Arroyo del Pueblo: entre leyendas, un sacrificio, basura y lluvias... el más olvidado de Saltillo

Con conexiones desde la Sierra de Zapalinamé hasta el Golfo de México, este arroyo es uno de los más importantes en la ciudad no sólo por su geografía sino también por su trascendencia en el pasado, su descuidado en el presente y su angustiante futuro

Coahuila
/ 30 septiembre 2023
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Escombros, sillones, colchones, llantas, electrodomésticos... hay quienes piensan que soy basurero.

Soy un arroyo, y soy más antiguo que Saltillo. Hasta una leyenda tengo para contarte.

Pero primero vamos a que me conozcas bien. Cuando llueve, mis corrientes son imparables y se llevan lo que encuentran, así se trate de la vida misma.

Tengo conexiones con distintos nombres que se extienden desde la Sierra de Zapalinamé hasta desembocar en el Golfo de México, pasando por Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.

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Como tal, Arroyo del Pueblo, me localizo al poniente de la capital coahuilense, cruzando toda el área metropolitana de sur a norte. Soy cercano a colonias como Álamos, El Progreso y Diana Laura Riojas.

Si nos remontamos al siglo XVI, cuando se fundaron la Villa de Santiago del Saltillo (1577) y San Esteban de la Nueva Tlaxcala (1591), yo quedo dentro del área tlaxcalteca.

Gran parte de las tierras que me rodean fueron donadas en 1578 por Alberto del Canto a Juan Navarro, ambos fundadores de la Villa.

Esos espacios fueron aprovechados para hacer caballerías y huertas, mientras que mi agua les servía para la administración de las mismas.

Desde mi lecho se obtenían materiales para la construcción, tales como arena, tierra para elaborar adobes, grava y piedra.

Cuando estuve en mi punto máximo, aún sin tanta invasión humana por ahí del siglo XX, en mí se dejaban ver peces como la Gila Modesta, una especie de sardina endémica de Saltillo.

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Hoy qué lejanos se ven esos buenos tiempos. Qué esperanzas de encontrarme un pececillo... vivo.

Lo que sí les puedo mostrar son migrantes y personas en situación de calle habitando mis cauces, además de toneladas de basura.

No exagero, sí son toneladas. Y lo peor es que no soy el único al que le ven cara de relleno sanitario.

Tan sólo este año, hasta abril, habían sacado 103 toneladas de basura de 73 puntos distintos en arroyos de Saltillo.

Eso dijo le dijo a Vanguardia la Dirección de Medio Ambiente y Espacios Urbanos. Y que entre los más afectados estamos: Ojitos, La Tórtola, El Chiquillo, la Madre, y yo.

Si bien el gobierno local realiza limpiezas, la realidad es que Saltillo no ha recibido el apoyo federal destinado a la limpieza de arroyos.

Pero seamos honestos, el problema raíz es un tema cultural. ¿Qué les da el derecho de usarnos como basureros? ¿acaso no se dan cuenta de lo que provocan?

No se trata sólo de los desechos, sino de lo que estos traen como consecuencia. Al arrojar mugrero a nuestros cauces, perdemos la capacidad de que el agua corra libremente y entonces vienen los desbordamientos e inundaciones.

Pensemos en la solución adecuada, por nuestro bien y el de ustedes. Por cierto, eso me recuerda la leyenda que tengo para contarles.

En los tiempos del pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, al poniente de la calle Luis Gutierrez, a la que conocen como “Subida del Seguro #1”, se construyó una presa para usar mi agua en el riego de las parcelas.

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Poco después de que la edificaron, la cortina de piedra no soportó la presión del líquido y se cayó. Uno de los encargados de la construcción dijo saber una solución para que eso no ocurriera de nuevo.

Para fortalecer la cortina se debía abrir un hueco en la base y colocar ahí un bebé recién nacido, acompañado de una ánfora llena de monedas.

Se creía que la muerte le daría solidez a la construcción y que una vez completado el “ritual”, el llanto del bebé le avisaría a los vecinos cuando hubiera alguna crecida de agua. Una especie de alarma paranormal, digamos.

La tradición oral cuenta que aquella acción se llevó a cabo, aunque no se tiene claridad en los detalles. Hay quienes dicen que cuando mi agua amenaza con correr fuertemente, sí se escucha un llanto que alerta sobre posibles riesgos.

Si es cierto o no, ya cada quien sabe si creerlo. Lo indiscutible es que mi futuro permanece incierto, al menos en cuanto a mis condiciones sanitarias y de uso.

Seguiré siendo uno de los arroyos más importantes, mi extensión geográfica me respalda. Y ojalá, algún día, la conciencia y la razón humana, logren sobreponerse a la basura y la contaminación.

*Con información de María Trinidad Gutiérrez, Carlos Recio, José Antonio Álvarez, Tecnológico de Monterrey, Gobierno Municipal de Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo.

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