Patrocinio, Coahuila: el cementerio de los Zetas del que nadie dijo nada

Tres años pasaron para encontrar este campo de exterminio con 4 mil 600 restos óseos y recuperar una historia de la que nadie dijo nada por miedo

Torreón
/ 3 noviembre 2016
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Por: Jesús Peña
Fotos y video: Omar Saucedo
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza

Sí.
Aquí andaban, aquí se paseaban, “como Pedro por su casa”.
Me está contando Martha Alicia Ramírez Franco, una mañana, frente a la primaria del ejido Patrocinio.
Sí.

Hubo un tiempo en que los zetas llegaron y se adueñaron del pueblo.

Ocurrió entre 2009 y 2013, la época más violenta que se recuerde en Coahuila.

¿Cómo y cuándo llegaron los zetas a Patrocinio?, quién sabe, llegaron y ya.

“Aquí estuvieron los meros, meros zetas, acampados en una pinabetada que está para acá, pero nunca supimos de que pasaran con cuerpos o…”.

Dice Martha Alicia, una lugareña de Patrocinio, y me señala un sendero al final del rancho, donde un sol de perros aporrea el polvo.
“Pasaban allá por mi casa y ahí se bajaban. Eran muchos oiga. Nosotros mirábamos”, dice Martha.

-¿Venían seguido?

-Sí, todos los días y a cada rato.

-¿Y ustedes?

-No dormíamos…

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Donde quiera se miraban en los mogotes del monte los tanques esos. Mi cuñado, que tenía vacas y las traiba para allá, decía que miraba las osamentas quemadas, pedazos de huesos, cráneos, pero nunca reportó nada por miedo a que le fueran a hacer algo. Se alarma uno dice ‘¿quiénes serían esos cristianos?’, pos sabrá Dios”

Amparo Alvarado, la catequista y encargada de la capilla de la Virgen del Patrocinio, que está con Martha y conmigo, me platica que allá, en la pinabetada, un paraje solitario a la salida del ejido, los zetas armaban sus aquelarres, sus pachangas al aire libre con cerveza y carne asada. 

“Nosotros pasábamos, pero nunca hablábamos con ellos ni de chiste, estaba uno arriba de una Durango con el riflote puesto”, dirá Roberto, el presidente de vigilancia del lugar.

Después entraron al pueblo, se posesionaron de las casas de adobe que estaban abandonadas y convirtieron la cancha del rancho en un punto de venta de drogas para los jóvenes adictos de Patrocinio y sus alrededores.

“Llegaban como Pedro por su casa, agarraban agua de los tinacos y se iban”, dice Martha.

-¿Y ustedes qué les decían?

-No, dónde les íbamos a decir...

-¿Echaban bronca ellos?

-Hasta eso, nunca nos dijeron nada.

La gente en Patrocinio se quedaba nomás mirando cómo los zetas cruzaban por el pueblo a toda velocidad en sus trocas de lujo, pero nadie dijo nada.

“La gente nunca dijo nada. Eran tiempos muy difíciles y estaba muy hermética la gente y ahorita la gente de estos ejidos está muy temerosa”, me dirá con los días Luis Martín Tavares Gutiérrez, historiador de San Pedro, Coahuila, municipio al que pertenece Patrocinio.

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Y Tavares Gutiérrez tiene razón: en Patrocinio el hermetismo se huele y el miedo se presiente.
Lo noto a mi llegada un mediodía en que el calor tatema la piel, el polvo se mete por los poros y las moscas no dan tregua.

“Cuénteme de Patrocinio”, le digo a una señora que viene pasando con dos muchachas risueñas por la calle principal del pueblo, la única asfaltada, pero sin banquetas,  lámparas ni cloacas.

“Neeee”, resopla la mujer, “¿por qué?”, le pregunto

-Pos porque ya han venido muchos,

-¿Ah sí?, ¿quién vino?

-La otra vez vinieron un montón de soldados, yo digo ‘pos es su pinche jale, que lo hagan’.

Dice la señora que ni un momento se ha parado en la calle a charlar conmigo y por eso he tenido que, casi, perseguirla dos cuadras caminando. 

Dice que ella no estaba aquí y que no, que “no le puedo decir nada”.

La gente de Patrocinio es huidiza, pienso.

