Los abuelos y el Amazonia
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¿Qué significan los abuelos en la historia de una familia y el incendio en el Amazonia para la familia humana? ¿Qué analogía puede existir entre la paulatina extinción de los abuelos y el incendio que ya consumió 500 mil hectáreas de bosque tropical?
Si a usted le gusta entretenerse con el juego de serpientes y escaleras que dependen de unos dados, esta pregunta también lo entretendrá un poco, aunque no depende de la suerte de los dados sino de la reflexión y sus respuestas.
Ambos, abuelos e incendio, sufren un proceso de extinción. Unos se extinguen paulatinamente a diferentes velocidades, el otro extingue no sólo la selva y sus bosques a una velocidad vertiginosa. Unos son las raíces invisibles que generan la savia de valores y costumbres en cada familia, mientras la selva amazónica es el pulmón que aporta el 20 por ciento del oxígeno de la familia humana. Unos han absorbido los golpes, desgracias y frustraciones de su familia a lo largo de su vida, mientras la selva amazónica absorbe diariamente desde hace milenios mil millones de toneladas de dióxido carbónico que enferma los pulmones de cada ser viviente sin distinción de raza, color o condición económica.
Cada abuelo camina hacia su extinción final, pero la subespecie de abuelos se multiplica geométricamente con cada nieto que nace cada día. Se requiere que dejen de nacer nietos para que se extingan las raíces de la humanidad. El incendio del Amazonia crece, camina y se multiplica con su fuego omnipotente que hace ver a Brasil y a las organizaciones internacionales su impotencia, no sólo política y técnica, sin reconocer algo mucho más grave: su codicia, su soberbia irresponsable que ha interpretado la salud ecológica como un simple catarro que contamina con sus mocos de humo al hogar humano llamado Tierra.
A los abuelos les pasa lo mismo. Son descartados del radar de los problemas nacionales y mundiales porque ya no son productivos. Sus fuerzas físicas, sus enfermedades y su declinación psicológica van convirtiendo su experiencia de la realidad humana y sus opiniones en sonidos de silencio social o en meras anécdotas del pasado. Cuando denuncian el dióxido de carbono que contamina al espíritu humano, son tachados de pregoneros de lo anacrónico. Cuando resaltan los valores y actitudes de un futuro que ellos ya vivieron, reciben como respuesta una sonrisa, más para complacer que considerar.
La aportación del fuego a la humanidad ha sido fuente de progreso, desde que fue utilizado para convertir el hierro en una rueda, hasta el día de hoy que transforma la chatarra de un bote en un monoblock de un auto. La aportación de los abuelos es invisible y tan cotidiana que forma parte del ser de una familia. Las sonrisas que despierta, los abrazos genuinos que recibe, los cuidados que les ofrece, son señales tan normales como las luces de una casa, nadie las ve excepcionales y, sin embargo, iluminan y despiertan el fuego del hogar.
El mundo está identificando su negligencia ecológica desde que descubrió la contaminación de los mares y sus peces con los que nos alimentamos; desde que descubrió el veneno de los plásticos y ahora la vorágine del fuego. Sin embargo, los gobernantes solamente se ocupan cuando los ciudadanos toman conciencia, gritan, se manifiestan irritados, cuando nos estamos acabando el mundo de las flores y de las abejas que ya no son solamente adorno sino semillas de nutrición.
Sin embargo, el mundo de los abuelos cada vez es más descartado de nuestro mundo social. Han sido orillados a la pasividad y al silencio. Sus opiniones son imprudentes –como si los adultos y los jóvenes fueran ahora la fuente de sabiduría–. Se le ha prohibido corregir, cuestionar, añadir su experiencia e información a la vida familiar de hoy que es experta en la discusión y los derechos humanos. Y ellos están excluidos al sostener sus puntos de vista del siglo pasado, que no han pasado sino que han permanecido durante milenios.
Los gritos, trifulcas, conflictos, reproches, silencios, aislamientos de los abuelos no son ni gratuitos ni recomendables para la vida familiar. Son vorágines tan semejantes a los vientos del Amazonia que denuncian negligencias catastróficas para la humanidad y la familia, que requieren ante todo reconocer la negligencia y no sus explosiones, descubrir las acciones u omisiones cotidianas crónicas que ilusionan con una comodidad económica, pero eliminan la autocrítica: la única ventana por la que podemos ver la gravedad del problema y las formas como estamos colaborando para que la voracidad y el fuego del orgullo se vuelvan inextinguibles en la familia y en el Amazonia.