Voces de la violencia obstétrica en Coahuila

Coahuila
/ 8 marzo 2022

¿Cómo debe ser un parto digno?, ¿qué pasa cuando hay situaciones de violencia durante el embarazo?, ¿a dónde ir si quieres denunciar mal trato por parte del sector salud? La violencia obstétrica está tan invisibilizada que incluso se asume como algo normal, pero no lo es. Aquí tres historias que alzan la voz y exigen justicia.

No es normal ser violentada en medio de un parto. Ni ser juzgada durante tu embarazo. No ser escuchada al expresar las injusticias. No es normal la desinformación. No es normal la falta de respeto ni la falta de protocolos sanitarios adecuados que provoca que mujeres de todas las edades experimenten su embarazo como algo negativo No es normal guardar silencio cuando se trata de violencia obstétrica.

Todas las mujeres en proceso de gestación, parto o puerperio poseen el derecho a la información, así como a la libertad para que su toma de decisiones vaya de acuerdo con su estado de salud física y emocional. Así lo estableció el artículo 6 de la Declaración Universal Sobre Bioética y Derechos Humanos de la ONU en 2005.

Sin embargo, el acceso a estos derechos básicos ha sido transgredido. Y eso no es normal.

El sistema de salud se rige por normas y guías entre las que se encuentran la Norma Oficial Mexicana NOM-007-SSA2-2016, que dicta las disposiciones para la atención de la persona durante el embarazo, parto o puerperio y del recién nacido. De ahí que todas aquellas actitudes y acciones que se consideran violencia obstétrica van en contra de lo que se establece en la NOM-007.

Este tipo de violencia, según el Instituto Nacional de las mujeres, se genera en el ámbito de la atención del embarazo, parto y posparto que brindan los servicios de salud públicos y privados. Se puede identificar cuando el personal de salud práctica acciones y omisiones que causen daño físico y psicológico a las mujeres a lo largo de esas tres etapas. Y nada de eso es ni debería ser normal.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016 (ENDIREH-2016) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), apunta que, a nivel nacional el 33.41 por ciento de las mujeres de 15 a 49 años que tuvieron un parto entre el 2011 y el 2016 sufrió algún tipo de violencia por parte del personal de salud.

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Ese porcentaje representa a dos millones 921 mil 514 mujeres que fueron dañadas de forma física o psicológica durante su embarazo, parto o puerperio inmediato que responde a las primeras 24 horas después del parto.

Datos del Congreso del Estado de Coahuila publicados en 2019 revelan que la entidad se encuentra en el sector de mayor proporción que va de 36.0% a 39.5% de maltrato en la atención obstétrica de todo el país.

Los primeros lugares los ocupa el Estado de México (39.5%); Ciudad de México (39.2%); Tlaxcala (37.7%); Morelos (37.2%); Querétaro (36.9%); Yucatán (36.5); Guanajuato (36.2%) y Coahuila (36.1%).

El gran problema, señalan quienes se han visto envueltas en dichas tareas, es que estas acciones a veces no se entienden como un tipo de violencia y cuando se tiene consciencia de ello es complicado poner una denuncia. Y no, no es normal.

La consecuencia, sin embargo, es que de acuerdo con indicadores del Banco Estatal de Datos sobre Violencia contra las Mujeres y las Niñas del Estado de Coahuila se han documentado apenas 17 atenciones a denuncias por violencia obstétrica.

La legislación en el estado señala que las penas para quienes ejerzan violencia obstétrica van de tres a seis años de prisión y multa a quien por acto u omisión impida, dependiendo del grado de afectación, obstaculice la atención oportuna de emergencias obstétricas. Además, se podrá suspender el ejercicio de la profesión e inhabilitar los servicios en el caso de los servidores públicos.

De acuerdo con el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), entre esas prácticas se encuentran las invasivas como las cesáreas cuando se realizan sin justificación, la esterilización no consentida o forzada, el suministro injustificado de medicamentos, el retraso de la atención médica de urgencia o la negación de esta, además de la falta de respeto a los tiempos naturales del parto de cada mujer.

¿Es común? Sí, pero no es normal, así como tampoco deberían serlo los actos discriminatorios, el uso de lenguaje ofensivo, humillante o sarcástico, la falta de información acerca del proceso reproductivo y el trato deshumanizado.

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¿Qué se puede hacer entonces cuando una mujer es víctima de violencia obstétrica? Denunciar. Y para eso existen instancias como el Centro de Justicia y Empoderamiento de las Mujeres, la Comisión de Arbitraje Médico, la Comisión de los Derechos Humanos, además de la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género, o bien, el departamento de quejas y denuncias de cada instancia hospitalaria.

