La banalidad del mal

Saltillo
/ 2 julio 2017

    La expresión “banalidad del mal” es de Hannah Arendt. La escribió en referencia a lo que presenció en el juicio del nazi Adolf
    Eichmann.

    Él no era anti judio, ni mentalmente enfermo. Eichmann cometió actos crueles por deseo de ascender en su carrera profesional y para cumplir de manera eficiente órdenes de superiores.

    No había en él reflexión ni un sentimiento de “bien” o “mal” en sus actos. La frase banalidad del mal se usa hoy para referirse a individuos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Solo cumplen órdenes. La tesis de Arendt sostiene que una mala acción o delito proviene de una falta de pensar o reflexionar. Dice que el problema de distinguir entre lo bueno y lo malo está conectado con nuestra facultad de pensar. Algo así como “Perdónalos, no saben lo que hacen.”

    La objeción de conciencia es un argumento poderoso para negarse a actuar, ante órdenes, en contra de las convicciones propias. Rara vez se utiliza. Lo común es seguir el comportamiento de la mayoría, “si todo mundo lo hace está bien.” 

    O de plano se buscan argumentos para justificar acciones indebidas.

    El problema es que la conciencia puede estar adormecida, inactiva o peor aún deformada. Esto último a causa del relativismo que todo lo permite, nada es bueno ni malo, si no que puede ser justificado según las circunstancias. Se eliminan los valores absolutos y se navega a la deriva. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, consenso de la humanidad en valores absolutos, queda reducida a letra muerta. 

    Ejemplos de la banalidad del mal sobran: La sonrisa del detenido exgobernador Javier Duarte. Una mezcla de cinismo, con la seguridad de sentirse protegido por la cobija de la impunidad, la misma con la que se tapan los políticos. La banalidad del mal: calificar de irrisorias las acusaciones de desfalco en su contra, que son parte de la regla del sistema.

    El alza en la cantidad de delitos en nuestra ciudad, 4 mil 473 robos en lo que va del año, comparado con los 3 mil 840 robos en los mismos meses del año pasado. Las violaciones a la fecha contabilizan 102. El año pasado para este mes fueron 81. La banalidad del mal nos hace permanecer indiferentes, insensibles ante hechos que nos deberían preocupar, si no es que horrorizar. 

    En la calle de Victoria, donde topa con la Alameda, en un sábado soleado veo circular una limusina en la que viajan la quinceañera y sus amigos. Van de pie y asoman la mitad de su cuerpo por el quemacocos. Da gusto ver su alegría, ver cómo disfrutan respirar un aire de recién adquirida libertad. La banalidad del mal nos impide pensar que corren un enorme riesgo al no llevar cinturón. 

    Ningún agente de tránsito los multa ni les advierte que pueden salir disparados de la limusina. 

    Lunes por la tarde, entro a una tienda de conveniencia. -¿Me das una moneda? - Me dice alguien con apariencia de indigente. 

    Después de que se la doy, él se dirige a la que atiende: -Dame un alcohol. -Ya vas a empezar primo. -No hay alcohol, dice ella. -

    Dame ese de $15 pesos. Ella le dice al cajero: Dáselo ya para que se vaya. No estés molestando primo, ya vete. -Me molesta el diablo, dice él mientras se va con su botella. La banalidad del mal, nada prohíbe venderle más alcohol a una persona destruida por la bebida. El cajero solo seguía órdenes, dáselo para que se vaya. Podemos evitar la banalidad del mal deteniéndonos a reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos.

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