Cómo ser menonita y trabajar con una losa de 14 mdp encima, en Sierra Mojada

Piedras Negras
/ 17 septiembre 2017

La comunidad sigue con sus labores diarias, sin pensar en la estratosférica multa que les endilgó la Profepa

Los terrenos allá (Zacatecas) valen mucho. Yo compro aquí 100 hectáreas y allá compro 10 con el mismo dinero.”

Las miles de hectáreas en El Comanche están sembradas. Se ven pocas tierras desmontadas, sin flora. En los campos se ve maquinaria, los sistemas de riego por goteo. El Comanche es una nueva colonia menonita en Coahuila, ubicada a 10 kilómetros de terracería de la comunidad de Hércules, que pertenece al municipio de Sierra Mojada.

Es a esta comunidad de 26 familias menonitas a la que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) multó con 14 millones de pesos por presuntamente haber desmontado y cambiado el uso de suelo de 2 mil 500 hectáreas sin permiso. Pero aquí los menonitas parecen seguir sin preocupaciones, como si no existiera esa losa de 14 millones de pesos.

Cornelio Martens tiene 30 años. Cornelio y sus dos hijos que lo acompañan, están bombeando con maquinaria para hacer un pozo en una de las cientos de hectáreas que compraron. “Si sale agua creo que van a desmontar”, dice. 

“La tierra es buena, produce todo”, menciona con el tono de quien conoce. Cornelio Martens migró de la colonia en La Honda, Zacatecas porque allá ya no encontró lugar. Casi todos son de Zacatecas.

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“Los terrenos allá valen mucho. Yo compro aquí 100 hectáreas y allá compro 10 con el mismo dinero”, explica Cornelio con un español medio torcido. Cornelio compró 10 hectáreas, cada una en 405 dólares. 

Los menonitas mencionan que han comprado cerca de 12 mil hectáreas. Hace ocho años miraron las tierras en venta, las exploraron a ver si había agua y cuando hallaron, empezaron a comprar. Cornelio llegó hace 7 años. Aquí en Coahuila nació su segundo hijo. 

Cornelio no habla sobre la multa de Profepa porque no sabe de qué trata. Con su overol de mezclilla y sombrero a la cabeza, sigue trabajando como quien no tiene mañana. “La vamos a seguir trabajando”, asegura sobre la tierra. “Vamos a hacer una colonia menonita porque tenemos mucha gente y la nueva gente quiere trabajar. Venimos a echarle ganas”, platica entusiasmado.

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La tierra aquí es buena, produce todo”.

¡EN LABOR!

Las familias levantaron casas y bodegas altas en sus hectáreas. Algunas casas son de paredes de block, otras como de aserrín comprimido, algunas más de plástico gris, un polietileno como forma de recubrimiento. Las casas son de un nivel, con varias ventanas. Puertas pequeñas. No hay electricidad, así que la mayoría tiene paneles solares.

Dice Cornelio que están esperando la luz para poder sembrar frijol, sandía, maíz, sorgo. En el municipio de Sierra Mojada, aseguran que desde que arribaron al Estado, los menonitas cubren sus impuestos locales disciplinadamente. 

La cabecera municipal se halla a casi 100 kilómetros de terracería.

Los menonitas lucen hasta indiferentes con la demanda. 

Parece que sólo piensan en trabajar las tierras y no molestar a nadie. Cuando le pregunto a las esposas o los hijos sobre los esposos o padres, mencionan con un español atropellado: ¡en labor!

Es el caso del esposo de Elena Trietger. Son las cinco de la tarde de un sábado y su marido –“my man”- dice, sigue en Hércules, la comunidad a la que pertenece el rancho. 
Llevan ocho años en el desierto y a ella siguen sin gustarle estas tierras que hacen frontera con Chihuahua. “Está caliente”, dice apenas en español.

Tiene 28 años y cuatro hijos. Ella da clases de matemáticas y de biblia en la escuela que montaron los menonitas en los terrenos donde supuestamente no tenían autorizado hacer nada. Allí acuden unos 30 chiquillos toda la semana. Elena tampoco conoce de la demanda de Profepa. 

-¿Usted va seguido a Hércules?- le pregunto en inglés porque se siente más cómoda.
-Sólo voy de compras.
-¿Y qué tal, le gusta?
-Toman mucho.

Ir a comprar el mandado es viajar 10 kilómetros de terracería hasta la comunidad. Lo hace por lo menos una vez por semana. El resto lo vive en las hectáreas, en la casa, cuidando chamacos. Sus hijos salen de la casa y tienen alrededor un patio enorme, miles de hectáreas de campo donde juegan y corren.

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