De acuerdo con el especialista José Ángel Acosta Briones, del Centro de Justicia y Empoderamiento de las Mujeres (CJEM), ninguna mujer está exenta de vivir violencia obstétrica, incluso en instituciones de salud privadas, de ahí la importancia de sensibilizar y visibilizar las prácticas de violencia y erradicarlas.

Aunque el CJEM no ha atendido casos específicos de violencia obstétrica, durante las terapias grupales que ha encabezado el especialista Acosta Briones se han asomado algunos casos de violencia obstétrica pese a que esto no fue observado por las madres en el momento preciso de su embarazo, parto o puerperio.

Algunos de los efectos psicosociales de la violencia obstétrica pueden englobarse en estrés postraumático, trastornos del estado anímico y ansiedad.

Como siempre, los números no alcanzan a encarnar la dimensión de la violencia. Por eso Vanguardia habló con tres mujeres que no tuvieron el parto que hubieran querido y entienden mejor que nadie que por muy frecuente que sea, nada de esto debe normalizarse.

LA GESTACIÓN

$!Además de los procedimientos inadecuados, Lili fue llevada a “charlas” sobre maternidad en personas jóvenes, donde en vez de recibir información útil fue discriminada.

Lilian Rodríguez Marti se convirtió en mamá el año anterior a la pandemia. Tenía 19 años, pero no seguro médico. Por eso decidió ir al Hospital Ixtlero de Ramos Arizpe en donde llevó sus citas para el control de su embarazo.

La primera vez que acudió a una revisión, ella tenía aproximadamente dos meses de gestación. La atendió una doctora que le practicó una exploración vaginal sin su consentimiento. Le pidió que se desnudara y luego le hizo una revisión que terminó en incomodidad y frustración.

Le dijeron que debía acudir a charlas sobre maternidad a las que asistían madres primerizas de entre 15 y 17 años. Pero en lugar de aprender sobre el tema, eran discriminadas por no tener experiencia en el parto ni en la crianza. Eso tampoco es normal.

En otra revisión le practicaron un tacto vaginal para evaluar la evolución del embarazo, pero la doctora no le pidió permiso para iniciar el examen médico. La lastimó. Lili permaneció con un sangrado y dolor por dos días causado por el descuido de la obstetra.

Pero ella no dijo nada.

El día que cumplió los nueve meses de embarazo, Lili se despertó con mucha fiebre y decidió ir a urgencias donde un enfermero se confundió de paciente. Había otra paciente que estaba sangrando. El personal del hospital pensó que se trataba de Lili, así que le pidió que se pusiera una toalla para que no ensuciara el piso.

No le dieron diagnóstico, no le supieron decir qué le estaba provocando la fiebre. La internaron por cuatro días. Le hicieron análisis, ecografías, pero nunca hubo una respuesta ni un diagnóstico exacto.

Para el cuarto día de su internamiento, la ginecóloga le dijo que la iban a operar de emergencia. Lili entró en shock y como en todo su internamiento le inyectaron antibióticos, en ese momento no pudo sentir más que mareos. Le hicieron cesárea sin que ella lo solicitara.

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Yo estaba sola, muy mareada y me hicieron firmar papeles. Me pasaron a quirófano. Me regañó la doctora porque traía la bata mal puesta. No dejaron que nadie entrara conmigo. Me pusieron una sonda a la fuerza. Le permitieron a un practicante que me cosiera”, explica Lili, con la voz quebrada de nervios al recordar su parto.

No es normal que la bebé de Lili no haya podido lactar porque en el Hospital Ixtlero le dieron fórmula láctea cuando tuvo hambre. Tampoco es normal que Lili haya tenido que aguantarse las ganas de amamantar a su bebé durante tres años a causa de esa negligencia médica.

Mucho menos es normal que para contar esta historia, Lili tuviera que escribir lo que pudo recordar, ya que su alumbramiento por cesárea y su recuperación fueron procesos traumáticos. Tampoco pudo hacer una denuncia, aunque quiso, porque no recuerda qué fue lo que le hicieron firmar antes de practicarle la cesárea.

EL PARTO

$!Los comentarios inadecuados no fue lo único a lo que Beth se enfrentó. Los médicos le colocaron un DIU sin su consentimiento alegando que como mujer ella es quien tiene capacidad de gestar, por lo que debía cuidarse.

Elizabeth García Mena también parió a los 19 años. Esperaba entonces con mucho amor la llegada de su primera hija que hoy tiene 5 años.

