Vivos, la voz de los muertos
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El periodista e historiador Javier Villarreal Lozano en su obra: Venustiano Carranza. La experiencia regional, nos traslada en esa rueda cíclica del tiempo hasta mediados del siglo 19 cuando Coahuila era una “tierra de guerra viva…”.
Villarreal resume los aspectos más importantes de la vida de Venustiano Carranza en su natal Cuatro Ciénegas, un pueblo alejado de la capital del Estado y de la toma de decisiones políticas. Además, nos lleva por esos páramos salvajes del siglo 19, donde la única ley que imperaba era la del más fuerte.
En esta aridez norteña, los indios belicosos se habían convertido en un problema para el Gobierno mexicano. Los habitantes de Coahuila, enfrentaron la furia y el salvajismo de los nómadas que arrasaban con todo. “Paralizaron el comercio, devastaban la ganadería e impedían la agricultura a gran escala. La ola de violencia fue una pesadilla…”.
Siglo y medio después los pobladores de Coahuila enfrentaron la arremetida violenta, esta vez no de indios agresivos, sino de miembros de la delincuencia organizada.
Hubo rancheros que fueron obligados a dejar sus propiedades en manos de los criminales, familias desplazadas, cobro de piso y cobranza de impuestos informales a los comerciantes, a principios de este siglo, no en el antepasado.
Esta generación conoció en carne propia la violenta arremetida de los criminales, éstos escalaron medios más sanguinarios: cuerpos decapitados, otros fueron incinerados hasta desaparecer todo rastro, ya fueran hombres, mujeres o infantes.
Las masacres en Piedras Negras y Allende, así como otros crímenes de menor escala, pero no de menor importancia para la justicia, en las distintas regiones del Estado, dejaron una estela de sangre y miedo que todavía no disipa.
En Saltillo, en enero de 2010, Valentín Valdés, de Grupo Zócalo, salió una noche del periódico en compañía de otros compañeros de trabajo, el vehículo en el que se trasladaban fue interceptado por miembros de la delincuencia organizada, a sus colegas los dejaron en libertad. Valentín no corrió con la misma suerte, su cuerpo sin vida y con signos de violencia apareció horas después.
El pasado mes de junio, en el marco de la conmemoración del Día de la Libertad de Expresión, el autor de La experiencia regional, y decano de la Escuela de Ciencias de la Comunicación, Javier Villarreal Lozano, propuso perpetuar la memoria de los periodistas, víctimas de los criminales por ejercer el periodismo.
Otro periodista asesinado: Eliseo Barrón Hernández cubría la fuente policiaca para La Opinión Milenio en esa zona
caliente llamada Comarca Lagunera. En mayo de 2009 un comando armado irrumpió en su domicilio y en presencia de su familia lo privó de la libertad; al día siguiente apareció su cuerpo sin vida en un canal de riego.
Las oficinas del periódico El Siglo de Torreón fueron atacadas infinidad de veces por miembros de los grupos criminales que operaban esa región. “De 2005 a 2017, Coahuila estuvo entre los seis estados con más averiguaciones por delitos cometidos contra periodistas”, reporta El Siglo de Torreón en una nota informativa fechada el 16 de mayo del presente año.
En mayo de 2011, al filo de la media noche, cuando los demonios andan sueltos, sujetos a bordo de un vehículo llegaron al bulevar V. Carranza, donde se ubica el periódico VANGUARDIA en Saltillo, y lanzaron una granada de fragmentación al edificio. Afortunadamente no hubo heridos y el personal trabajó como todas las noches para sacar la edición del día siguiente. Sin embargo, en abril de 2013, Alejandro Basaldúa, quien se desempeñaba como reportero gráfico para esta casa editora fue asesinado de forma brutal.
Ya es hora de que los vivos elevemos la voz de los muertos.