Tracy, la chica que secuestraron los Zetas y vivió para contarlo

Saltillo
/ 1 octubre 2016

La inseguridad y la pobreza con la que se vive en Guatemala obligaron a Tracy a buscar trabajo para darle una mejor vida a su familia, pero en el camino encontró un ejército de zetas que la secuestró... ahora vive para contarlo

Yo pensé que en cualquier momento me iban a matar, yo le entregué a Dios mi vida. ‘Señor, tú sabes…”

Tracy puede contar que es sobreviviente de uno de los cárteles de la droga más peligrosos del mundo. Que los Zetas se compadecieron de ella dejándola ir después de tenerla secuestrada por cuatro días en un campamento en Nuevo Laredo, Tamaulipas.
Esta historia comienza cuando esta chica delgada y de piel tostada por el sol, de 18 años, salió de la capital de Guatemala el 5 de julio pasado buscando el sueño de muchos: trabajar en Estados Unidos. Tardó 7 días en llegar a Monterrey y después al municipio norteño de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, donde estuvo más de 20 días en el monte esperando el tren.

Fue ahí donde los lugareños dijeron que en un lugar llamado Managua arreglaban las vías y eso retrasaba el paso de los trenes. Junto a Tracy viajaban más migrantes que eran guiados por un “pollero” que los hacía soportar el calor y varios días sin comer. En ocasiones no aguantaban y tenían que regresar a Monterrey para que comieran y se bañaran en un hotel, pero con la consigna de regresar en cualquier momento.

El 6 sábado de agosto sábado por la noche subieron al tren pero durante la madrugada unos hombres intentaron descarrilarlo. Todas las personas que iban encima saltaron y se echaron a correr entre espinas y nopales del desierto cerca de Nuevo Laredo.

Durante unas tres horas caminaron hasta que salió el sol y el “pollero” los acercó a que tomaran agua de una laguna. Ahí también escucharon unas voces que les gritaron:
—“¡Hey, párense, hijos de su pinche madre!”.

Apenas escucharon los gritos y salió corriendo el “pollero” junto con el resto de los migrantes entre las espinas y los mismos nopales por los que habían andado unos momentos antes. Esa correteada Tracy no la aguantó y aunque corrió lo suficiente, sus padecimientos de la presión no dejaron que alcanzara a las personas con las que había viajado.

Uno de los hombres que resguardaba celosamente el desierto fronterizo la alcanzó y le advirtió a Tracy:

—“Si corres, te mato”.

Él siguió atrás de los migrantes corriendo y lanzando amenazas porque era un miembro de los Zetas. Tracy se quedó quietecita para no enfurecer al hombre que no le quitaba la mirada de encima.

—“¡Dios mío!, ¿qué hago?”, se preguntaba angustiada y con la falta de respiración de quien ha corrido lo suficiente como para no ser asesinado.

Tracy se envalentó y se echó a correr de regreso, se escondió detrás de una nopalera seca en medio del monte. Entre sus cosas sacó un celular viejo, lo encendió pero no había señal. Lo único que se le ocurrió fue mandarle unos mensajes, así sin señal, a la chica que la iba a recibir en Estados Unidos.

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—“¡Nos corretearon los Zetas, y estoy perdida en el monte! avísale a mis papás, por favor”, rezaba el mensaje.

Tracy seguía escondida cuando regresó el sicario a buscarla. Él estaba cerca y sostenía con una de sus manos un machete, mientras ella solo pensaba que con esa arma filosa la iba a matar.  Ella salió de su escondite temerosa y lo miró:

—“¡Por favor, te lo suplico!, no me vayas a hacer daño”, le dijo.

—“¡Te dije que no corrieras, pinche vieja! ahorita mismo te mato, te voy a hacer picadillo”, la amenazó aquel hombre.

De castigo por haber corrido y esconderse, el hombre la agarró con fuerza del cabello, la arrastró entre la tierra y las nopaleras con espinas, luego le gritó que ella valía la cabeza del día.

También la desnudó para esculcarla y revisar si entre sus cosas cargaba algún teléfono o pertenencias de valor y encontró el celular con el que minutos antes de ser sorprendida había enviado los mensajes de auxilio.

—“Me quitó el teléfono mientras me maltrataba y me llevó caminando hasta donde ya no había nadie y el sol estaba muy fuerte. Ahí le reclamaba que con qué le iba a pagar la pasada por su territorio”, recuerda aún asustada-

—“Yo no tengo dinero”, le dijo.  

—“Yo no sé cómo le vas a hacer pero tienes que pagarme, porque si no yo te llevo con el patrón para que te mate y te pudras en el infierno; entonces sí te vas a arrepentir de haberte venido”, recibió como respuesta.

—“¿Qué te sacas con hacerme daño?, ponte en mi lugar”, le suplicó Tracy.

—“¿Qué nunca has visto en la tele lo famosos que somos?, ahorita te voy a llevar con mis jefes y vas a ver qué chinga te van a poner. Yo aquí mismo te puedo matar, te puedo cortar la cabeza y hacerte picadillo”, sentenció.

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Me vendaron los ojos junto a otro chavito de Honduras que cacharon cerca de las vías del tren, nos metieron juntos”

El milagro de Tracy: 4 días en el infierno 

Pandillas, policías y hasta el crimen organizado se disputan como aves de carroña a los migrantes, quienes los despojan de sus pocas pertenencias y muchas veces hasta la vida les arrebatan.

Tracy, quien cayó en manos de un sicario sentía que en cualquier momento cumpliría sus amenazas de quitarle la vida, pero también tenía una fe tan grande que no podía dejar de implorar al cielo para que la dejaran libre y escapar de esa pesadilla.