Llegó a la clínica 1 del IMSS de Saltillo a las doce y media de la tarde del día del parto, cuando empezó con contracciones. La atendieron hasta las siete y media de la tarde. Le hicieron una revisión. Tenía cinco centímetros de dilatación y la cambiaron de ropa. Le pusieron una bata. Pero no le hicieron el enema que debe realizarse previo al parto para evitar accidentes intestinales.

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La sentaron en una banca de madera donde estaban más de quince mujeres más en labor de parto. Le aplicaron una solución intravenosa que no supo qué era y no pudo preguntar porque comenzó a sentirse mal.

Aunque ella ya estaba en labor de parto, los médicos decidieron pasar al quirófano a una mujer que no estaba en labor. Después de la sustancia sin identificar, a Beth le inyectaron oxitocina para acelerar el parto.

“A partir de que me pusieron oxitocina todo fue de mal en peor porque eso hace que sea más doloroso, más intenso. Es para obligar a la mujer a parir rápido porque tienen muchas mujeres y hay que atenderlas rápido”, apunta Beth, con un gesto de frustración, agitando las manos.

Cuando tuvo diez centímetros de dilatación pasaron a Beth al quirófano. Le dijeron que se aguantara el dolor, que no pujara, que retuviera a su bebé en el útero, que no gritara. Todo esto cuando le habían inyectado oxitocina. Nuevamente algo común que no debería ser normal.

Cuando los médicos estuvieron listos, entonces sí le pidieron que pujara. Pujó y le hicieron una episiotomía o corte perineal sin anestesia y sin permiso para forzar a que su bebé saliera.

Beth quiso ver a su nena, les pidió que se la pusieran en el pecho, que se la mostraran. Le dijeron que no fuera desesperada. Beth conoció a su bebé hasta después de la limpieza. Se la acercaron unos segundos y solo alcanzó a darle un beso.

$!COAHUILA SE ENCUENTRA EN EL SECTOR DE MAYOR PROPORCIÓN DE MALTRATO EN LA ATENCIÓN OBSTÉTRICA EN EL PAÍS.

Luego la cosieron sin anestesia y le pusieron el DIU sin su consentimiento. Le dieron que era porque ella, como mujer, es quien puede gestar, pero ni siquiera se cuestionó su opinión o que fuera su pareja quien recurriera a un método anticonceptivo. Nada de esto es normal.

Beth permaneció con la misma bata sucia y mojada durante todo su parto. Cuando estuvo en la sala de recuperación la enfermera le dijo que no había batas limpias ni cobijas para que se protegiera del frío. Beth no había comido nada desde su ingreso y fue hasta las diez de la mañana del siguiente día cuando pudo alimentarse con lo que le había llevado su pareja.

Su parto no fue lo que ella deseaba.

“Fue una experiencia que no me gustaría volver a pasar porque fue muy traumante, me tenían con mucho miedo de que no hiciera ruido, que no pujara, me cortaron sin mi permiso, no me dejaron ver a mi hija, yo iba desinformada”.

En cambio, ella considera que dar a luz no debe ser una experiencia traumática, sino algo bonito.

Aunque a Beth no le gustaría volver a atravesar por un par to, reconoce que hubiera preferido un acompañamiento humanizado, con una partera y una doula, figuras que brindan apoyo emocional y físico durante el embarazo, el parto y el posparto.

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UN DIFÍCIL PUERPERIO

$!Marge fue violentada por un padecimiento médico que había superado dos años antes de su embarazo y eso implicó una cesárea. Tiempo después se enteró que si las prácticas hubieran sido las correctas, pudo haber tenido un parto natural.

La situación más complicada que ha tenido que sobrellevar Margarita Pérez Guerrero es que su bebé pudo no haber nacido a causa de negligencias médicas durante su parto.

En julio de 2015 le detectaron Virus del Papiloma Humano en grado 1. El tratamiento con crioterapias que llevó en 2016 le ayudó a sobrellevar el padecimiento hasta que fue diagnosticada con un útero sano. Para enero de 2018, Margie (se pronuncia maryi) se da cuenta de que está embarazada.

Su proceso de gestación fue muy tranquilo, “hermoso”, dice con una voz en calma, mientras colocaba sus manos en su barriga, en su pecho, recordando con amor.

La bebé era muy esperada por Margie, su esposo y los abuelos de la futura bebé.

Decidieron llevar el control de su embarazo con un médico particular por miedo a las deficiencias del sistema de salud público. Sin embargo, revisando con médicos y especialistas, el matrimonio se convenció de aliviarse en el ISSSTE.