Más allá, sentadas a la sombra de unos árboles que dan mucha sombra en el solar de una casa de tierra, miro a unas mujeres que están pelando nueces, la única fuente de empleo que hay en el ejido por este tiempo, sabré después.

Les digo a las señoras que quiero que me platiquen lo que pasó aquí.

De pronto una de ellas se levanta y viene a mi encuentro, desafiante.

“¿Qué?, ¿qué quiere?”, dice.

Y dice que no sabe nada.

Cuando intento atravesar el solar de la casa, le digo, porque quiero ver cómo pelan la nuez sus compañeras, me echa a la calle con un ademán.

Y yo siento como si me hubieran dado una patada en el culo.

Cayendo la tarde estoy con Amparo Alvarado Estrada, la catequista del rancho, en la sala de su casa de espesas paredes de adobe y techos de madera.

Ella me cuenta de unos hombres en motos que algunas noches paraban afuera de su choza, aprovechando que el foco de la calle estaba prendido, y se ponían a hablar en clave.

“Decían ‘que tú debes tantas y que yo sabe qué tantas y que a ti te voy a dejar 25’ y que no sé qué. Y luego se comunicaban con otros, pero en puras claves de números”.

-¿Andaban en motos?

-No y en camionetas.

Pasaban allá por mi casa y ahí se bajaban. Eran muchos oiga. Nosotros mirábamos. Todos los días y a cada rato. No dormíamos"

Amparo dice que una de esas noches, vio a un piquete de soldados corriendo por el pueblo detrás de uno de los hombres aquellos de las motos que saltó por unas ruinas y escapó.

¨Los soldados no lo vieron, yo sí, vi que se escondió en esas ruinas de enfrente y ya no salió”, dice.

Pero, sí, aquí andaban, aquí se paseaban los zetas, me cuentan en Patrocinio.

Fue cuando se empezó a ir el agua de las llaves del rancho, que ya no caía agua de las llaves y las mujeres se levantaban en la madrugada, 2:00 ó 3:00 de la mañana, a agarrar agua y miraban pasar muchas camionetas que no eran de aquí.

“Así es de que aquí era la pasada de ellos”, dice Amparo.

Entonces Amparo y su esposo eran muy amantes de ir al monte a cortar gobernadora y flor de peña, para adornar su casa, el nacimiento en diciembre.

Cuando empezaron los avistamientos de los tanques esos de 200 litros, donde los zetas cocinaban a sus víctimas, Amparo y su marido se desterraron.

“Donde quiera se miraban en los mogotes del monte los tanques esos. Mi cuñado, que tenía vacas y las traiba para allá, decía que miraba las osamentas quemadas, pedazos de huesos, cráneos, pero nunca reportó nada por miedo a que le fueran a hacer algo. 
Se alarma uno dice ‘¿quiénes serían esos cristianos?’, pos sabrá Dios”.

Fue cuando las cosas se pusieron feas en San Pedro, Coahuila, por la delincuencia, que hubo mortandad.

“No pos aquí entraban y uno nomás no les hablaba ni nada. Veces decían ‘buenos días jefe’ y ya. Yo decía ‘Dios los bendiga’. Pasaban pa allá pal monte, ganaban que pa la cuchilla y que no sé qué. Volvían y se iban pal lado de San Pedro”.

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Me cuenta Claudia, otra vecina de Patrocinio, esa misma tarde en casa de su mamá, que es una tienda de abarrotes con apenas unos refrescos y unas fritangas.

-¿Cómo eran las trocas esas?

-Unas blancas, unas negras, motos y todo andaban ellos.

Mientras estoy con Claudia oigo de pronto rumbar una moto y siento que se me hiela la sangre.

Es miércoles por la tarde en Patrocinio, un ejido ubicado a unos cuatro kilómetros de San Pedro, Coahuila, con sus calles de tierra floja y sus casas de adobe con techo de madera, sus cercas de ramas de mezquite, sus lilas en la puerta, porque son las plantas que más de dan en la Laguna, dado que necesitan menos agua y aquí es un lugar árido, y sus tinacos en plena calle, pa que cuando pase la pipa del agua potable, que manda la municipalidad cada ocho días, los llene, porque aquí en Patrocinio no hay agua potable.

