Robertito, con ingenio, coraje y un gran corazón, se ganó el respeto de la sociedad saltillense
Este personaje dejó importante huella entre los que lo conocieron; amante del arte y el buen gusto, supo rodearse de quienes le aportaron a su vida experiencias interesantes
De la noche a la mañana, Robertito se hizo de una familia, aquellos años de incomprensión de la sociedad saltillense de aquella época terminaron cuando tomó la decisión de adoptar a José Carrillo Cruz, María de Jesús Arredondo y a la pequeña Norma. En los años posteriores el matrimonio tuvo cinco hijos más, todos fueron adoptados por Robertito.
Robertito y su nueva familia se mudaron a una antigua casona de adobe en la calle de Venustiano Carranza, hoy Pérez Treviño, entre General Cepeda y Rayón, la casa había estado deshabitada y lucía triste, Robertito le dio vida.
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El inmueble constaba de más de 30 piezas y la familia siempre contó con ayuda de mozos, cocinera y chofer.
Me cuenta su nieta Norma Carrillo Arredondo: “La casa era enorme, el zaguán estaba lleno de macetas con flores, en el patio había todo tipo de plantas, mi Tata tenía un gusto especial para decorar la casa con muebles finos#.
Cuenta que en la casa nunca faltaban visitas, se contaban chistes, todo era risas con él, nos cautivaba con sus historias, sus relatos llenos de detalles, era un hombre muy culto, gozaba de muy buen humor.
De vez en cuando se enojaba, hablaba con muchas maldiciones, pero le quedaban, nos hacía gracia la forma que las decía.
La época que más le gustaba era la Navidad, cada año instalábamos en la sala un enorme nacimiento, llevaba días montarlo, cada figura debía estar impecable, pasábamos horas limpiando cada pieza, debían quedar relucientes, él mismo dirigía el montaje y se algo disfrutaba mucho, era de la convivencia en la cena de Nochebuena; la pierna y los tamales eran sus platillos favoritos, comentó.
ENCAJAR EN SOCIEDAD
Robertito batallaría para integrarse en la sociedad saltillense, ya que a pesar de ser respetuoso y no meterse con nadie, era objeto de constantes burlas.
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Solía por las tardes pararse fuera de su casa, solo para ver gente pasar, vestía elegante bata de seda con extravagantes dibujos, muchos en su camino al verlo le gritaban todo tipo de insultos que siempre ignoró, nunca contestó agravios y ofensas.
Una de sus mayores diversiones era asistir al tradicional baile de disfraces del Casino de Saltillo, por años obtuvo los primeros lugares, la creatividad e ingenio de Robertito daban vida a singulares personajes, con originales atuendos.
En cierta ocasión tuvo que quitar toda la tela a un fino sillón francés para hacer un traje y representar a un noble del siglo XVIII.
A una de esas celebraciones del casino se presentó una pareja de recién casados, el novio de traje y la novia de blanco, los asistentes pensaron que se trataba de una equivocación, ¿qué hacía una pareja de novios en el baile de disfraces?, al poco rato se supo que se trataba de Robertito; su disfraz fue la pareja de recién casados, él de novia y con un acompañante. Todo se podía esperar de las originales ocurrencias de Robertito.
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También emprendió un viaje a la meca del cine, con la intención de aprender lo que se llamaba entonces cultor de belleza, en Los Ángeles California.
Estudió cosmetología, aprendió y perfeccionó la elaboración de cremas para el cuidado y embellecimiento de la piel, y ya en Saltillo fabricó los ungüentos, que pronto ganaron fama entre las damas saltillenses.
Su hija Maria de Jesús, que pronto cumplirá 100 años, conserva celosamente las fórmulas secretas de estas maravillosas cremas.
Con los conocimientos adquiridos abrió un salón de belleza por la calle Zaragoza, al que nombró Versalles, y lo dotó de los mejores muebles e instrumentos de la época.
Ese pomposo nombre, la atención de Robertito y las novedosas cremas, hicieron que señoras y damas abarrotaron el lugar.
CLIENTE SATISFECHA
Cierto día se presentó en el salón de belleza de Robertito una señora rica y su madre recién llegada de Estados Unidos, la peinadora que solía hacer los permanentes no se había presentado a trabajar ese día y la cliente pidió que se le hiciera un permanente a su mamá.
Robertito no quiso dejar pasar la oportunidad de ganarse un dinerito, le dijo a su hija María de Jesús, ayúdame por favor a atender a esta señora, María de Jesús respondió, “no sé cómo hacerlo” y Robertito replicó, “no te preocupes yo te voy diciendo cómo lo hagas”.
