Fellini sueña en cómic

Vida
/ 4 enero 2018

El dibujante español Tyto Alba firma una novela gráfica en la que los recuerdos del director de cine se mezclan con sus sueños y fantasías

MADRID.- “No me siento preparado para eso que llaman la existencia normal”, confesaba el director italiano Federico Fellini en el documental Fellini, “Soy un gran mentiroso” (2003). El genio jamás vivió en el mismo mundo que sus congéneres. Su “natural inclinación” hacia la invención, como solía repetir entrevista tras entrevista, no se lo permitía. La necesidad de proyectar sus fantasías era tal que los acontecimientos nacidos en su imaginación tenían para él más veracidad que los que ocurrían. Esa realidad tan peculiar y personal, en la que se mezclaban tanto sus recuerdos cómo sus deseos y sueños, es la que el dibujante Tyto Alba (Badalona, España 1975) ha conseguido plasmar fielmente en su última novela gráfica, Fellini en Roma.

Alba ha decidido adentrarse en el universo del monstruo del cine atraído por ese mundo tan suyo, hecho de personajes a la vez sutiles y caricaturescos, “que se mueven dentro de los sueños con un toque profundo, lírico, poético y a veces melancólico”. Y así aparece Fellini en la obra del dibujante. Un director ya muy mayor, aquejado de insomnio, que deambula cada noche por las calles de Roma. “Me gustaba la imagen de ese personaje que tenemos asociado a las multitudes, al ruido, al circo, de repente caminando solo en silencio con sus pensamientos”, explica Alba.

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Mientras recorre las calles de la Ciudad Eterna, Fellini recuerda los grandes momentos de su vida: la primera vez que vio un circo cuando aún era un niño y vivía en Rímini; su llegada a Roma y sus primeros pasos como caricaturista en la revista satírica Marc´Aurelio; su encuentro con el actor y director Aldo Fabrizi, y luego con el amor de su vida, su Gelsomina de La Strada, la actriz Giulietta Masina; sus primeros rodajes en Cinecittà; su amistad con Roberto Rossellini y Marcello Mastroianni, el asesinato de Pier Paolo Pasolini; e incluso, al final del relato, su propio encuentro con la muerte.

En esos paseos nocturnos, se imbrican sus sueños y en particular los que tuvo y dibujó diariamente entre 1960 y 1982, aconsejado por su psicoanalista junghiano Ernst Bernhard. Recopilados en El libro de mis sueños, esas visiones nocturnas han sido claves en el proceso creativo feliniano. Sus fantasías, a menudo eróticas, también protagonizan la novela gráfica de Alba, como la aparición de una Anita Ekberg, arquetipo de la mujer deseada en La Dolce Vita, monumental y voluptuosa. Pero también sus angustias más profundas, su miedo a la muerte, encarnado por un amenazante león que inspiró uno de los tres anuncios que Fellini realizó, poco antes de fallecer, para el Banco de Italia. Se pueden ver hasta el 21 de enero en la exposición Fellini, sueños y dibujos, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

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El dibujante —que demostró en sus obras precedentes una predilección por el género biográfico con La casa azul, dedicado a las artistas mexicanas Frida Khalo y Chavela Vargas, o La vida, sobre la relación entre Pablo Picasso y el amigo del pintor, Carles Casagemas— ha sabido restituir con una gran precisión incluso los detalles más desconocidos de la vida de Fellini. Cualquier amante del director conoce su fascinación por el circo, pero pocos saben que obligó al equipo de rodaje de La Strada a repintar la carpa de gris para que apareciera retratada exactamente como en el recuerdo de su infancia. 

Esa anécdota, contada por su antiguo asistente director, Gerald Morin, en el documental Sur les traces de Fellini, por lo visto tampoco escapó al impresionante trabajo de documentación que sustenta la obra de Alba.

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Roma, el escenario de los paseos nocturnos de Fellini, es quizá el segundo personaje más importante de esta novela gráfica, cuyo ambiente y colores están reproducidos con realismo por las delicadas acuarelas en tonos pastel de Alba. Más allá de la estética, quizá el mayor logro del dibujante ha sido conseguir plasmar la fascinación que sentía el director de cine por la capital italiana, omnipresente en sus películas. El cineasta aseguraba que odiaba viajar y se confesaba perdido fuera de su ciudad. Alba elige una anécdota en particular para restituir este vínculo. Fellini, invitado a cenar en la casa de una familia de la alta burguesía romana, cuenta cómo al terminar, el patriarca, con una total naturalidad, invita a los presentes a “salir a la calle para ver Roma”. Simplemente salir y contemplar la belleza de Roma. “¿En qué otra ciudad podría suceder una cosa similar?”, se pregunta el Fellini de Alba. 

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