Fuller House: Las trampas de la nostalgia
COMPARTIR
TEMAS
Como en cualquier relación, irremediablemente siempre existe un momento para sacar el cobre. En mi relación con Netflix yo lo saqué, quizá, al chutarme como seis episodios de “El Señor de los Cielos” –la mancha en mi registro– y ahora Netflix me responde con la misma moneda al revivir en forma de pesadilla uno de los programas que marcaron mi infancia.
“Fuller House” se tiene que medir con dos varas. Primero está ese espantoso capítulo piloto que funcionó de reencuentro/homenaje y en el que vimos regresar al elenco en pleno, a excepción, claro, de las inteligentes gemelas Olsen que tomaron la mejor decisión al alejarse por completo de este ridículo proyecto.
“Our Very First Show, Again” es el nombre del capítulo que contó nuevamente con la pluma de Jeff Franklin, creador de la serie original que inició en el 87 y terminó en el 95. Es una especie de mala broma traicionada además por las ansias de dinero fácil y la estúpida nostalgia.
Este episodio reúne a Bob Saget, John Stamos, Dave Coulier y Lori Loughlin, los veteranos del elenco original, con las mujeres Tanner, ya bastante creciditas, porque resulta que la mayor de ellas, D.J. (Candace Cameron) queda viuda y al cuidado de tres hijos y necesita de toda la ayuda disponible.
El capítulo es una de las cosas más extrañas e irrisorias que me ha toca ver en todos estos años escribiendo sobre series de televisión. Es un capítulo mal contado, acartonado, cursi hasta la pena ajena. Se supone que todas las referencias a la serie original deberían magullarnos un poquito el corazoncito de pollo o al menos sacarnos una sonrisa de la memoria. ¡Pues nada de nada! A mí solamente me dejaron con cara de “por favor díganme que esto no está sucediendo…”. Hay, incluso, lo que premié como EL PEOR MOMENTO, una escena donde John Stamos interpreta una melodía de antaño. Definitivamente vergonzoso.
Este episodio en extremo empalagoso da origen a lo que será la nueva versión de la serie familiar. Ya para el segundo capítulo “Fuller House” se adapta al formato en el que se desarrollará: algo menos absurdo, pero igual de desafortunado. Ahí las que agarraron hueso fueron quienes hace treinta años eran las niñas del programa, que ahora se convierten en las protagonistas.
La nueva versión, en teoría, es igualmente cándida como su predecesora, e intenta rescatar esa comedia ligera y boba de algunas series de televisión de antaño. El problema es que 30 años SÍ han marcado la diferencia en la realización televisiva, así que estos resurgimientos que no se adaptan a la modernidad pecan de facilones, ingenuos y oportunistas.
¡Por favor! ¡Que a nadie se le ocurra traer de vuelta a “ALF” o “Home Improvement”!, porque entonces sí me entra el agrio coraje y el infarto.
Mi calificación para “Fuller House”: 20 de 100. Mi recomendación: No se arruinen un buen recuerdo y pasen de largo.
Mi Twitter: @CalladitaR