Llegaron de Nuevo León a revolucionar Saltillo y lo hicieron su hogar

Saltillo
/ 8 marzo 2025
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Desde los primeros mercados hasta los supermercados modernos, los migrantes neoloneses transformaron la manera de comprar en la ciudad

Hace tiempo me fue revelado un dato sumamente interesante que me tomó por sorpresa. La fuente no podría ser más confiable: el historiador Carlos Manuel Valdés. La pregunta era sencilla: ¿Cuánta gente que vive hoy en esta ciudad es realmente nativa de Saltillo? Su respuesta fue reveladora: apenas un 23 por ciento del total, es decir, aquellos nacidos aquí con ancestros que también lo hicieron. Este dato nos permite dimensionar la historia migratoria de nuestra ciudad y comprender cómo su identidad se ha forjado a lo largo del tiempo.

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Desde mediados del siglo XIX, el auge del comercio y el paulatino desarrollo económico llenaron la ciudad de nuevas voces, costumbres y oportunidades. La llegada de comerciantes europeos, en su mayoría españoles y franceses, transformó las calles con tiendas de textiles, abarrotes y mercancías importadas, otorgándole un aire cosmopolita a la vida cotidiana.

Pero no solo de tierras lejanas provenían los nuevos pobladores; también arribaban hombres y mujeres de distintas regiones del país, atraídos por la posibilidad de un mejor porvenir.

Entre ellos hubo un grupo particular que dejó una huella profunda: los neoleoneses. Si bien no fueron los más numerosos, su impacto ha sido innegable. En su mayoría todos proceden de pequeñas poblaciones donde la vida giraba en torno a la agricultura y el pastoreo de ganado menor, estos migrantes traían consigo el temple de quienes han aprendido desde la infancia el valor del trabajo duro y la perseverancia.

$!René Molina de la Cruz, originario de La Esmeralda, Nuevo León, llegó a Saltillo para fundar un icónico restaurante.

Migrar nunca ha sido una decisión sencilla. Quienes se aventuraban a dejar su terruño eran, en su mayoría, espíritus resueltos con el firme deseo de salir adelante. Lo curioso es que, teniendo Monterrey como alternativa, eligieron Saltillo. Tal vez los atrajo su clima más templado, sus oportunidades comerciales o el simple azar del destino. Lo cierto es que pronto se distinguieron. Con poco más que sus manos y su empeño, su tenacidad les permitió prosperar. Con los años dejaron de ser forasteros para convertirse en parte esencial de la ciudad. Fueron visionarios, emprendedores y, sobre todo, arraigados. Adoptaron Saltillo como propio, lo hicieron su hogar y, con el tiempo, se fundieron en su historia.

PRESTAMISTAS: LOS BANQUEROS DE ANTES

Durante la segunda mitad del siglo XIX, en un tiempo donde los bancos eran escasos y la regulación financiera inexistente, muchas personas amasaron fortunas mediante el préstamo de dinero. Curiosamente, los intereses de entonces eran significativamente menores que los actuales, rondando apenas el cinco por ciento anual.

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Uno de los primeros neoleoneses en establecerse en Saltillo fue don Gabriel Flores Pérez, nacido en Cadereyta, Nuevo León. Ante la falta de oportunidades en su pueblo natal, emigró a Saltillo en la década de 1850, donde estableció una panadería en la Plaza del Comercio, hoy Plaza Manuel Acuña.

Su habilidad para los negocios lo llevó a convertirse en prominente comerciante y prestamista. Con el tiempo, expandió su fortuna con inversiones en minería y bienes raíces, llegando a poseer 56 propiedades en Saltillo, incluida la antigua casa Carrillo, hoy sede de la Escuela de Ciencias Sociales.

Otro personaje destacado fue Valeriano Ancira Ibarra, quien llegó a la ciudad en 1870 desde Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Con paciencia y ahorros acumuló una gran fortuna a través del préstamo de dinero. Su éxito como agiotista atrajo la atención del Ayuntamiento, que intentó regular sus actividades imponiendo impuestos. Ancira con su inusual habilidad, se negó a seguir prestando dinero. Sin embargo, los solicitantes estaban dispuestos a asumir los costos adicionales, Ancira cedió, lo que paradójicamente aumentó su riqueza.