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Fue en la primera semana de septiembre del 2018, cuando Margie acudió a una consulta de control de su embarazo en la semana 32 de gestación. Le dijeron que su bebé traía poco líquido amniótico por lo que le tenían que practicar una cesárea. Se asustó porque ella estaba preparada para un parto natural.

“Llegué y me recibieron en el área unas enfermeras muy muy muy molestas. Yo sonreía como para tratar de agradarles porque había escuchado entre pláticas que si vas a un hospital público mejor ni te quejes, o mejor que estés tranquila y cooperando porque luego te tratan peor”, comento.

Pero no es normal. No es normal que Margie fuera violentada y expuesta por el personal médico por su padecimiento de VPH, aún cuando ya contaba con un diagnóstico positivo.

Le dijeron que su bebé se iba a contagiar del virus si nacía por parto natural. El médico le dijo que él no la iba a atender si se aliviaba por cesárea, que no tenía tiempo. La hizo que se preocupara, que se pusiera a planear sobre qué iba a hacer en medio de la labor de parto, aún y cuando ya le habían inyectado oxitocina.

Margie pensó en salir del hospital y buscar una clínica particular donde la atendieran a ella y a su bebé. En verdad quiso hacerlo, pero el temor la hizo sonreír, portarse bien, no hacer gestos de incomodidad ni decir nada.

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En el momento de la revisión, Margie se sintió aún más nerviosa y el registro que tenía en la barriga comenzó a pitar. Vino una enfermera y no le dijo nada. Solo hizo gestos.

El médico canceló la cirugía de otra de las mujeres para practicarle una cesárea de emergencia a Margie porque su bebé tenía sufrimiento fetal. Ella tuvo que acceder. Años después supo que esto no debió haber pasado puesto que su tratamiento contra el VPH fue efectivo, su útero estaba sano y su bebé pudo haber nacido por parto natural.

En el quirófano ya no hubo malos tratos, ni regaños ni llamadas de atención. Margie vió todo el proceso de corte y nacimiento de su bebé a través de la lámpara porque tenía miedo de que su hija no naciera con vida.

Pero Victoria llegó con bien, aunque su madre no pudo tenerla en el pecho, ni en sus brazos, ni verle aunque fuera un poco la cara.

El doctor y resto del personal médico le decían que ya era tarde, que pasaban de las 7 de la tarde y la hacían sentir incómoda.

Fue hasta las 10:30 de la noche que pudo ver a su bebé y a su esposo. Al verlo, empezó a llorar pero no pudo decirle nada más que “la bebé ya está aquí, es nuestra hija, ya no nos la van a quitar”.

Margie vivió un puerperio difícil. Ha buscado ayuda profesional, ha ido a terapia porque lo que vivió durante su parto le afectó en todas sus relaciones familiares, con su esposo. No quiso ver a nadie durante el posparto. Le llegaron a preguntar por qué no quería a la niña, pero Marge ama a su hija con sus entrañas. Cuando pudo decir lo que le pasaba, lo que sentía, su familia minimizó sus emociones diciéndole que la niña estaba bien y ella también, que no había pasado nada. Pero sí pasó. Y no es normal.

El 8 de marzo de 2019, Marge pudo compartir su testimonio en una charla organizada por “La Manada” de María Casas. Ahí, con su esposo entre el público, fue la primera vez que habló sin sentirse juzgada.

Mis sentimientos son como de coraje hacia el médico que me hizo eso pero luego digo, es que él trajo a mi hija y debo estar agradecida. Yo me he reprochado mucho la decisión de que mi hija naciera ahí, creo que ha sido la peor de mi vida y creo que con eso voy a cargar toda la vida, me pesa mucho porque aún cuando vuelva a tener otros embarazos, Victoria no volverá a nacer”, explicó.

El médico que atendió a Margie la vió como una paciente más, una de muchas. Pero se trataba del nacimiento de su hija y ella siente que él se lo robó.

“Yo creo que él ni en el mundo me hace, no lo he querido volver a ver, me hablaron de poner una denuncia, pero es parte de mi frustración porque yo soy licenciada en Derecho y me gusta defender causas pero no he podido ni con la mía”, dice, al mismo tiempo que acepta que uno de sus mayores temores es volver a embarazarse.

Después de estas historias, ¿creen que es normal no hablar de este tipo de violencia, ¿creen que es normal no denunciar?, ¿es normal asumir la violencia como algo invisible y quedarse de brazos cruzados?

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