El Buen Fin llega y los informales ¿se le unen?

Dinero
/ 18 noviembre 2016

Las compras impulsivas aprovechando el fin de semana más esperado del año y las aglomeraciones, ahora estarán en los mercados y puestos ambulantes

CIUDAD DE MÉXICO.- Impulsivos los compradores y visionarios los vendedores, el Buen Fin empodera el compro, luego existo, a fin de sacar el inventario de la tienda a como dé lugar; pero esta feria de oferta y demanda no sólo se realiza en las plazas comerciales o tiendas de prestigio registradas ante Hacienda.

Este 2016, por vez primera en la corta existencia del Buen Fin, se unirán comerciantes de mercados públicos, centros de abasto y sobre ruedas, aplicando emblemáticos descuentos que irán del 10 al 30 por ciento sobre sus productos, lo que generará —al menos eso espera el Fisco— ingresos por 300 millones de pesos.

Pero en México —por si no te habías dado tinta— todo funciona al revés, y a las autoridades financieras que dictaron esta medida incluyente para con el mercado informal olvidaron el detalle más nimio y reiterado, pero importante en demasía: es «informal».

La SHCP y aquellas personas de abolengo, que han cometido la negligente acción de no meterse a un tianguis en toda su vida, se deschavetan porque nomás no ven llegar el fin de semana para emular su sueño nopalero del Black Friday; mientras tanto, la gentuza de a pie ya se les adelantó; y para comprobar qué tanto se allanó caminó el negocio informal, no tienes que hacer otra cosa más que ir a Tepito:

¿Qué buscabas, carnalito? Tengo ropita, tenis, juguetes, celulares, tablets, mochilas, maquillaje —el vendedor baja la voz— motita, perico —mientras te escanea con la mirada de arriba abajo—. Pásale… Cualquier cosita, aquí ando, ¿eh? —y al final, cuando sabe que sólo vas a enchinchar su puesto, te barre y te deja ir”; no lo tomes a mal: nada personal.

Caminas, te dejas bañar por los pregones, el olor a michelada, la música salsa que pone el puesto de la acera contraria; observas al cielo, y no es azul, porque los manteados uniformes amarillos lo esconden celosamente —además de que lo sabes nublado detrás de la lona—; te fuiste coloreando el firmamento con la imaginación y el recuerdo; desciendes al piso, volteas a un puesto de ropa…

— Tengo de tu talla, rey. ¿Cómo cuál te gusta? —este valedor extiende su brazo tatuado para que haga las veces de ropero y presume tres pantalones: Levi Strauss & Co., Ralph Lauren y Tommy Hilfiger.

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— A ver, enséñame el de allá —señalas despectivamente con el índice uno que tiene colgado; lo debes decir desinteresado, con gesto aburrido e irritable—. Estoy buscando pantalones rectos y que no sean de colores chillantes —cierras la demanda: esperas la oferta.

Simón. Mira: éste está bonito, papi. Cálalo, es Vans, no se despinta porque el color viene desde la tela con que lo fabrican. Siempre lo doy en tres y medio o cuatro… Pero pues ahora que fue quincena y se viene el Buen Fin, lo ando rematando en dos bolas, ya para que te lo lleves; si no te gusta o no te queda, no le quites la etiqueta: me lo traes y te lo cambio”.

En el establecimiento vecino, una mujer pelirroja, piel blanca y piernas tatuadas con dibujos multicolor —acompañada de un musculoso de playerita pegada— se lleva tres gafas de sol —entre su repertorio destacan las clásicas Ray-Ban de gota, negras y polarizadas-cristal—; da mil pesos en efectivo y le devuelven doscientos cincuenta; regresas:

— Si me llevo tres o cuatro, ¿a cuánto me los dejas?

— Neta que lo estaba dando en doscientos cincuenta; ya pa’ que te lo lleves lo estoy regalando, carnalito: dos varos… y mira, me persigno por hoy —dice, mientras hace la señal de la cruz de su frente al centro del pecho, y de izquierda a derecha; por último, besa su mano.

Sigues la senda que te marcan las edificaciones comerciales levantadas con fierros, rejas, lazos, manteados y catres donde las mamás-comerciantes ponen la ensalada, el guisado, el biberón, el cuaderno de tareas de su criatura; y donde el solterón pone a la panzona —ya sea Corona, Vicky, León…— A la lejanía escuchas bullicio de mujeres.

¿Me enseñas esas botitas que tienes atrás? Claro que sí amiga, ¿Qué número buscabas? Cuatro. Pruébate esas. —La chica pisa sobre un pedazo de cartón para no ensuciar el modelo, lo observa contra un espejo colocado en el pavimento, y consulta— ¿Cómo se me ven, mami? Me gustaron, mi niña; se te ven muy bien. —La madre se dirige al vendedor—.”

— Y ¿a cuánto las das? Ya para llevarlas puestas.

— En novecientos, jefecita. Ya es precio. Y ese modelito está muy de moda. Está bonito y se ve bien, amiga —madre e hija se miran; la cara de la primera dice pues si quieres, al fin es tu dinero y ya casi llega el aguinaldo; y como respuesta, el rostro de la que nunca dejara de ser la bebé de la señora —amor de madre— anuncia que ¡pues ya!, desde hace buen rato tenía antojo de unas Timberland.

Sigue el borlote con la demás concurrencia: regatean, prueban calzado, sacan y meten dinero, piden prestado a los familiares o amigos y ahorita que pasemos al cajero te pago; aprovechan las gangas para comprar a los niños los tenis de educación física, las mochilas y adelantar uno que otro elemento, para ayudarle a los Reyes Magos y al gordo que viste de rojo Coca-Cola.

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Siéntate, mi vida, tenemos lugares: ¡chilaquiles, tortas ahogadas, ensaladas, alitas, guisados de todo tipo mi genteeee! ¡Ya no le busque, ya no le juegue! ¡Aquí hay buen precio! Pura comida de verdad, bien despachadita y sabroooosa. ¡Tenemos postres, refrescos fríos y aguas frescas!”, dice la señora gorda, con mandil de frutas dibujadas.

— Aquí tienes la carta, mi amor. En un momento regreso y te tomo la orden, ¿si, cariño? Checa las ofertas del Buen Fin —se endereza y grita a un chalan—: ¡Pepe, llévale una silla a la señora! ¿¡Qué no ves que busca lugar!? —Se refiere a una comensal recién llegada; de nuevo dirige la mirada hacia ti, te sonríe, muestra sus dientes perfectamente alineados, y arguye en un susurro—: … pinche chamaco huevón.

El pobre y atolondrado Pepe desearía tener diez brazos más, pero ya se le juntó la gente que pide alimentos, que entrega billetes para que les cobren, y no faltan los que nada más obstruyen los de por sí estrechos caminos comerciales, mirando el menú colgado en la parte superior tan sólo para preguntar, ¿qué lleva el chile en nogada?

Pero señorita, no me sale la cuenta que usted me entregó, ¿si me está aplicando los descuentos que dicen? A ver, fueron… dos platos de chuletas en chile pasilla, dos sopas de elote, dos aguas de Jamaica y un refresco, y un flan, ¿correcto? Sí —la empleada, aturdida por la sobrepoblación, entrega una nota al cliente, dejando que su silencio lo insulte”. 

El dato
-Autoridades buscan la inclusión de negocios informales en este evento comercial; pero olvidaron un detalle: en México todo funciona al revés

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