$!René Molina fue miembro fundador de la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados.

EL HOTEL QUE SE HIZO CON DINERO DE LOS SALTILLENSES

A comienzos del siglo XX, Fernando Ancira, hijo de don Valeriano Ancira, heredó la fortuna familiar. Con visión y ambición, se estableció en Monterrey, donde emprendió la construcción del Gran Hotel Ancira, un símbolo de lujo y modernidad, la gran fortuna procedía en parte por los intereses de los préstamos que su padre había otorgado durante años a numerosos saltillenses.

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Sin embargo, el destino le jugó una trágica carta. En circunstancias extrañas, el joven perdió la vida al caer de la gradería de una plaza de toros. Su muerte prematura dejó inconcluso el majestuoso proyecto que había soñado, convirtiéndolo en una figura legendaria, que hay que decir que, muchos de Monterrey no conocen el origen de esa cuantiosa fortuna.

PRIMEROS BANQUEROS FORMALES

Saltillo, una ciudad que ha sido testigo de múltiples transformaciones económicas, vio surgir entre sus inmigrantes neoleoneses figuras que se abrieron camino en el entonces incipiente mundo de la banca.

Rómulo y Adolfo Larralde, originarios de San José, municipio de García, Nuevo León, el primero fue consejero del Banco de Coahuila y el Banco Central Mexicano. Los Larralde supieron abrirse paso en el complejo mundo bancario, Adolfo obtuvo un puesto como suplente en el Consejo de Administración del Banco Refaccionario de La Laguna, una institución clave para el desarrollo de la región.

Marcelino Garza Villarreal, originario de San Nicolás Hidalgo, Nuevo León, hoy llamado Hidalgo, entendió que la economía no tenía fronteras y llevó su influencia más allá de Saltillo. Integró el Consejo de Administración del Banco de Coahuila y supo moverse con destreza en otros espacios financieros de gran relevancia, como el Banco Minero de Chihuahua y el Banco Mercantil de Monterrey. Garza, se puede decir, tuvo su propio banco en Saltillo teniendo todas las funcionas bancarias bajo un mismo techo.

Su participación en estos círculos no se limitó, de igual manera se asoció con el empresario irlandés Guillermo Purcell y el comerciante Dámaso Rodríguez y juntos compraron la fábrica textil Dávila Hoyos, de esta unión derivó el nuevo nombre de la compañía: La Bella Unión.

El empuje neoleonés también se reflejó en la agricultura y el comercio, con Antonio Guajardo y Otila Mireles, oriundos de Salinas Victoria, N.L., Don Antonio se dedicó a trabajar la tierra y al comercio, fue dueño de la extensa propiedad de Jaguey de Ferniza, acumularon fincas urbanas y rurales, que heredaron a su único hijo, el célebre Robertito Guajardo.

EL VISIONARIO QUE MODERNIZÓ EL COMERCIO EN SALTILLO

$!Otila Mireles y Antonio Guajardo oriundos de Salinas Victoria, N.L., con su hijo Roberto Guajardo.

Amado Chapa González, originario de Zuazua, N. L. Su historia no solo es la de un comerciante exitoso, sino la de un pionero que transformó la manera de comprar en Saltillo.

Don Amado trabajó en el Mercado Juárez, donde comenzó vendiendo tomates y otros productos básicos. Con el tiempo, el destino lo puso bajo la tutela de un comerciante chino establecido en Saltillo, quien, sin familiares cercanos, el asiático le heredó su tienda. Sin embargo, la tragedia lo golpeó cuando un incendio arrasó con el Mercado Juárez, obligándolo a empezar de nuevo.

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Desde una modesta tienda de abarrotes en el Pasaje Saade, calle Aldama donde topa Manuel Acuña, don Amado dio el salto que cambiaría la historia del comercio en la ciudad. En 1962, abrió Casa Chapa, en la esquina de Manuel Acuña y Narciso Mendoza, el primer autoservicio de Saltillo, inspirándose en los supermercados de otras ciudades.

