Abandonados a su suerte, centroamericanos en Saltillo
Dramática situación padece grupo de centroamericanos que habita en un sector irregular de la colonia Las Margaritas, sin los más elementales servicios
A la ya de por sí crisis que enfrentan los migrantes y refugiados que viven en Saltillo, se ha han sumado también los estragos económicos y sociales que ha dejado el COVID-19.
Es el caso de una comunidad de centroamericanos que ha encontrado hogar en terrenos irregulares de la colonia Las Margaritas, al poniente de la ciudad.
“Por error, por ignorancia compramos aquí, no es legal, caímos en manos de una lideresa. Yo pagué 30 mil pesos por este terreno y es ilegal. Es la peor estafa que puede haber.
“Estamos invirtiendo en algo que no está seguro, sin ningún futuro, ¿y a quién vamos a dejar en la calle?, finalmente va a ser a nuestros hijos”, dice Ledy Reyes, de origen hondureño con residencia permanente en Saltillo.
Hace siete años que Ledy llegó sola a México, pasó para Estados Unidos, pero la deportaron y ya se quedó aquí.
Ledy para llegar a México tuvo que caminar 19 días de sol a sombra por las vías del tren hasta perder la piel de la cara de tanto sudar.
Los pies se le allagaron.
“No tuve el valor de subirme al tren y por eso tuve que caminar tanto”, cuenta.
Estas familias, de las cuales no se tiene un cálculo, denuncian que desde que comenzó la pandemia ningún apoyo han recibido de parte de autoridad o institución alguna.
“Para darme una ayuda hace poco me hicieron una encuesta, pienso que no es lo correcto porque tengo a mi cargo a un niño de 10 años, refugiado, al que debo darle estudios, ropa y es por el que más me preocupo. Ese niño si te pide ‘eh mami, quiero cereal con leche’, no acepta que le digas, ‘sí hay cereal, no hay leche’, está pequeño”.
Se trata, en su mayoría de matrimonios jóvenes procedentes de Honduras, Guatemala, El Salvador, con hijos menores de edad, que habitan en reducidas casas de block sin agua potable, drenaje ni electricidad.
‘NO NOS AYUDAN POR
SER DE CENTROAMÉRICA’
Gladys Vázquez es refugiada guatemalteca y vive de vender chicharrines, bolis y bollos en la Alameda, pero por la contingencia no ha podido salir a trabajar.
“Ahorita la gente no sale”, dice.
Ella es madre soltera de tres críos y habita en un cuarto de block que su papá construyó en un terreno que no era suyo.
“Aquí estamos encerrados, sin poder salir a vender ni a hacer nada. Aquí con los ahorritos que teníamos la estamos pasando. O sea que Centroamérica somos un cero a la izquierda, porque como quien dice, que me muera de hambre, no sé. Es una mentira que el Gobierno nos ha entregado ayudas económicas. Vamos cuando viene el DIF que nos van a dar una ayuda y no nos dan ayuda, porque somos de Centroamérica”.
Dichas familias, que salieron huyendo de sus países por causa de la violencia y de la pobreza, todos días tienen que luchar acá en contra de la discriminación laboral de la que son víctimas.
Ya hace tiempo que Glenda Troches Matute, hondureña, consiguió la residencia permanente en México, pero le dijeron que para tener su carnet o credencial de elector, tiene primero que sacar la carta de naturalización que cuesta 7 mil pesos y ella que vive en un lote irregular de Las Margaritas, no tiene con qué.
“Hay que ir al DF, no tenemos dinero”, dice.
Y si no tiene su credencial de elector a Glenda no le dan trabajo en ningún lado, ni Seguro Social.
“Tan dura que está la situación con esto de la contingencia. Mi esposo y mi hijo son residentes, pero igual, no tienen credencial de elector, no pueden conseguir un trabajo en una empresa”, explica.
A Glenda tampoco el Gobierno de ningún nivel le ha traído apoyo alimentario.
“Sí quiera una despensita que le den a uno es de buen provecho. Tengo hijos mexicanos, la niña va a salir de sexto grado y hasta ahorita no me le han dado una beca, no la han apoyado en nada”, se queja.
Para sostenerse, Glenda trabaja de mujer albañil con su marido y sus dos hijos bajo el intenso sol de la primavera.
‘HAY QUE PEDIRLE A
DIOS QUE ESTO YA PASE’
El marido de Patricia Hernández, salvadoreña, trabaja de jardinero en casas de acomodados, pero ni así ha logrado ganarle a la crisis provocada por la pandemia.
Ellos vinieron a México con dos niñas, la hijastra de Patricia y una sobrina de su marido.
“Estamos a puras penas porque hay que pagar renta, agua, luz y la comida de todos nosotros. Necesitamos ayuda porque vamos bien atrasadas en las rentas, solo mi esposo trabaja y el dinero que gana es únicamente para la comida, pero pa pagar renta, agua y luz, no hay que pedirle a Dios que esto pase ya”, dice esperanzada.
Antes de la pandemia, Patricia ayudaba a su marido vendiendo semillas y cigarros en los mercaditos de Saltillo, pero como los mercaditos cerraron, pues Patricia es una más de los miles y miles de centroamericanos que salieron huyendo de su tierra por la miseria y la inseguridad.
“Está bien fea la situación económica en El Salvador. No hay trabajo, por eso viajamos a otros países, por necesidad”.
Andrea Nohemí, de nueve años, es la hija de Cindy Hernández, otra hondureña de Las Margaritas, y dice que está feliz “porque tenemos, aunque sea, poquito para comer”.
‘LA DISCRIMINACIÓN LA CONOCÍ EN MÉXICO’
Walter Lázaro, otro albañil guatemalteco, no sabía qué era la discriminación racial hasta que llegó a México.
“Vamos a pedir un trabajo y solo decimos que somos de Centroamérica no nos dan y si ya nos lo dieron nos presionan hasta que corremos, porque no nos dan otra opción”.
La verdad, Walter tiene temor de regresar a su país por eso de las pandillas.
Desde que llegó acá se metió a vivir en unos cuartos de block sin servicios básicos, que están en un predio sin escrituras, porque “no hay ni pa comer, pa la renta menos”, agrega.
A Walter no le ha quedado de otra que trabajar juntando piedras o limpiando terrenos para otros vecinos de la colonia en donde vive, por un salario de 300 pesos a la semana.
Entérese
En la ciudad hay un sector habitado mayormente por centroamericanos.
Son predios irregulares de la colonia Las Margaritas.
En él viven matrimonios jóvenes provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras.
Las casas no cuentan con servicios de agua ni electricidad, tampoco drenaje.