Pocas visitas registra el Panteón Santo Cristo de Saltillo
Ya dentro del camposanto el número de tumbas abandonadas se aprecia con facilidad
Es 2 de noviembre, el día en el que los panteones rompen su estigma y son visitados como cualquier otro sitio de la ciudad; el día en el que la quietud y el silencio invaden un solo sitio en el que se reúnen decenas de almas, y reposan otras tantas; silencio que sólo se rompe con el ruido de las escobas comandadas por quienes de manera meticulosa, quitan la tierra y los restos de flores secas que un año anterior adornaron la lápida; o con los padres nuestros y los ave maría que entre dientes y dirigidos por abuelas con rosario en mano, susurran familiares al pie del pequeño lugar en el que ahora yace la persona que un día tocó, respiró y observó lo que nosotros ahora observamos.
Pero este festejo que marca un aspecto importante en la cultura y tradición mexicana, no queda ahí, le antecede el 1 de noviembre, conocido como el Día de Todos los Santos o de los “difuntos pequeños”, fecha en la que este año saltillenses acudieron hasta el panteón Jardines de Santo Cristo para visitar a sus seres queridos. Lugar en el que, como ya es tradición, vendedores de flores y de comida se colocaron en la entrada del camposanto para ofrecer su mejor oferta en un día en el que según sus propias palabras, “la venta ha estado muy baja”.
Ya dentro del camposanto, el número de tumbas abandonadas se aprecia con facilidad, algunas incluso con cruces y coronas amontonadas que el aire o los mismos visitantes se han encargado de arrastrar hasta las lapidas que ya no reciben visitas, por olvido o porque al igual que ellos, sus descendientes han fallecido.
Pero bastaba con avanzar más para encontrar familias con hijos pequeños limpiando la tierra que con el tiempo se acumula en el mármol y se adhiere al cemento, colocando flores de cempasúchil, altares encima de las lapidas, artículos que en vida hicieron feliz al difuntos.
Al otro extremo, tres jóvenes provenientes de la colonia 20 de Noviembre ofrecían a los visitantes, limpiar las tumbas de sus familiares fallecidos por la cantidad de dinero que ellos quisieran dar, “lo que sea de su voluntad”, decían.
A lo lejos, se miraban señoras de avanzada de edad sentadas en bancos o en el mismo concreto, llorando aún la partida de quien yacía unos metros debajo de ellas, tratando de disimular su dolor detrás de sus lentes negros mientras sus acompañantes sólo observan callados, sin saber qué decir, y es que realmente cuando fallece un ser querido ¿qué hay que decir?