—“Yo tengo una fe muy grande porque pertenezco a la religión Católica, entre mi mente pedía a Dios que le tocara un cachito de su corazón para que me dejara ir y no me hiciera daño”, recuerda.

Tracy y el sicario caminaron hasta que él buscó una manera de cobrarse… la tiró al suelo y la empezó a besar fuertemente, ella lloraba y gritaba desesperada; en cambio él no aguantó sus gritos y le respondió con una golpiza que la dejó inconsciente.

Cuando volvió en sí la obligó a vestirse y el camino siguió. Tracy no aguantaba más, habían sido muchas horas hasta que salieron nuevamente a las vías del tren. El sicario llamó a uno de sus jefes para contarle que la había agarrado en el camino y le pidió que fueran por ellos cerca de la carretera.

—“Mira, te voy a ayudar, la verdad me das lástima, pero si abres tu bocota eso va a depender de tu vida. ¡Al chile, flaca, si hablas te mueres!”, le dijo el zeta a Tracy después de interrogarla con su nombre, edad y país de procedencia.

El sicario se comprometió con no decirle a su jefe que la había detenido cuando ella corría junto a los migrantes, sino solo contar que la había detenido en las vías del tren. 

También le dijo que no entregaría el teléfono celular que le había quitado, porque esa era una causa de muerte.

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En el camino dos mujeres tatuadas, de 20 y 28 años, junto a otro hombre esperaron a Tracy y al sicario para llevarlos en una camioneta hasta un campamento de los Zetas en la frontera, en medio de la nada. Antes de llegar comenzaron nuevamente los interrogatorios: que de dónde venía, que para dónde iba y que si iba sola. En fin, no le creían.

—“No te creo, ¿cómo le hiciste para montar el tren?”, preguntó una de las mujeres.

—“Me subí en Monterrey, vengo desde allá. A mí me salió un trabajo en Nuevo Laredo y por eso me vine en tren, ya no tenía dinero para venirme en camión”, les respondió.

Los tripulantes de la camioneta seguían sin creer en Tracy porque veían sus rasguños en los brazos y en la cara.

—“Los marinos nos corrieron y él me escondió en el monte”, insistía la muchacha para exculpar a su agresor.

Luego llegaron hasta una casita improvisada construida con retazos de madera localizada entre dos montes. Por dentro y fuera un grupo de 15 zetas rodeaban el lugar y custodiaban a 4 hombres secuestrados. Antes de entrar le dijeron que no le pasaría nada, siempre y cuando no intentara correr porque entonces entre todos la iban a matar.

—“Me vendaron los ojos junto a otro chavito de Honduras que cacharon cerca de las vías del tren, nos metieron juntos. Ahí adentro nos destaparon los ojos y vimos a cuatro hombres que estaban amarrados, esposados y torturados. Yo me asusté de verlos pero me hice la fuerte, traté de contenerme por el dolor de ver ese sufrimiento y el infierno en que vivían los muchachos”, narra la mujer.

Pasaron cuatro días en los que Tracy, junto a los secuestrados, eran llevados obligatoriamente hasta algunas casas de madera abandonadas por la Marina que estaban en el monte. Los Zetas mientras seguían cuidándose del “mosco”, como le dicen al helicóptero de las fuerzas policiacas, que hace rondines aéreos por esa región.

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—“Si llega a bajar ese chingado ‘mosco’ yo prefiero que nos encuentren muertos y no vivos, yo los mato, porque a nosotros hallándonos nos dan cadena perpetua”, —decía uno de los pistoleros.

Después de que el helicóptero estuvo cerca de descubrirlos, uno de los hombres secuestrados intentó correr, pero eso desató la furia de los Zetas que lo agarraron de la cabeza y se la azotaron en el piso, lo colgaron de los pies y le pegaron fuerte con una tabla de madera. Tracy veía cómo se retorcía de un lado a otro hasta que fue sacada del lugar donde lo torturaban, por desobediente.

Unas horas después, el hombre de unos 45 años y de origen centroamericano, quedó en el piso y empezó a retorcerse de un lado a otro hasta que murió a causa de los golpes. Los Zetas aceptaron negociar la liberación de Tracy con su familia y se comunicaron con ellos vía telefónica exigiéndole el motín para dejarla libre.

El día que por fin volvería a subir al lomo del tren la acompañó el mismo hombre que la secuestró y abusó de ella.Tracy esta vez quería llegar a Monterrey, ya no le interesaba Estados Unidos. Pero se quedó dormida en el camino y llegó hasta Ramos Arizpe, donde se bajó y vio a lo lejos algunas casitas y escuchó el sonido de la radio. Un hombre morenito se le acercó y le preguntó si cargaba una pluma entre sus cosas. Ella negó con la cabeza, le dijo que ella no traía nada, pues si llevara alguna no dudaría en entregársela; pero aprovechó para preguntar si ahí era la Sultana del Norte, a lo que el hombre le dijo que su destino estaba a más de 60 kilómetros atrás.

—“Si vas a Monterrey, te aviso que te queda más cerca Saltillo, estás a media hora”, le recomendó el desconocido.

Tracy subió nuevamente al tren y al voltear para agradecerle al hombre, no lo encontró, ella piensa que se desvaneció entre la nada. El ferrocarril la dejó en La Angostura, donde la muchacha se bajó confundida y aturdida por el viaje, el secuestro y la golpiza. 

Otro hombre la vio y no dudó en pedir auxilio para que la recogieran en el camino y la llevaran a la Casa del Migrante, el refugio donde está desde hace poco más de un mes.

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