Un niño hizo llorar a Santa Claus
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¡Qué raro!, porque desde que éramos críos la publicidad televisiva se encargó de presentarnos a un Santa Claus alegre, solaz, afable, que se carcajeaba por la nada, o vaya usted a saber si de pura felicidad, de contento que estaba o de buen actor que era.
Pero un diciembre que deambulaba yo por las calles buscando, hasta debajo de las piedras, notas para Navidad, conocí la historia de un Santa Claus que lloró, que lloró.
Debajo de su traje bermellón, sus barbas impolutas y sus botas brillantes de charol, se escondía un ciudadano común, un señor sesentón, de esos que, por necesidad, se disfrazan del Papá Noel en época decembrina y trabajan dando shows en las escuelas o entregan juguetes a domicilio el mero día 25 en la madrugada, mientras en sus casas su familias se dan el abrazo navideño.
Era un Santa Claus muy terrenal pues, de carne y hueso, esos que sueñan, que comen, van al baño, etcétera.
Y fue en una de esas posadas escolares que a este Santa Claus terrícola le rompieron el corazón.
Después de quebrar la piñata y antes de tomar su refrigerio, los chicos de aquella primaria debían formar fila para tomarse la foto del recuerdo con el Claus y hacer sus peticiones.
“¿Y tú qué quieres que te traiga?”, preguntaba nuestro hombre caracterizado a cada uno de los niños que iban pasando y luego, haciendo gala de sus dotes histriónicas, tiraba la carcajada.
En esas estaba, me contó aquel señor, cuando se acercó otro chiquillo.
Era un muchachito lánguido, bajito y… ciego.
“¿Y tú qué me vas a pedir?, a ver”, quiso saber el de las barbas, “que me traigas a mi mamá?”, respondió presto el chamaquito,
“¿y dónde está tu mamá, hijo?”, interrogó de nuevo el Claus, “en el cielo”, dijo el niño ciego y enmudeció de tristeza.
El Santo Claus se soltó llorando como una Magdalena y nadie ni párvulos ni maestros lo podían parar.
Y cada vez que este hombre narra esta historia, la historia del Santa Claus que lloró, una lágrima se le rueda por el rostro.
“Quería que le trajera a su mamá del cielo”, dijo cuando lo entrevisté y se puso a llorar.