Es la 1:00 y el pueblo parece tan tranquilo y sin gente, que…

Si acaso se oye el cacareo de las gallinas, el ladrido de los perros, el griterío de los chicos de la escuela y alguna canción norteña 
que sale por la ventana de una choza.

Y es verdad, me dirá la gente de aquí, Patrocinio es un ejido tranquilo, pacifico, donde todos se conocen y se saludan.

“Las persona de la comunidad tienen alguna fiestecita y nos invitan a los maestros a convivir con ellas y convive uno un rato y ya se retira uno, pero aquí son tranquilos”, dirá el profe Emilio, director de la escuela del pueblo.

-¿Qué escuchaba de Patrocinio?

-Lo único que escuché, en aquellos años, era que estaba difícil venir para acá, más de noche, pero aquí es tranquilo.

Tranquilo dice el profe Emilio.

Por eso es que a la gente del pueblo le extrañó ver en la tele la noticia de que unas personas habían encontrado fragmentos de huesos humanos en el monte, en un sitio al que ellos llaman el eriazo.

Eriazo: dicho de una tierra o de un campo: Sin cultivar ni labrar, según el diccionario de la Real Academia Española.
Son las tierras de Patrocinio que, desde hace años, quedaron ociosas por la falta de agua y de créditos para los campesinos.

“Dije ‘ah caray’, me sorprendí. ‘ah chingao, pos esto es por el tajo’. Dije ‘uh, qué caray’. Aquí ni cuenta nos dábamos de todo ese desmadre que había”, dice Leandro López Palafox, el juez auxiliar del rancho.

Pero dice que ya se oían pláticas de los chiveros, de los vaqueros, de que en el monte de Patrocinio, estaba pasando algo muy cabrón. 

“Decían ‘no, allá está cabrón, hay tanques donde queman, hay mugrero, se oyen gritos’, dije ‘ah cabrón, ¿cómo?’, inclusive ya no cuidaron chivas pa allá, se retiraron”.

Pero nadie dijo nada.

La gente de Patrocinio se quedó callada, dicen que por miedo.

Una señora que vive en la última casa del rancho dice simplemente que no sabía:

“Uno no sabe de eso, porque pos uno estaba aquí en la casa, uno no sale. Nosotros nos acostamos y nos acostamos a dormir. Nosotros ya pa las 8:30 estamos dormidos. Por eso ni en cuenta”.

-¿Y no lo vio en la televisión?

-No pos es que televisión no tengo

-¿Ni en el feis?

-Ni tengo celular.

Entonces Patrocinio era un lugar desconocido, ignorado, por mucha gente, hasta que pasó lo que pasó.

“Les digo ‘no, patrocinio ya se hizo bien famoso. No sabían dónde era y ahora hasta en el Canal de Las Estrellas hemos salido”, me dirá riendo Amparo, la catequista del pueblo.

Un diccionario geográfico debería decir de Patrocinio que es un ejido marginado de la Comarca Lagunera, con una superficie de dos mil 360 hectáreas y una población de 60 ó 70 familias, que medio viven de la siembra de algodón, maíz, frijol, melón, sandía, calabaza y escoba; de hacer carbón de mezquite y de venderse, los más jóvenes, como obreros en las maquiladoras de la región.

“El presiente municipal de San Pedro (Juan Francisco González) nunca hizo caso, ya va de salida; el gobernador Moreira no se para, no atiende razones. Aquí a nosotros nos tienen olvidados, no de ahora, de hace años”, dirá Isidro Torres González, un ejidatario.

En Patrocinio no hay agua potable, tampoco pavimento, drenaje ni luminarias y los ejidatarios han tenido que vender o rentar sus tierras a falta de agua y créditos para sembrar, sin contar con que hace ya como ocho meses que no llega el Procampo. 

“Oiga el Procampo no nos lo han entregao y ya donde vamos. No, ya ni chinga este gobierno. Chingao”.

Dice Roberto Alvarado, el presidente de vigilancia del ejido, una tarde que nos quitamos el sol debajo de una lila que hay en el solar de su casa, junto a una morita que puso su nuera.

Roberto habla y habla y habla y habla.

Es una máquina de hablar.

Me cuenta que tiene un hijo muy enfermo de las hemorroides, que cada vez batalla más para conseguir maíz barato pa la siembra, que hace tiempo perdió un ojo y que la otra madrugada se ahorcaron dos marranos con el alambre de la cerca del solar.

