Moises Muñoz se cristaliza en el héroe del América
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Cuando la final parecía resuelta, apareció con un cabezazo que le dio vida al equipo; luego se lució en los penaltis
México, DF. Moisés Muñoz posee la valentía de un campeón. Vuelo de un águila agónica, empecinada a ser monarca. Manos milagrosas, de dios amarillo que nada le pide a quienes defendieron de manera heroica la meta amarilla.
A él el amaricanismo lo ama como nunca y los celeste lo odian y lo odian más por haberles quitado el cetro, cuando pensaban que ya lo tenían de manera agónica.
Además de atajadas, también tuvo cabeza, una testa maravillosa de Moi que apareció intempestiva, cuando la final parecía resuelta. Un certero remate con la frente para ser el gran gestor del triunfo americanista y hacerlo tan ganador como lo amerita una vuelta olímpica. Lo acompañó la suerte y el destino en esa jugada. Cuando la compensación expiraba su participación en un tiro de esquina hizo que tocara el balón hacia la portería y que Alejandro Castro lo mandara como un autogol.
Abrazo furibundo con sus compañeros, era la última jugada del partido para que Cruz Azul se quedara con la corona del balompié nacional. El meta de las Aguilas se consagró en la historia de su equipo. Nadie le quitará en el anecdotario glorioso de los azulcrema que sirvió como el puntal de la resurrección rumbo a la estrella 11 en su escudo.
Después, en la serie de penales, donde las figuras de los guardametas suelen agigantarse ante los delanteros alevosos, tuvo el atrevimiento de decantar la serie a favor de los amarillos. Justo para dar el golpe de autoridad a los Cementeros, le detuvo el primer penalti de la serie a Javier Orozco. Cruz Azul se vino abajo en ese momento, América se volvió un ave iracunda hacia el trofeo de campeón.
Al final, dio los dos mazazos en el corazón de los Cementeros, y alentó a los suyos a no rendirse, que desde los 11 pasos llegaría la gloria.
Moi puede que no posea el carisma ni los chinos de Guillermo Ochoa, tampoco la estirpe legendaria de Miguel Zelada, pero tiene una fe en sí mismo para convertirse en el dios del undécimo título amarillo en el futbol mexicano.
Llegó a Coapa con muchas dudas, apadrinado por su técnico Miguel Herrera nunca desentonó con la grandeza que hoy presume más que nunca el americanismo. Fue el heredero de Paco Memo que hoy brilla en el Ajaccio francés, pero ese peso se lo pudo quitar de encima demasiado pronto.
Con actuaciones sobrias, sin muchos aspavientos, mantuvo tranquila a su gente. De bajo perfil, quizá nunca se hubiese pensado en que se convertiría en el gran ídolo que a partir de hoy es. Su nombre ya está inscrito como un portero que encumbró al americanismo.
Su carrera también estuvo amenazada por la crueldad del destino. Un accidente automovilístico hacia temer por su vida, pero en cuanto se descartó ese escenario, su carrera futbolística estuvo amenazada. Tardó en volver y apeló a la paciencia de recuperarse. Se perdió muchos partidos y las dudas en cuanto a su capacidad crecieron.
Hugo González, un joven surgido de la cantera amarillo, puso a pensar a Miguel Herrera acerca de quién sería su portero titular en el América siempre urgido a ser campeón. Se decantó El Piojo por la jerarquía de Muñoz. No le falló.
Un cabezazo que será inmortal en la historia de las Aguilas por ser el que valió la posibilidad del onceavo campeonato en su historia. Una jugada de la que se hablará por siempre.
Moi se elevó hacia la leyenda cuando dio el cabezazo para empatar la final y luego se convirtió en un dios del América cuando con sus manos guió a los azulcrema hacia el título.