El funeral diario

Saltillo
/ 4 noviembre 2018

    Es otoño, las hojas de los árboles se desprenden y caen muertas. La naturaleza anuncia con gritos el Día de Muertos.

    La muerte es un asunto del que hablamos poco. En el lenguaje diario evitamos la palabra y la sustituimos con algún eufemismo: Pasó a mejor vida, falleció, ayer a las 11:00 dejó de existir… Dicen que el mexicano se burla de la muerte, creo que es más una reacción de risa nerviosa ante la presencia de esa desconocida.

    El hombre, a diferencia de los animales tiene la capacidad de imaginar su propia muerte. Pocas veces piensa en qué haría si fuera a morir en una hora, en un día o en varios. Hacer el ejercicio resulta algo inquietante.
    Primo Levi narra que los condenados a muerte, el día antes de la fecha de su ejecución, hicieron lo mismo que en otros días: dieron de cenar a sus hijos y rezaron. Es probable que en esa situación nos comportaríamos igual.
    Un filósofo expresó que le gustaría que la muerte lo encontrara trabajando. Es deseable dejar los menos asuntos pendientes con otras personas.

    Creo que parte del miedo a la muerte no proviene del dolor de experimentarla. Mas bien es un temor de llegar a ese momento sin haber vivido bien, miedo a llegar con arrepentimientos, culpas y pendientes.

    La Biblia dice: “Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás”. Desde mi punto de vista, Montaigne lleva al extremo esta práctica, cuando escribió en sus ensayos: Para quitarle a la muerte su ventaja sobre nosotros, debemos quitarle su extrañeza y frecuentarla, acostumbrarnos a ella, y no tener otra cosa en mente con mayor frecuencia que la muerte.

    A cada instante evocarla en nuestra imaginación bajo todos sus aspectos. Montaigne recomienda acordarse de la muerte en cada cosa que vemos, incluso en las fiestas, al estilo de los egipcios que traían una momia al banquete para no olvidar como acabamos todo. Al igual que algunos filósofos, para Montaigne pensar en que cada día morirás, es la manera en que la muerte no te sorprenderá a ninguna hora porque ya la esperas.

    Esto pudiera ser una angustia paralizante. Montaigne reflexiona sobre la irrelevancia de la muerte, que es menos mala de lo que creemos. Dice que cuando la enfermedad está presente, la muerte puede ser vista como un alivio. Cuando hay salud, se le ve más lejana y se magnifica su mal. Él afirma que nuestra vida dura tan poco con relación a la eternidad, que no importa cuanto vivamos. Aquí se hace presente un elemento de la ideología cristiana de la muerte: la esperanza de un mas allá, de vivir eternamente.

    La postura atea puede ser más cómoda y a la vez desesperanzadora: si después de morir sigue la nada, ya no se sufre, pero tampoco se goza, sin importar lo que hagamos hoy. La ideología cristiana es una apuesta más arriesgada e incómoda: al morir sigue el gozo eterno o la condenación eterna, según como se haya vivido.

    Por eso la apuesta de Pascal fue creer, porque si fuera cierto perdería más (la felicidad eterna) y si no fuera cierto no perdería nada.

    En conclusión, creo que sí hay que prepararse para la muerte, conocerla y frecuentarla, sin el extremo de hacerlo a todas horas —extremo depresivo que paraliza— ni tampoco una negación que la olvida a diario. Se debe poco a poco soltar cada vez más los apegos y resolver los pendientes de cada día.

     

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