Dignifican a mascogos en México

Semanario
/ 29 septiembre 2015

La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas los acaba de declarar "pueblo indígena" luego de 182 años.

Todavía se camina por ahí haciendo crujir la tierra y deteniendo el polvo con la piel al paso, sus chozas, algunas ya empastadas de moderno cemento o rudimentario estuco, y repintadas de colores vivos, guardan en el interior el adobe que hace más de cien años amasaron sus padres.

Es el Ejido El Nacimiento, un nombre que no dice mucho, y a cuyos pobladores ya sólo los habitantes de la región reconocen como "mascogos", porque de aquella piel que una vez el sol tostó a sus antepasados, y por la cual les llamaban "negros" ya poco queda.

Mascogos es una tribu de hombres que alguna vez fueron esclavos provenientes originalmente de Africa, pero que se asentó en México allá por 1830 y que durante la guerra contra Estados Unidos logra obtener un territorio propio en el actual municipio de Muzquiz, Coahuila, tierra en la que aún viven.

Hasta ese lugar se trasladaron hace dos meses autoridades federales mexicanas, a platicar con jóvenes que ya no saben la lengua que hablaban sus abuelos, mujeres que poco recuerdan de cómo batir el atole soske, muchachas que ya no cantan el Capeyuye, ancianos que dejaron de asistir al templo y niños que han perdido casi todos los rasgos negroides, incluso el color.

Llegaron de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas a declarar, por primera vez luego de 182 años, que los Negros Mascogos son una Pueblo indígena mexicano, el segundo asentado en Coahuila. Fue el 22 de septiembre, y los "negros mascogos", como aun se llaman a sí mismos, celebraron casi como cuando sus padres se sintieron libres del yugo de la esclavitud, allá en el paraje de la entrada al El Nacimiento.

En una de las fotos de ese día aparece una figura morena, no negra, morena, que empuña un madero grande para moler maíz, y que parece poco sobresalir en el festejo. Es Gloria Margarita Romo, una mascogo que ya no vive en el pueblo, pero que lleva diez años sumando a su espalda la carga de rescatar la cultura de sus antepasados. Fue Gloria quien comenzó a tocar puertas y recopilar documentos.
Margarita sonríe y detrás de sus gruesos lentes apenas se ve el brillo de sus ojos y el defecto congénito en uno de ellos. Se puso el vestido rojo con puntos blancos y pañoleta en la cabeza para mostrarnos su pueblo, el Pueblo Mascogo que ahora puede llamarse oficialmente así, gracias a ella. Sin embargo, dice, "este papel no nos devuelve nada, lo que se perdió hay que rescatarlo", manifiesta la mujer, comprometida a hacer valer el documento reviviendo la riqueza de su historia y la cultura heredada desde el tiempo en que Juan Caballo, el primer líder mascogo, les consiguió un terruño para vivir.



EL NACIMIENTO


 
Aunque a la orilla de la carretera Muzquiz-Sabinas está un letrero señalando con una flecha un camino vecinal, e identificando que por allí se llega al ejido El Nacimiento, poco les diceeso a los viajantes.

Tomarían ese rumbo solo por la curiosidad que en el mismo señalamiento está otra inscripción: "Kikapoos", dice, y cualquier turista podría intentar llegar hasta donde está la reserva india esperando verlos con penachos y chaquetas de cuero como en las películas de John Waine. Pero los turistas se llevarán una sorpresa, pues difícilmente conseguirán entrar a la reserva Kikapoo. Son una tribu celosa de sus costumbres, "amigables, pero de lejitos", dicen los originarios de Múzquiz.

Por ese camino también se llega a uno de esos pueblos polvorosos y desolados que se cuentan por centenas a la orilla de toda carretera. Ese, como el territorio de los Kikapoos, también es el Nacimiento, y es donde desde hace años viven los Mascogos.

Con dos capillas, una católica y otra cristiana, chozas aun de adobe, un largo molino de viento, escuela primaria y telesecundaria, amplios solares frente a sus casas, la mayor parte del tiempo vacíos porque los "chiquillos" le huyen al tremendo sol de 38 grados, los mayores ni se aparecen por estar trabajando y las mujeres, algunas, las más tradicionales, siguen en las tareas del hogar, otras, sobre cuyas casas ya adorna una antena de televisión satelital, gozan de la novela en turno.

Son dos las calles principales que arman el trazo del pueblito que extiende sus dominios a una serie de parcelas, ahora ya secas por falta de lluvia. De esas dos calles se desprende el enramado de caminos que riega el terruño de los mascogos, con árboles aun centenarios y sombras bajo las que ya pocos amarran sus caballos.