El concepto era con vitrinas abiertas, carritos de compras y productos empacados listos para llevar, su tienda rompió con la tradición de los mostradores y los despachadores, permitiendo que los clientes eligieran libremente su mercancía.

Bajo el lema “Nuestro vicio es el servicio”, Casa Chapa se convirtió en un éxito inmediato. La gente iba no solo por la novedad, sino también por el trato cálido que don Amado brindaba a clientes y empleados. Su tienda ofrecía desde lo esencial hasta productos de lujo difíciles de encontrar en la época, como bacalao noruego, una tradición navideña para muchas familias, así como angulas y jamón serrano.

Su mayor apoyo fue su esposa, doña Toñita Esquivel, quien amplió el negocio con una sección de ropa que ocupaba más de la mitad del local. Don Amado Chapa González no solo modernizó el comercio en Saltillo; demostró que la innovación y el buen trato son claves para el éxito. Gracias a su audacia y trabajo incansable, el autoservicio llegó para quedarse.

UN HOMBRE DE TRABAJO, FE Y GENEROSIDAD

René Molina de la Cruz nació en La Esmeralda, municipio de Galeana, Nuevo León. Sin embargo, su historia quedó ligada para siempre a Saltillo. Desde joven mostró disciplina y dedicación. Realizó sus estudios primarios en la escuela Coahuila y más tarde se formó como contador privado en la Academia Comercial “Victoriano Cepeda”.

Con su carácter trabajador, se abrió paso en distintos ámbitos: primero en el Departamento de Glosa del Gobierno del Estado, luego en la fábrica de don Guibert Verástegui Moya, más tarde se desempeñó como administrador de los restaurantes Saltillo, Gema y otro más, propiedad del señor Jesús Martínez.

En octubre de 1959, con espíritu emprendedor y una visión clara, decidió fundar su propio negocio: el Café Viena, un restaurante que con el tiempo se convirtió en un referente de la gastronomía en Saltillo. Más que un simple negocio, el Viena representó el esfuerzo de toda una vida, manteniéndose en operación ininterrumpida desde su fundación hasta la fecha. Su historia pasó por varias ubicaciones, adaptándose a los cambios de la ciudad, hasta establecerse finalmente en la calle de Presidente Cárdenas.

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Sin embargo, su grandeza no solo se medía en el éxito de sus negocios, sino en su generosidad y calidad humana. Don René era un hombre que ayudaba sin esperar reconocimiento. Apoyó al Seminario costeando los estudios de varios sacerdotes, perteneció al consejo de la Cruz Roja y fue pieza clave en la fundación de la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados, junto a como don Braulio Cárdenas otro neoleonés y doña Graciela Garza Arrocha, llegando a ocupar el cargo de tesorero y vicepresidente.

Su fe fue un pilar en su vida. Devoto del Santo Cristo de la Capilla, servía como soldado del Cristo y participaba activamente en su novenario, encargándose con esmero de la limpieza de su corona año tras año. Pero también disfrutaba de la vida con alegría, encontrando en su familia y en su trabajo la satisfacción de los hombres buenos.

René Molina de la Cruz falleció el 15 de octubre de 1994, dejando tras de sí un ejemplo de trabajo, humildad y amor al prójimo. Un fuera de serie, cuya memoria sigue viva en cada rincón del Viena, en cada sorbo de café, en las tradicionales palomas de ternera, en los tacos de barbacoa y por supuesto en el menudo.

LA HISTORIA CONTINÚA

Estos relatos son solo una muestra del papel fundamental que los migrantes de Nuevo León han desempeñado en la construcción de Saltillo. En la próxima entrega, abordaremos la historia de otras familias neoleonesas que dejaron su impronta en la ciudad, entre ellas las de Adelaido López, Fidelio Alanís, Enrique Martínez y Braulio Cárdenas. Porque la historia de Saltillo, al final del día, también es la historia de quienes llegaron aquí y la hicieron su hogar.

Si la historia le apasiona y desea descubrir más sobre el pasado, lo invitamos a formar parte de Relatos y Retratos del Saltillo Antiguo. Únase a nuestra comunidad WhatsApp: 844 299 1234. saltillo1900@gmail.com

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