Prostitutas... o 'mujeres alegres profesionales' (Crónica de Jesús Peña)
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Ái les va una de prostitutas o como diría Dostoyevsky, “mujeres alegres profesionales”, o como diría Nabokov, “mujeres pagadas”, de putas, pa acabar pronto.
Pues resulta que cierta noche, una de esas noches insulsas que a veces tengo, llamé a un viejo amigo para que me acompañara a buscar diversión exprés en algún lugar, donde fuera, le dije.
Al rato estábamos en un bar del centro de la ciudad, de esos en los que se toma y se baila. No es un secreto que el centro y todo Saltillo está lleno de lupanares.
Pues bien, era una de esas cantinas oscuras con neones, intento de discoteca, mesas bajas, sillas duras; un tugurio cualquier pa no decir nombres.
Eran casi las 10:00 y la música de un conjunto tropical y los berridos de los borrachos atronaban en la calle.
Estaba yo tan aburrido, tan hastiado del día, que luego luego me fui a reventar una cumbia con una muchacha, joven muchacha, de rasgos infantiles, pero de caderas que mareaban.
La verdad no me acuerdo ni del nombre, ni falta que hace porque en ese ambiente todas se lo cambian, lo que no se me pueden olvidar son sus bien torneadas curvas que resplandecían con los destellos del show de luces.
Bailaba espectacularmente la muchacha, bluejeans y playera ajustados, cómo se movía, su brazo apoyado en mi hombro y el otro en un cigarrillo.
Yo estaba tan extasiado, por no decir excitado, bueno, ya lo dije, que a las tres cumbias le pregunte su tarifa.
Que no salía, me respondió, que había otras que sí, pero que ella no.
Sentí entonces una especie como de decepción, mezclada con resignación, que si las echas en una licuadora te sale un licuado de frustración.
Seguimos bailando un rato más y luego de pagarle a la muchacha lo de las rolas, ¡ah!, porque cobran 20 la canción, no crea que son quinceaños, me fui a encaramar a una mesa a ver bailar a las otras parejas.
En eso le pregunté a la chica que se había agenciado mi amigo de juerga, que por qué la muchacha con la que había yo bailado era tan huraña, tan esquiva.
Y vaya si me dio risa su respuesta, dice: “es que allá está su mamá y su hermana”, y me señaló a dos prostitutas pintarrajeadas que estaban en la mesa de al lado, con otros hombres.
Dije: “ah, caray, aquí está su mamá y su hermana, ya nomás falta su abuelita y una tía, jajaja…”.
La vida te da sorpresas, sorpresas te la vida, ay hombre…