De su monólogo atropellado y a ratos ininteligible, atrapo al vuelo que hace algunos años, justo cuando la violencia recrudeció en San Pedro, trabajaba él en una pequeña propiedad del ejido San José, muy cerca del sitio donde el Grupo Víctimas por sus Desaparecidos en Acción (VIDA), encontró más de cuatro mil 600 restos óseos. 

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Se oía el lloradero oiga, gritos de dolor, donde hacían lo que hacían con la pobre gente y en las noches que andábamos regando, n’ombre muebles que pasaban pa’ allá y pa’ acá. Esos desgraciados tanques que salen en la tele nosotros los mirábamos. Yo me salí del jale, le dije al mayordomo ‘sabes qué güey hasta aquí llego’”

Roberto jura que algunas noches que salió a regar, escuchó llantos y gritos de dolor, que provenían del monte.

“Se oía el lloradero oiga, gritos de dolor, donde hacían lo que hacían con la pobre gente y en las noches que andábamos regando, n’ombre muebles que pasaban pa’ allá y pa’ acá. Esos desgraciados tanques que salen en la tele nosotros los mirábamos. Yo me salí del jale, le dije al mayordomo ‘sabes qué güey hasta aquí llego’”.

Una de aquellas tardes que Roberto andaba haciendo leña en el monte con su mujer, en su tartana, se topó con unos hombres de una camioneta que no se parecía a las troquitas que él miraba rodar por el pueblo.

“Un camionetón, pero súper, yo dije ‘ah chingao’, me saludaron, ‘¿qué anda haciendo?’, les dije ‘aquí ando haciendo una leñilla’. Se enfilaron ellos rumbo a donde el sol sale y yo, no pos ni la leña cargué, le dije a mi vieja ‘vámonos’. Yo no salgo ya solo porque le da a uno temor”.

Pero Roberto no dijo nada.

A dos cuadras de ahí, las muchachas de la tienda que está donde topa la calle principal del pueblo, me están platicando que ellas se enteraron por feis de los hallazgos de huesos humanos en el eriazo.

“No nos imaginábamos esto, porque aquí no pasaba nada de que miráramos ‘ái pasó alguien que no es del rancho’”.

-¿Nunca vieron movimientos raros o gente desconocida?

-Cuando había baile había gente de todos lados, pero se acababa el baile y se iban.

-¿Qué pensaron cuando supieron lo de los restos?

-Corremos mucho peligro en el rancho…

El sol rostiza como brasa y el aire, cargado de polvo, asfixia esta mañana en el eriazo del ejido Patrocinio.
Voy caminando con Guadalupe Bordallo Rodríguez, el comisariado, por una especie de brecha en el monte, bordeada de mezquites, donde hace algunas semanas el Grupo VIDA descubrió un cementerio clandestino, y me siento como un profanador de tumbas.   

A un lado de la brecha hay un canal seco, viejo y largo, por el que hace años corría un caudal de agua que bañaba estas tierras, antes fecundas.

La brecha, que parece más bien un pantano de polvo, donde a cada paso que das te hundes, está plagada de pisadas de suelas y excavaciones, señal, pienso, de que recién anduvieron por aquí las familias de VIDA.

Guadalupe me está diciendo que estas tierras no pertenecen a Patrocinio, sino a otros ejidos y me enseña, hincado sobre el polvo, unos planos que no entiendo.

Durante nuestra excursión por la brecha hemos visto montones de zapatos y retazos de ropa regados por todas partes. 

Yo lamento que estas prendas no hablen para que me cuenten su historia y la de sus dueños.
Guadalupe dice que es la basura que la gente de los ranchos aledaños viene a tirar aquí.

Y dice que los medios han manchado la imagen de Patrocinio.

Entonces me acuerdo de lo que me dijo Martha Alicia Ramírez Franco, una vecina del rancho, la tarde que la conocí.

“Va uno a algún lado y dice que es de Patrocinio y la gente luego, luego ‘¿ah es donde están los muertos?’, no les digo ‘Patrocinio es el ejido, fue en las tierras del ejido, pero no es en el ejido, en el rancho no fue’. Pos dirán lo que dirán, pero uno ni en cuenta”.