Allí se llega sin tocar la puerta. Son una tribu, como los Kikapoos, igual de antigua, pero menos celosa. Allí, don Gonzalo Palau Salazar, comisario ejidal, incluso nos invitó a conocer la paredes que cobijaron su infancia y que aún conserva como recuerdo de sus antepasados.

"Si, yo soy negro, somos mascogos", dice al saludo este hombre levantando de vez en cuando la vista mientras limpia una carga de nueces en el patio de su casa, mientras su mujer, robusta y franca, exprime la segunda carga de la lavadora Easy, porque allá el tallador ya casi no se usa. Fue Don Gonzalo quien recibió el documento que los certifica como Pueblo Indígena Mexicano, de manos de Olaf Corro Labra y Liliana Garay Cartas, representantes de la CDI.

Ahora cuenta con una casa más moderna, de ladrillo y cemento, pero junto a ella está otra, muy rústica, de dos aguas, adobe que dice, amasaron los abuelos de sus abuelos, esos que conocieron a Juan Caballo, y a quienes les heredaron esos tres por cuatro metros donde vivió de niño, apretujado.

"Aquí en este cuartito era mi casa, éramos muy pobres", dice del cuarto lleno de ollas viejas, trastes, cintos y monturas de caballo, herramienta y toda clase de "cachivaches". Aunque lo cuenta con naturalidad, es difícil imaginar que el estrecho cuarto se dividía en una cocina y el lugar donde dormían.

Así es, diez eran los integrantes de la familia Palao, diez comían en ese tres por cuatro metros, y luego, tras caer la noche, diez dormían en solo dos camas que acomodaban, "sabrá Dios como, ya no me acuerdo", dice don Gonzalo.

El comisario ya es de los mayores. Ha completado los 73 años, y a pesar de ello, desconoce casi por completo la lengua que hablaron los primeros pobladores mascogos. Eso sí, conoce bien su historia, y la cuenta como la mayoría de los aldeanos, con pasajes más, pasajes menos, pero siempre con la misma esencia.

"Mi papá se llamaba Telésforo Palau ya nació aquí, pero su mamá si venía de Estados Unidos, doña Hilaria Nuñez, la viejita platicaba que cuando venían de allá, venían a pie, platicaba la señora, nomás que se venían de allá porque había una esclavitud para ellos, era muy duro para su gente", expresa don Gonzalo.

Y es entonces que comienza a hablar de Juan Caballo, el héroe de la tribu, un indio negro de los que las enciclopedias llaman seminol, que lo mismo se "apalabró" con el presidente de los Estados Unidos, James Polk, o sus homólogos mexicanos, Antonio López de Santa Ana, Benito Juárez, y, dice la tradición, también a Porfirio Díaz.



LA CARTA


 
Pocos escritos existen en México sobre el legendario Juan Caballo del que habla don Gonzalo. Se dice que mucho hay sobre él en el Instituto Smithsoniano del país vecino. No obstante, la misma pérdida de la lengua original que hablaban sus padres han hecho que Gonzalo guarde celosamente una carta que ni él mismo tiene idea lo que dice.

"Esta es una copia, es una carta que escribió Juan Caballo, nuestro fundador, pero no sé lo que dice", declara el hombre mientras muestra las hojas, declarándose autoridad incompetente para revelar el secreto que su fundador dejó en ese tesoro escrito de su puño.

Tendrían que pasar dos semanas para saber lo que dicen. No porque encontráramos a algún mascogo que la tradujera, sino porque la lengua que hablaban y escribían sus antepasados es un tipo de variación fonética del idioma inglés, mezclado con palabras nativas kikapoos, e incluso rezagos de ancestral dialecto africano.

Fue un traductor inglés-español quien desentraño parte de historia mascoga, contada por Juan Caballo. La carta está fechada en 1873, y en ella, el indio que ya logró una tierra para los suyos en México, intenta negociar otro territorio en los Estados Unidos e indemnización, prometidos ambos por el presidente James Polk desde hacía 30 años, y que esperaba, las autoridades de Washington le hicieran válido.

"Nací en Florida, mi gente fue sacada de aquí y llevada a Arkansas. Todo fue robado de nosotros cuando dejamos Florida. Los hogares, el ganado, los caballos y todo lo que teníamos, y el gobierno prometió en ese entonces pagarnos por todas las pérdidas y que nosotros obtendríamos tierras para formar hogares y seríamosotorgados con todo lo necesario por ocho años", escribe Juan Caballo a un tal general August.

