49 años del trenazo: una herida que aún duele en Saltillo

Coahuila
/ 5 octubre 2021

Una corriente de aire fresco atraviesa los pasillos de la estación del tren que verían llegar a cientos de peregrinos la noche del 4 de octubre de 1972; aún se respira polvo, tragedia, angustia, dolor y desesperación.

Las luces tenues por la noche de lámparas obsoletas llevan a un mural con la leyenda: “No nos volveremos a encontrar”, tal como ocurrió hace 49 años.

Los antiguos asientos de madera donde familiares de los pasajeros a bordo del “tren de la muerte” que regresaba de Real de Catorce a la capital del Estado, hoy están enmohecidos, permanecen apilados, destartalados y polvorientos.

Los ventanales de vidrio a su alrededor forman cuadros de naturaleza muerta y graffitis. Las escaleras para abordar al tren son el refugio de perros sin dueño y migrantes. Yace el óxido de fierros antiguos, azulejos y anuncios ferroviarios.

A unas cuadras está el “cementerio de locomotoras” donde los fierros cimbran con la llegada de vagones de carga uno tras otro, pero no aquel ferrocarril con cientos de peregrinos.

La historia del trágico trenazo se cuenta todos los años en voz de los ya pocos sobrevivientes y voluntarios, pero si los fierros, las vías, las ruedas, y el resto de la infraestructura ferroviaria tuvieran memoria, habrían narrado el llanto y lamento de esa trágica noche.

Fueron mudos testigos del momento histórico hoy documentado en noticieros y diarios que describen a peregrinos saliendo entre los fierros retorcidos del tren en su regreso a Saltillo, después de celebrar las fiestas patronales de San Francisco de Asís, en Real de Catorce.

Describirían la angustia de quien esperaba un hijo o hija, para darse cuenta de que quizá jamás lo volvería a ver sin poder, y a espera del anuncio de las autoridades; pero permanecen mudos, solo crujen o cimbran durante las noches.

Dirían que el sitio se inundó de lágrimas y súplicas ante la noticia de que el tren se había descarrilado a 7 kilómetros de llegar a su destino. Las paredes de la estación escucharon más súplicas que cualquier templo aquel año. Más de 400 pérdidas humanas. La esperanza desapareció.

La historia del trágico trenzo se cuenta todos los años en voz de los sobrevivientes y voluntarios, pero si los fierros, las vías, las ruedas, y el resto de la infraestructura ferroviaria tuvieran memoria habrían narrado el llanto y lamento que los paralizó.
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