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Al sentarse la señora se le preguntó si se había teñido el cabello, la viajera muy segura respondió que no y se procedió a instalarle unos papeles metálicos en el cabello, que iban conectados a la corriente eléctrica.
El largo proceso para lograr que el cabello de aquella señora se enchinara transcurrió con normalidad, al poco tiempo notaron que emanaba humo de la cabeza de la dama, asustados Robertito y María de Jesús corrieron a desconectar el aparato, al quitarle los cables y los papeles metálicos, se vinieron consigo pedazos de cabello.
Cuando terminaron de retirar los dispositivos, la señora perdió todo su cabello y en su cabeza aparecieron unas bolas por las quemaduras, cuando la hija llegó a recoger a su madre, al verla soltó el grito de susto.
“Cómo era posible que la dejaran sin un pelo, los voy a demandar”, gritó la furiosa señora, presuroso a resolver la penosa situación, Robertito respondió que fue debido a una reacción, porque se había teñido el cabello previamente y logró calmar a la señora, “mira no tienes de qué preocuparte”, le dijo y le recomendó varias cremas hechas por él.
La cliente desistió en demandar, salió del salón convencida con los remedios, cremas y una peluca para su mamá y aquel desafortunado incidente terminó en una gran amistad entre Robertito y la cliente.
EL DÍA QUE TERMINÓ CON LAS BURLAS
Como cada año, la compañía de teatro ambulante de José Luis Padilla y Blanca Morones se presentó en Saltillo, el Teatro Cultural Tayita, que se instalaba en terrenos grandes baldíos.
Uno de estos lugares fue en Matamoros y Pedro Agüero, posteriormente la carpa se instaló por años en el predio de las calles Cuauhtémoc y Colón.
La pareja y su grupo de actores visitaban la casa de Roberto Guajardo, y en una comida que ofreció a los actores, estos lo invitaron a colaborar como actor principal en una de las representaciones.
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Robertito aceptó el papel, tenía ya tablas, no le fue difícil aprender sus líneas. El día del estreno la Carpa del Tayita se llenó, el público con más morbo que gusto quería ver actuar a Robertito.
En uno de los momentos cumbre de la obra, Robertito, inmerso en su papel, confrontaba a la esposa que le había sido infiel, la mujer de rodillas pedía perdón, mientras que Robertito sacaba una pistola con la intención de acabar con la vida de la desleal mujer.
”¿Por qué me matas?”, inquirió exasperada la actriz, Robertito respondió con seguridad: “¡Porque soy hombre!”, y de pronto el público estalló en risas, silbidos de burla, “porque soy hombre”, repitió el actor y continuaron los gritos y carcajadas en tono burlón.
Robertito interrumpió la escena, caminó hacia el frente del escenario, muy serio se paró frente a todos, la gente paró de reír y todo fue silencio, esperando atentos a escuchar lo que iba a decir.
Con voz firme, Robertito replicó, “con esas burlas y gritos me han quitado lo que más disfruto en mi vida, ustedes saben cómo soy, siempre he sido respetuoso y nunca le he faltado el respeto a nadie, toda mi vida he sufrido de sus burlas y desaires, sé lo que soy, no tengo la culpa de ser así, así me hizo Dios”.
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Los asistentes poco a poco empezaron a aplaudir, “¡Bravo Roberto, así se habla!”, se dejaban escuchar gritos de entre los asistentes, Robertito regresó al centro del escenario por Blanquita Morones, mientras los aplausos iban in crescendo, la gente no paraba de aplaudir, Blanquita sugirió a Robertito que regresara al frente del escenario para agradecer los aplausos, tomó de la mano a Blanquita y los dos hicieron una reverencia.
VIVIÓ Y MURIÓ RODEADO DE QUIENES LO QUERÍAN
Robertito Guajardo fue un hombre respetuoso, supo sobrellevar la presión de una sociedad que no estaba preparada para aceptarlo y nunca se dio por vencido.
Disfrutó de vivir la vida a su manera, gozó de las cosas buenas rodeado de su familia y después de sacar a sus hijos y nietos adelante, compró una casa en la calle de Escobedo y Allende.
Ahí pasó una temporada recuperándose de una diabetes que terminó con sus dos extremidades, sus hijos siempre cuidaron de él y nunca lo abandonaron. Murió en el año de 1982 por complicaciones de salud. saltillo1900@gmail.com
(Segunda de dos partes)
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