De regreso por el monte con Guadalupe, el comisariado de Patrocinio, Isaac Moran, un campesino que tiene su corral de animales, - cóconos, marranos, chivas y una gallina con sus pollitos- , en las entrañas del llano, me cuenta que:

“Pos sí, mirábamos muebles así que… por los caminos”.

-¿Vio los tambos?

-Pos sí, de repente, al último, pero uno decía, ‘pos quién sabe, asarán carbón ahí’, o no sé.

Cuando Isaac miró en la televisión la noticia de que habían hallado huesos humanos muy cerca de donde él labora, le dio escalofrío:

“Sí, pos es que ta canijo porque aquí está en corto y piensa uno ‘pos ta cabrón’ y uno aquí en un lado, dices ‘si antes no vinieron a chingarnos también a nosotros aquí’. Está cabrón”.

De regreso Cirilo de la Paz, un vaquero, me está contando que de vez en vez los zardos llegaban al monte preguntaban por los “malos”.

“‘¿Qué?, ¿dónde andan los malos?’, decían y uno ‘no, nosotros no vemos nada’. Es que vienen y nos siegan señor, si pilla uno. Ellos (los malos) pasaban hechos la fregada pal monte y qué les decía uno, no les decía nada. Usté sabe que donde quiera 
dejaban tiradero aquellos hombres y ta cabrón”.

El presiente municipal de San Pedro (Juan Francisco González) nunca hizo caso, ya va de salida; el gobernador Moreira no se para, no atiende razones. Aquí a nosotros nos tienen olvidados”

Y de regreso Lorenzo Rosas, un ejidatario de Patrocinio, dice que a él también le tocó ver las motos de los zetas perderse por el monte.

“Hubo un tiempo que transitaba gente y uno como se dedica al campo, yo voy a jalar y ya, vámonos, pasó, quién sabe quién pasaría. Pero sí mucha gente desconocida se ha cruzado por aquí”.

-¿Cómo?

-Pos a veces los veía uno en las motos, pasaban motos, pasaban trimotos.

Pero nadie dijo nada.

Rayando el sol de otra tarde en Patrocinio, platico con Urbano, hijo de ejidatario, frente a la cancha del pueblo.

Fue aquí, en la cancha, me dice Urbano, que los zetas tenían su punto de venta de droga, lo mismo que en algunas casas 
abandonadas a las orillas del rancho.

“En la cancha había un puntillo. Ahí la hacía un morrillo vendiendo droga”.

-¿Denunciaron?

-No pos es que uno tenía miedo.

Decían ‘no, allá está cabrón, hay tanques donde queman, hay mugrero, se oyen gritos’, dije ‘ah cabrón, ¿cómo?’, inclusive ya no cuidaron chivas pa allá, se retiraron”

En el rato que llevo conversando con Urbano he visto a unos niños paseando en bicicleta, a otros retozando en el parque de juegos destartalados y a otros echando guante en la calle con una pelota de béisbol bol.   

Ahora estoy con Amparo Alvarado, la catequista del pueblo, en la capilla de la Virgen del Patrocinio, que es una nave rectangular de gordos muros de adobe, con altos techos de madera y en el ala izquierda del altar la Virgen del Patrocinio.

Es la capilla que hace 25 años levantó la comunidad con sus brazos, de puro pedir algodón regalado a los ejidatarios para venderlo y de vender tamales, taquitos y gorditas para sacar fondos.

Le pregunto a Amparo que si la Virgen del Patrocinio es milagrosa y dice que sí.

Ella nunca pudo tener hijos, pero de tanto pedirle a la virgen, un día alguien vino hasta a su casa y le preguntó si quería un bebé

“Por eso digo ¿cómo no servirle?, porque hasta aquí, hasta aquí, hasta mi casa vinieron y me dijeron que si quería a mi hijo. Venía bebito mijo”.

Que si es muy religiosa la gente de Patrocinio, quiero saber y Amparo responde que las familias de aquí están bien alejadas de Dios

“Y aunque uno las invite y les diga…. Antes ahora que pasó este caso un poquito más se han acercado. Les digo a los niños del catecismo ‘vamos a hacer una oración porque haya paz en todo este lugar. Vamos a pedir por los que ya se murieron y por los que andan huyendo, porque si hacen lo que hacen es porque no conocen el amor de Dios”.

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