En efecto, la historia oficial dice que en épocas de la Colonia, cuando el territorio Estadounidense estaba dividido entre España e Inglaterra, esta última potencia trajo a América esclavos negros a quienes obligaban, en condiciones inhumanas, a trabajar sus plantaciones.

Fue hasta finales de 1700 y principios de 1800 cuando en la Nueva España se decretó libertad de la exclavitud a tribus indias, y muchos negros esclavos de ingleses comenzaron a escapara rumbo al territorio español de la Florida.

En Florida se mezclaron con los llamados indios seminoles, y vivieron, junto con la historia norteamericana las guerras internas, también la que aquella nación le declaró al México ya independiente.

Para ese entonces, dos caudillos, ambos de Florida, ya habían conducido a su tribu negra seminol hasta México, se trataba de Gato Salvaje y de Juan Caballo, a quienes originalmente se les pagó para acabar con la tribu Kikapoo, pero a la que finalmente terminó aliándose para lograr juntos ser acogidos por el gobierno mexicano que los declara libres.

Es Gloria Romo quien complementa la historia declarando, "Llegamos en 1830 aquí a México, primero nos establecimos en un lugar de Villa de Fuente, en Piedras Negras, luego ya viendo que este era el lugar más elegible para vivir, Juan Caballo se trasladó con la gente a este lugar, llegamos aproximadamente 300 personas".

Aunque la historia y ellos mismos dicen que el territorio de El Nacimiento le fue otorgado por Benito Juárez, la carta presuntamente escrita por Juan Caballo y cuya copia está en manos de don Gonzálo, manifiesta que el lugar fue otorgado originalmente por el presidente Santa Ana.

"Tengo el título de la tierra que tenemos en propiedad en México conmigo y por favor, háganos saber si lo podemos registrar aquí para que no se pierda. La tierra tiene el nombre de Nacimiento, tiene un precioso arroyo hermoso de agua corriente, y cipreses grandes en la tierra, y tiene nueve millas cuadradas, esta tierra nos fue otorgada por Santana por luchar contra los indios", dice la carta de Juan Caballo.

Se trata del mismo ejido llamado Nacimiento que continua quemando la piel con el intenso sol y empolvándola ininterrumpidamente. Todavía existe el arroyo, ahora ya casi sin agua, y el gobierno mexicano le sigue respetando las siete mil 200 hectáreas donadas por Santa Ana, confirmadas por Benito Juárez, reafirmadas por Porfirio Díaz, y avaladas luego por Lázaro Cárdenas.

"Dicen que el hombre negoció con varios presidentes mexicanos y gringos", revela el director del museo de Muzquiz, Héctor Porras, quien tiene documentadas las correrías de este indio negro nacido en 1812 y fallecido en 1882, del que todavía hoy se sabe, se atrevió a declarar la guerra a los Estados Unidos.

Existen documentos, afirma el director del museo, en los que William Dub, decendiente de Juan Caballo declara, "Somos la única tribu que nunca firmó un tratado de paz con Estados Unidos, así que técnicamente seguimos en guerra".

Declara Porras que Juan Caballo, un negro alto, gran guerrero y con dotes de negociador, logra el territorio de El Nacimiento a cambio de proteger a los mexicanos de las tribus bárbaras, luego él mismo de adhiere al Ejército Mexicano con el grado de coronel, para luchar contra la invasión francesa, y muere, dice la historia, en camino de ir a visitar al presidente Porfirio Díaz, en la Ciudad de México, aunque el director del museo cuenta que en realidad pudo haber sido un asesinato.



DOBLE SEQUIA


 
Era un 19 de junio cuando Juan Caballo les entregó la libertad en tierra para sembrar y agua para regar. Todavía el pasado aniversario lo celebraron, pero no como en aquel entonces, porque sin agua, así como la tierra, la cultura mascogo se está secando.

Platica el juez auxiliar Servando Cervantes que poco a poco el pueblo se ha ido quedando vacio, la mayoría de la fuerza laboral ha tenido que emigrar a Estados Unidos, o a otros lugares de México debido a la falta de empleo.

"No se puede sembrar, aquí no hay agua, la sequía hace que nos tengamos que ir, yo acabo de regresar, tengo poco que volví, y mis hijos allá están, se quedaron allá en Estados Unidos, a qué vienen, aquí no hay trabajo", expresa Servando, de sombrero alto y piel tostada, aun con parte de los rasgos seminoles de sus padres.

