¡Trump tiene fans en México!
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Lo he leído varias veces y, francamente, no le encuentro la racionalidad. Hay quienes dicen que una Presidencia de Trump sería mejor para México o, en tono matizado, que a los mexicanos nos iría peor con Hillary Clinton como presidente de Estados Unidos. Una cosa es que la historia muestre que las agresiones gringas a nuestro país se han dado lo mismo con gobiernos republicanos que con demócratas, y muy otra que un antimexicano atrabiliario como él pueda ser algo menos que una calamidad para nosotros. Hillary es una mujer pragmática y también ha declarado que revisaría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pero se ha manifestado a favor de una reforma migratoria y jamás ha ofendido a nuestros paisanos ni ha apoyado la idea de un muro pagado con sus remesas.
Es probable que la sandez de que Donald Trump nos convendría más haya estado detrás de otra sandez, la de propiciar su reunión con Enrique Peña Nieto en Los Pinos. No se habría llegado tan lejos si la motivación del autor intelectual de ese error histórico, Luis Videgaray, hubiera sido sólo calmar a los mercados o curarse en salud ante la presunta inminencia del triunfo del candidato republicano. ¿Qué haría preferible a Trump para el entonces secretario de Hacienda que es –lo sigue siendo desde las sombras– el poder tras el trono peñanietista? ¿Negocios, acuerdos privados que desmentían el discurso público, la presencia de Marcelo Ebrard en el equipo de Clinton? Vaya usted a saber. Lo cierto es que para explicar el trato que se le dispensó al magnate-político no basta el cálculo de su victoria electoral; su explicación parece estar en la idea de que su llegada a la Casa Blanca es deseable.
Me declaro incompetente para comprender en qué sentido una Presidencia de Donald Trump podría beneficiar a los mexicanos. De hecho, no entiendo en qué podría ser buena para Estados Unidos o para el mundo. Admito que me cuesta trabajo ser objetivo, porque se trata de alguien que representa lo que yo detesto en una persona: la soberbia del millonario que mide el valor de las personas en dinero, la prepotencia del gandalla que avasalla a otros y se asume inteligente porque hace trampas y se sale con la suya, la xenofobia, el racismo y la misoginia que juzga inferiores a quienes no comparten su nacionalidad, su etnia o su género. Más aún, es un empresario neoliberal que desprecia la cosa pública, admira la desigualdad y va en la dirección opuesta a lo que el mundo pide a gritos: la separación del poder político del poder económico. Y por si fuera poco, es un demagogo y un populista de derecha capaz de desatar los peores instintos humanos con tal de entronizarse.
Lo que argumentan sus fans de clóset en México –los hay de diversas ideologías, aunque pocos confiesen serlo– es que si llegara a ser Presidente no cumpliría sus promesas/amenazas. Que las barbaridades que lanza son mera retórica. En concreto, que no construiría el supermuro ni se quedaría con las remesas para pagarlo, que no tocaría el TLC, que no deportaría a los mexicanos indocumentados. Me temo que no conocen la psicología de los déspotas, y que al alardear de realismo caen en la ingenuidad. ¿De veras piensan que una persona como él no abusaría del inmenso poder de la superpotencia en aras de su hegemonía, aunque al hacerlo pusiera en riesgo estabilidades futuras? ¡Por favor! No dudo que en su repertorio de campaña haya exageraciones que no podría ejecutar, pero estoy seguro de que no se detendrá ante ninguna consideración que no sea la factibilidad: si el poderío le alcanza para imponer su voluntad, la impondrá. No sólo no es un demócrata, ni siquiera es un hombre con madurez emocional; la suya es la psique subdesarrollada del infante malcriado y caprichoso, acostumbrado a hacer lo que le venga en gana.
Quienes recurren a la historia para justificar a Trump deberían hacerlo para dimensionar el peligro que representa. ¿No saben de sus antecedentes de depredación y atropello? Es un imperialista en el amplio sentido de la palabra, un pequeño emperador en busca de un imperio más grande. Que Nietzsche me perdone por esta licencia, pero el afortunadamente alicaído rival de Hillary Clinton me recuerda la tesis de que “el egoísmo agresivo… [es] la fatalidad de la vida misma” y que la moral es un invento de los débiles para defenderse. Claro, aquí me refiero a otro tipo de “bestia rubia”.
@abasave