El último gran cine murió convertido en zapatería
El centro de Saltillo se enfrenta a una extraña invasión: no son animales, no es una enfermedad… son zapaterías. ¿Por qué una de las salas de cine más importantes de la ciudad termina transformada en aparador de calzado?
Como si las 20 zapaterías que hay tan solo en la calle Victoria no fueran suficientes. Como si las firmas de las 16 mil 677 personas que pidieron salvarlo en change.org no valieran nada. En 2015, después de 74 años, el Cine Palacio murió para que se abriera una tienda de zapatos.
En Saltillo ya no quedan cines tan antiguos como este. Y aunque sobrevive el Olimpia Vistarama, fundado en 1970, la gente no lo quiere por proyectar pornografia. ¿O irías ahí a comer palomitas con tu familia? ¿Qué tal un domingo de maratón? ¿Tendrías aquí tu primera cita?
Esta es la historia detrás de la sobria fachada azul que perdió su encanto, un cine al que le demolieron sus marquesinas de estilo neoyorkino del siglo pasado, al que le arrebataron su vestíbulo refinado y único para poner estantes todos iguales.
¿Por qué Saltillo se aferra a llenar el centro con aparadores de zapatos?
EL GRAN CINE
Desde su construcción en la esquina de Guadalupe Victoria y Manuel Acuña, hasta el día en que lo mataron, el Teatro Cinema Palacio recibió atención y cariño.
El general Benecio López Padilla encabezó su inauguración, el primero de diciembre de 1941, durante su toma de protesta como gobernador de Coahuila.
La fundación del Cine Palacio como tal se le debe al saltillense Gabriel Ochoa Aguirre. Su devoción fue tal, que por varios años él mismo se encargó de programar las películas. En la arquitectura, Mario Pani se lleva los créditos del edificio con estilo art decó.
Proyección tras proyección, el Cine Palacio levantó su fama. Comenzó cautivando a los saltillenses con la pura mirada, con la luz amarillenta atravesando la sala de dos pisos y el tlac tlac tlac de la máquina de cinta. Sin querer logró que la gente depositara en sus asientos emociones y recuerdos. Pero ni el cine ni las personas sabían que todo eso sería insuficiente para defenderlo del cambio. No fue una lucha a capa y espada, pero sí a tuitazos, a likes, a publicaciones desesperadas en un páramo digital. ¿Qué irónico, no?
¡VAMOS AL CINE!
El domingo era el día de las filas más largas en la taquilla, pero los martes y viernes tenían lo suyo con precios accesibles, aunque no se tiene registro de cuánto costaban los boletos entonces, sí se sabe que la taquilla de los 70 's estaba en tres pesos de la época.
Pero la ida al cine no era solo por las películas, ahí se podían encontrar exquisiteces populares que presumían de exclusividad: dulces, hot dogs envueltos en papel encerado, palomitas y chocolates.
Dentro de la sala diseñada para más de 300 personas, el grito de “cácaro” era el reclamo ante la falla del audio o cuando la cinta se detenía. Entre el apuro y los chiflidos, por la pequeña ventana de proyección se veía al hombre tratando de arreglar la máquina.
En los intermedios de las funciones una estampida de personas corría para formarse en la dulcería. Luego de abastecerse de alimentos, se retomaban los asientos y seguía el filme. Pero eso dejó de hacerse hace mucho tiempo, y si hoy alguien quiere más palomitas, corre el riesgo de perderse parte de la película.
Esta escena se repitió por décadas, hasta que el Cine Palacio fue perdiendo su encanto con los espectadores.
SE APAGARON LAS LUCES
Saltillo creció y con ello la competencia entre las salas de cine, pero el gran golpe para los cines locales se dio durante los 2000 con la llegada de las cadenas cinematográficas con más de una sala en sus instalaciones, enormes dulcerías y grandes producciones audiovisuales.
El Cine Palacio luchó por mantenerse. Regaló sus boletos en las escuelas, oficinas, en la calle. Aquellos pases eran hasta para cinco personas, pero eso sí, no se permitía el acceso con alimentos ni bebidas ajenas al cine. ¿Qué esperábamos? La venta en dulcería era el único negocio que le quedaba al Palacio.
¿Qué irónico, no? Reclamar para que no se convirtiera en zapatería, pero no aprovechar ni los boletos regalados. Basta con recordar los boletos tirados alrededor del bote de basura afuera del mismo cine o pisoteados por los transeúntes. Como dicen por ahí, querían todo en charola de plata. No es de extrañar que desapareciera.
En 2015 el Cine Palacio se rindió, la maquinaria pesada comenzó la polémica remodelación del establecimiento.
Y así, una cadena de zapatos con presencia nacional se instaló en lo que antes era la taquilla y el vestíbulo. Por lo que se alcanza a ver, la sala y el resto del inmueble no han sido alterados del todo.
La sociedad, historiadores y promotores de la cultura mostraron su descontento, pero al icono del cine no hubo quien lo rescatara. La única forma de recordarlo es esta, con notas, con fotos, con memorias de quienes alcanzaron a entrar a la sala, ver una película y hasta entonar el grito de guerra: “cácaro”.
Con información de Museo Presidentes, Archivo Vanguardia, Esperanza Dávila, Ariel Gutiérrez, Carlos Recio.
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