El mismo declara que son cada vez menos los que aun conservan la piel negra de sus ancestros, y la que los distingue por el nombre, "negros mascogos", pero que las nuevas generaciones que se han mezclado con mexicanos, han mudado de piel.

Como ejemplo nos presenta a su sobrina Génesis Camila Cervantes, una pequeña de ojos vivarachos que como la mayor parte de los niños de Nacimiento, ya no es negra, sino moreno claro, aunque todavía con el pelo ondulado, y algunos rasgos seminoles.

"Y eso que ella es descendiente directo de la familia de la difunta Geshu, como tataranieta de su hermana Lucia", platica Gloria Romo, aun vestida de rojo con puntos blancos, como ya no se visten por ahí, y quien trae en brazos a la pequeña Génesis, cuya sangre aun lleva algo de una de las últimas mujeres mascogas que cantaron y vivieron las tradiciones originales de su pueblo: Gertrudiz Vazquez.

Ya murió, pero aún se le puede ver en el documental de Patricia Carrillo, "Gertrudis Blues", orgullosa de ser negra y cantando "Capeyuye" al aplauso de su hermana y el resto de las "grandes del pueblo", de las que ya quedan si acaso dos.

Con Gertrudis, fallecida hace algunos años, se fue acabando la cultura. Aquellos cánticos de "Mai moder is go" del documental ya no se escuchan por la iglesita cristiana que presumen lleva en pie más de 150 años, porque la cultura se ha perdido entre los casi 300 habitantes que aún sobreviven en el Nacimiento.

"Antes si se hablaban la lengua, yo no la sé, la hablaba mi papá, pero entre ellos, los grandes, ya con nosotros no hablaban así, para nosotros puro español. Antes si se hablaba el lenguaje, porque antes había maestro, pero ya se acabó la gente grande, y nadie hizo por buscar profesores", comenta Gonzalo Palao,
Algo parecido pasó con las costumbres. La llegada de la primaria y la telesecundaria, sin clases que preservaran la cultura mascoga, y junto a ello, la muerte de los "mayores" que trasmitían, solo oralmente las tradiciones, fueron acabando con la identidad como tribu, aunque no con su espíritu.

Aunque en realidad el idioma mascogo es un íngles fonético, es decir, se habla y escribe prácticamente como suena, poco se había hecho por rescatarlo, y eso que gran parte de los mascogos que migraron, unos mil 1800 que viven en Brakesville, Florida o Monterrey, actualmente hablan el idioma inglés.

Dice la documentalista Patricia Carrillo que ella tardó mucho tiempo de investigación para encontrar que el famoso "Capeyuye" que cantaba mama Geshu, o Gertrudis Vázquez, no era otra cosa que la traducción fonética de Habby New Year, el festejo del año nuevo estilo norteamericano.



AL RESCATE

De la silenciosa pérdida de la identidad mascoga se dio cuenta Gloria Romo. Una mujer que desde que fue abandonada por su esposo, y a cargo de cuatro hijos, tuvo que salir del Nacimiento e ir a trabajar en casas para sacar adelante a su familia.

Aunque vivía en Muzquiz, nunca olvidó a la tribu. Como la mayoría de las mujeres migrantes, volvía constantemente a visitar el terruño, el panteón, las cenas, fiestas y otras costumbres. La más grande, cuenta, es la del 19 de junio, cuando llegan de todas partes a compartir la fiesta de la liberación de la esclavitud.

Fue allí, en uno de esos convites, donde vestida de rojo con puntos blancos, junto a otras pocas mujeres que todavía conservaban su vestimenta original, que se dio cuenta que ya la mayoría de los asistentes no parecían mascogos, poco recordaban de su cultura.

"Hace diez años fue eso, entonces dije, pues hay que rescatar esto, qué está pasando", expresa Gloria, cuyo primer objetivo era reavivar el sentimiento y cultura de su tribu, pero que luego se convirtió en algo mucho más productivo.

Comenzó buscando apoyos, incluso maestros especializados, pero ahí se dio cuenta que ni siquiera podía acceder a ellos debido a que, a pesar de pertenecerles oficialmente la tierra desde 1863, el gobierno mexicano no los tenía considerado como pueblo indígena.

"Me preguntaban que de donde era, les decían que de Coahuila, y me preguntaban porqué nosotros no estábamos reconocidos como tribu, entonces fue donde empezó el trabajo a lo largo de diez años", recuerda Gloria.

Durante ese tiempo fue de viajar y enviar documentos, convencer gente y recabar información territorial, histórica y cultural de la tribu, así como realizar constantes gestiones con los distintos niveles de gobierno para autentificar su procedencia india.

