Amor como eje social

Por Enrique Martínez y Morales

Cualquier detalle demuestra lo mucho que queremos a las personas que nos importan, sin embargo, los chocolates se acaban al siguiente día y las flores se marchitan. Así, de nada sirven las muestras de afecto, si al día siguiente volvemos a la rutina distante, hedonista, egoísta. De nada vale encender una llama con muchas ganas si no se le va a proteger de los ventarrones y de la lluvia.

Creo que el amor es un sentimiento, pero también debe ser una decisión. Y no solo me refiero al amor de pareja, sino también al amor hacia el prójimo. Y ese amor no se demuestra con flores y chocolates nada más, sino más bien, con acciones, con actitudes, con obras.

Es importante que la humanidad cambie su actuar, que actuemos con amor. Hacemos eso cuando cuando tratamos con dignidad a las personas con las que trabajamos, cuando nos interesamos no solamente su desempeño laboral, sino también en su salud, en cómo está su familia, en sus eventos especiales o importantes, cuando se les hace sentir parte de un equipo y además se les ofrece una compensación justa.

Y aquí quisiera comentar la definición de la hipoteca Social: es este un término que acuño el Papa Juan Pablo II. Se refiere a que hay una deuda que se tiene con la sociedad por parte de quienes han sido beneficiados con diferentes carismas y dones, ya que esto les facilita la construcción de un patrimonio.

Las revoluciones y guerras más sangrientas han sido originadas por olvidar el pago de esa hipoteca social. Las Guerras Mundiales estallaron en el punto máximo de la acumulación de capital y de desigualdad social en Europa. Se convirtieron posteriormente en catalizadores de que revirtieron la tendencia, es decir, se redujo la acumulación de capital y bueno, pues se distribuyó mejor la riqueza después de estas guerras.

Ese pago de la hipoteca Social nos compete a todos los actores sociales, políticos, económicos de una sociedad. No se trata nada más de expedir un cheque, se trata de cambiar nuestra actitud y nuestra forma de ver la vida.

No se trata de dar una limosna, sino de entregarnos a nosotros mismos, que nos involucremos realmente en los proyectos sociales de nuestra comunidad. Se trata de vencer la gula, el individualismo, el materialismo, el egoísmo.

Debemos mostrar el amor, no solamente regalando chocolates, no solamente regalando flores a las personas que nos interesa mostrar que los amamos, sino que debemos de comenzar a cambiar esta actitud, debemos de compartir nuestro tiempo y nuestro talento con quienes más lo necesitan, con más desvalidos.

En ese momento el mundo va a empezar a cambiar, así que no esperemos el día de San Valentín para mostrar el amor a los demás. Ese día, sembremos la semilla, pero hay que regarla durante todo el año.