Jaime Torres Bodet, el pensador humanista y poeta fino

Vida
/ 17 abril 2017

Promotor de la Campaña Nacional de Alfabetización, y precursor de los museos Nacional de Antropología y de Arte Moderno, Torres Bodet fue un pensador humanista, un poeta fino, elegante y de gran fuerza expresiva.

Pilar de la vida cultural e intelectual del México del siglo XX, Jaime Torres Bodet es recordado en el 115 aniversario de su nacimiento por sus aportes como literato, funcionario y diplomático, que supo dilucidar los problemas de la cultura, la educación y la concordia internacional de México y el mundo.

Promotor de la Campaña Nacional de Alfabetización, y precursor de los museos Nacional de Antropología y de Arte Moderno, Torres Bodet fue un pensador humanista, un poeta fino, elegante y de gran fuerza expresiva.

Perteneció a las filas de los jóvenes escritores de la generación vanguardista, surgida en los primeros años del México posrevolucionario, su obra como autor comprende poesía, ensayos y estudios literarios, novelas y relatos; prólogos y traducciones.

De acuerdo con el sitio “gob.mx”, para quien fue secretario de Educación Pública en los años 20 del siglo pasado, la poesía fue una tarea permanente, publicó 14 títulos; el primero en 1918 y el último en 1958, en esos 40 años su propuesta poética cambió, pero predominó su interés por la búsqueda del encuentro del ser consigo mismo.

Mientras que como narrador se considerara apenas un experimentador, con novelas y cuentos que se alejaron del realismo para insertarse en una atmósfera más intimista.

Torres Bodet nació el 17 de abril de 1902 en la Ciudad de México. Después de licenciarse en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), comenzó trayectoria en el servicio público.

De acuerdo con datos biográficos publicados por la UNAM, fungió como secretario del rector de la Universidad, José Vasconcelos (1882-1959), se desempeñó como secretario de Relaciones Exteriores y de Educación Pública en dos ocasiones y ha sido el único mexicano en ocupar el puesto de director general de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Entre sus logros como funcionario público en el ámbito de la cultura y la educación destacan además de la Campaña Nacional contra el Analfabetismo (1944-1946), el programa de libros de texto gratuito para las escuelas de educación básica, así como su injerencia en la inauguración de nuevos planteles de la Escuela Normal, del Conservatorio Nacional de Música y de la Biblioteca de México.

A la par de su fructífera carrera diplomática y política que se prolongó de 1929 a 1971, Torres Bodet ejerció intermitentemente su vocación por las letras, que lo llevó en la década de 1920 a unirse a los Contemporáneos, al que pertenecían plumas como la de Salvador Novo (1882-1959), Xavier Villaurrutia (1903-1950), Jorge Cuesta (1903-1942), José Gorostiza (1901-1973) y Bernardo Ortiz de Montellano (1889-1949), entre otros.

El sitio “Memorial Político de México” resalta las aportaciones que hicieron los Contemporáneos al paisaje literario e intelectual de aquella época: la renovación estilística en teatro, poesía y crítica, que luchaba contra el “acendrado nacionalismo estético de otros escritores” de aquellos tiempos.
Su primera entrega novelística fue “Margarita de niebla” (1927) un par de años antes de que la revista “Contemporáneos” viera la luz a partir de un volumen de ensayos literarios que escribió bajo el mismo nombre.

Aunque su producción literaria y poética no es tan evocada como sus logros en cargos públicos, Jaime Torres Bodet fue un autor consagrado.

Ignacio Sánchez Prado, profesor asociado de Literatura mexicana y estudios latinoamericanos en Washington University in Saint Louis, califica la poesía de Torres Bodet como “estéticamente equilibrada” entre la forma y el fondo, en la que el escritor apelaba a los valores humanos del modernismo mientras reivindicaba el clasismo del verso.

Jaime Torres Bodet formó parte también de la Academia Mexicana de la Lengua y de El Colegio Nacional. Fue distinguido con el Premio Mazatlán de Literatura (1968) y el Premio Nacional de Letras (1966).

Murió en la Ciudad de México, el 13 de mayo de 1974. Sus restos permanecen en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores, en esta capital.

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