Papeleos, idas y vueltas a la CDI, encuentros y desencuentros hicieron prosperar el asunto hasta que el 24 de febrero de este año le informaron a Gloria que el gobierno mexicano había aceptado reconocerlos como pueblo indígena mexicano.

"Fue una alegría muy grande, luego luego me vine a contárselo a todos acá. Me acuerdo que me decían, `¿porqué no nos habían reconocido?', pero les tenía que explicar que eran cuestiones de trámites y esas cosas", recuerda la promotora, quien se encargó de que además de la fiesta que habían organizado en Junio, se llevara a cabo otra, igual de grande, pero para el 22 de septiembre pasado.

Fue ahí, justo a un lado del arroyo descrito casi 200 año por Juan Caballo, igual de hermoso el paisaje, pero ya casi sin agua, cuando acudieron a entregarles la cédula de identificación como pueblo indígena.



RENACER

Pero ese no fue el final de la historia. Mientras Gloria nos nuestra parte de las casas antiguas, ya deshabitadas y casi cayéndose, señala que la labor que sigue es casi como levantar cada uno de esos adobes y hacerlos de nuevo funcionar.

Comparte que con este logro, ella adquirió el compromiso, junto con las autoridades de la tribu, de rescatar la cultura mascoga. Para empezar, la lengua.

"Hemos tratado de levantar todavía las costumbres, la lengua es la que se perdió, serán unos 5 o 10 personas las que todavía hablan la lengua original, que es el cheroke con inglés y español, pero estamos trabajando para enseñárselas de nuevo a nuestros pequeños, a nuestros jóvenes", señala.

Para ello, ella misma está preparando un programa asesorado por el CDI para impartir en la primaria una clase de cultura, tradiciones e historia de los mascogos, pero además, incluir en un momento dado, incluso una clase de lengua, para enseñarles a los niños, nuevamente el lenguaje que hablaban sus antepasados.

Con algunas familias, como la Vázquez, de la difunta Gertrudiz, dice que está negociando para que trasmitan los cánticos, los interpreten ante los más jóvenes y se vayan interesando en copiar el estilo, pues es la única manera de preservarlos.

También están preparando cursos para rehabilitar el uso del tejido original como se hacían las telas con anterioridad, y sobre todo, recabar algún tipo de recetario que puedan compartir para que continúen realizando los alimentos tradicionales.

"Tenemos que aprovechar que todavía hay mucha gente que sabe prepararlos, como el atole soskque, que es un atole de maíz, el pan y empanadas de camote, el asado de puerco, la fritada, los tamales, el cortadillo, es parte de la comida que practicamos", y muestra orgullosa la forma en que todavía, al menos unavez al año, muelen el maíz en el interior de un tronco ahuecado.

Además, ha podido gestionar cursos y apoyos para la siembra de huertos en el hogar, para consumo familiar e incluso la venta, ella misma señala que ya ha conseguido quien compre en Muzquiz el producto que las amas de casa quieran vender en caso de que así lo decidan.

Tienen la encomienda de llevar más de cien tinacos y gestionar al menos pavimentar una de las calles, aunque expresa, algunos mascogos prefieren continuar con la identidad terregosa de su pueblo.

"A mi gente le han llegado bastantes beneficios, desde ampliaciones de vivienda, becas, mas despensas, mas campañas de salud, incluso nos han pedido a una niña de aquí de la tribu, para que la llevemos a México, con boleto de avión pagado y todo, y pueda comer con el Presidente de la República el Día del Niño", cuenta alegre Gloria Romo.

A pesar de ello, todavía, como sus antepasados, siguen sufriendo el racismo, aunque ya menos. Platica que ahora ya casi solo sufren del acoso de la policía municipal de Muzquiz que detiene a los jóvenes mascogos para extorsionarlos, por eso algunos mejor se van a Estados Unidos, allá estudian, como los hijos de Gloria.

Mientras camina por las veredas de El Nacimiento, la mujer brincando alambres de puas para pasar a ver la casa que habitó de niña, en la que aún se conserva el fogón con que su madre les preparaba la comida, declara que aún falta mucho por hacer con esa tribu que está dejando de ser negra.

"Pero la gente no nos ve mal, no nos hace a un lado, hasta nos hemos mezclado con los mexicanos, hay muchos mascogos casados con mexicanos, por eso ya se está perdiendo el color de afuera, pero no el de adentro, de adentro siempre seremos negros, y eso es lo que hay que rescatar".

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