" y así fue: el escritor español Eduardo Mendoza recibió hoy el Premio Cervantes de manos del rey Felipe VI, y lo hizo recordando con el sentido del humor marca de la casa lo reveladoras que han sido sus lecturas del "Quijote".
En el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), cuna de Miguel de Cervantes, Mendoza reconoció con humildad que no pecaba de insincero al decir que nunca esperó recibir el galardón.
"En mis escritos he practicado con reincidencia el género humorístico y estaba convencido de que eso me pondría a salvo de muchas responsabilidades. Ya veo que me equivoqué", señaló.
Los "designios de los hados literarios", como resaltó en su discurso el rey, quisieron que el año pasado se anunciara el nombre de Mendoza coincidiendo con el cuarto centenario de la muerte de Cervantes. Y "precisamente en el humor, cumbre de toda inteligencia literaria, es donde el autor barcelonés exhibe su condición de escritor cervantino", añadió el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo.
Mendoza, que el pasado enero cumplió 74 años, también aludió al humor del "Quijote", pero a ese que va más allá de algunos "espléndidos episodios jocosos" como el de los molinos de viento. Y es que según afirmó, el humor en la mirada de Cervantes sobre el mundo reclama de inmediato una complicidad entre autor y lector, imponiendo una relación secreta que nace con el "Quijote" constituyendo "la esencia de lo que denominamos la novela moderna".
El autor de "La verdad sobre el caso Savolta", "Riña de gatos" o "Sin noticias de Gurb" contó cómo aprendió de Cervantes que se podía contar cualquier cosa "sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia". Y aquello fue "un bálsamo y una revelación" para ese Mendoza adolescente que soñaba con ser escritor, "pero no sabía ni cómo ni sobre qué".
Después, ya hecho un bachiller "inexperto y pretencioso", le atrajo sobre todo la figura de Alonso Quijano, pues como el Caballero de la Triste Figura, él también quería "correr mundo, tener amores imposibles y deshacer entuertos". Y es que "un héroe trágico nunca deja de ser un héroe, porque es un héroe que se equivoca", afirmó. "En eso, a don Quijote como a mí, no nos ganaba nadie". Según Mendoza, además, "sin la incidencia atropellada de don Quijote, hidalgos, venteros, labriegos, curas y mozas del partido reposarían en la fosa común de la antropología cultural".
Esa es, a su juicio, la función de la ficción: "no dar noticia de unos hechos, sino dar vida a lo que, de otro modo, acabaría convertido en mero dato, en prototipo y en estadística". Y lo recalca porque "vivimos tiempos confusos e inciertos" que nada tienen que ver con la política y la economía. Un "cambio radical" afecta al conocimiento, a la cultura, a las relaciones humanas; en definitiva, a nuestra manera de estar en el mundo".
No pretende ser alarmista, "ni tiene por qué ser nocivo, ni brusco ni traumático". Y, discrepando de don Quijote cuando afirma que "no hay pájaros en los nidos de antaño" alegó que sí los hay, "pero son otros pájaros".
Como Cervantes hizo con las novelas de caballería, Mendoza parodia el género policíaco en su serie del detective anónimo inaugurada en 1978 con "El misterio de la cripta embrujada". Ésta, al igual que el resto de su obra, le ha valido tanto el apoyo de la crítica como la simpatía de un público fiel. Y a ello, subrayó, contribuyeron su "editor vitalicio" Pere Gimferrer y la desparecida agente literaria Carmen Balcells, "cuya ausencia empaña la alegría de este acto".
Con humildad, el escritor terminó alertando contra la vanidad -"una forma de llegar a necio dando un rodeo"-, pues premios como el Cervantes "entrañan un riesgo inverso al que corrió don Quijote: creerse protagonista de un relato más bonito que la realidad".
No obstante, "al que se echa a los caminos la vida le ofrece recordatorios de su insignificancia". Y él seguirá siendo el de siempre: "Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores".