Este es el trabajo invisible y ‘no remunerado’ que prestan las mujeres
El empleo de los cuidados que realizan las mujeres supone un aporte fundamental tanto a la economía mundial como al bienestar individual, familiar y social, según datos de la OIT
La OIT señala en su informe que, a nivel global, cada día se destinan alrededor de 16,400 millones de horas al trabajo de los cuidados no remunerados, cifra que equivale a 2 mil millones de personas trabajando ocho horas diarias sin recibir ningún salario. Además, el organismo internacional subraya que las mujeres dedican en promedio 3.2 veces más tiempo que los hombres, lo que se traduce en 4 horas y 25 minutos diarios frente a 1 hora y 23 minutos de los varones.
PERO ¿QUÉ ABARCA ESTE TRABAJO, EL NO REMNERADO?
La ONU Mujeres explica que comprende la crianza de la infancia, el cuidado de familiares mayores, o con enfermedades, así como el apoyo a personas con discapacidad. Incluye también las tareas domésticas como la limpieza, la cocina, el lavado, el acarreo de agua o combustible, además de la organización de los horarios y la anticipación de las necesidades del hogar o de la comunidad.
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Para una investigadora social, a quien llamaremos Fabiola porque prefiere preservar su anonimato, el cuidado no remunerado no se limita al plano teórico. Además de analizar razones y consecuencias, comparte con EFE su propia experiencia personal que la marcó profundamente durante este año: ella misma vivió personalmente esta situación.
Fabiola coincide que este trabajo continúa recayendo mayoritariamente sobre las mujeres ya que lo considera se debe a la articulación entre el sistema capitalista y el sistema patriarcal. “Los roles de producción y reproducción permiten sostener este sistema, que necesita mujeres subordinadas. Esto perpetúa relaciones desiguales de poder y mantiene a las mujeres confinadas al espacio doméstico. Cuando logran acceder al mercado laboral, se enfrentan a dobles, triples o incluso más jornadas de trabajo”, afirma.
Aunque se cuente con formación académica y conciencia crítica sobre estas realidades, Fabiola señala que es fácil regresar a dinámicas tradicionales, especialmente en contextos de alta vulnerabilidad. Y para mayor ejemplo, nos expone su caso. Nos cuenta Fabiola que migró a Costa Rica por una situación de exilio y fue entonces cuando tuvo que compartir vivienda con otra persona, y en una situación de vulnerabilidad manifiesta de recién llegada, tuvo que ir aceptando poco a poco, todas las labores domésticas, sin cuestionar nada hasta que se dio cuenta que había asumido ¡todas! las tareas del hogar: cocinar, limpiar, hacer las compras y organizar la casa.
Reconoce que no supo establecer límites. Casi sin darse cuenta compraba sin repartir los gastos, limpiaba y recogía la vivienda incluso lo que no era suyo, un esfuerzo que se diario. “Llegué a asumir la rutina de preparar la cena todos los días, incluso cuando estaba triste, atravesando un duelo, cansada, o cuando simplemente no quería comer. El agotamiento físico y emocional se fue acumulando, y la carga mental era abrumadora”, relata Fabiola.
Con el paso de los meses, la frustración fue creciendo y se combinó con otras dinámicas de control que iban más allá del cuidado, lo que la obligó a buscar alguna alternativa urgente y cambiar de casa.
Aunque en su caso, ella contaba con independencia económica, formación y herramientas personales, el estado de vulnerabilidad en la que una mujer puede llegar a encontrarse en un determinado momento de su vida, no libra a ninguna de sufrir este vivir tipo de situaciones: “Esto me hace pensar en las mujeres que ni siquiera tienen la posibilidad de cuestionar estas relaciones de desigualdad de poder, terminan colapsando física y emocionalmente”, se lamenta Fabiola que asegura que esta forma de machismo se sostiene y se vale sobre el agotamiento, la sobrecarga y la subordinación asumida por las mujeres a lo largo del tiempo.
RELACIONES DE PODER CONSTRUIDAS SOBRE LA DESIGUALDAD
En efecto, Fabiola sostiene que el trabajo de cuidados está profundamente relacionado con el género ya que, históricamente las relaciones de poder se han construido sobre un sistema de desigualdad endémico. “El sistema empuja a las mujeres a asumir estas tareas no solo en el ámbito familiar, sino en todos los espacios de convivencia. En oficinas, comunidades y entornos sociales, somos mayoritariamente nosotras quienes estamos pendientes de las enfermedades de nuestros familiares, sus necesidades, emergencias incluso del bienestar de otras personas”, nos explica.
La investigadora social apunta que los mandatos y roles de género se asignan desde la crianza y operan de forma automática, aún cuando se trata de construcciones culturales. “Se reproducen en todos los vínculos y espacios, asociando el cuidado a lo femenino y a la maternidad, no solo en relación con hijas e hijos, sino también con parejas, familiares y otras personas. Se trata de un mandato social, cultural y político que contribuye a perpetuar el sistema vigente”.
Respecto a la falta de remuneración de estas labores, considera que “ocurre porque se excluye a las mujeres como sujetos sociales y políticos. No se legitima el trabajo porque no produce capital, aunque sea el pilar que sostiene el sistema. Reconocerlo y remunerarlo implicaría otorgar autonomía económica y libertades a las mujeres, lo cual cuestionaría una estructura diseñada para preservar privilegios masculinos”.
Fabiola subraya que asumir la mayor parte del trabajo de cuidados sin remuneración tiene consecuencias profundas y duraderas. Sin inserción laboral, muchas mujeres no alcanzan la autonomía económica, un elemento indispensable para la toma de decisiones, la independencia personal y el equilibrio real de poder en las relaciones.
Estas dinámicas limitan el desarrollo intelectual, cultural y social de las mujeres y las confinan al espacio privado del cuidado. Se amplían las brechas en el acceso a derechos fundamentales como la autonomía personal, la salud sexual y reproductiva, el tiempo para la recreación y la salud integral.
Además, por si fuera poco, expone que según las encuestas las mujeres disponen de muy poco tiempo para sí mismas, mientras que los hombres cuentan con más cantidad de tiempo libre. Para Fabiola, esta desigualdad representa no solo una precarización del tiempo, sino de la vida de las mujeres.
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La investigadora señala que pese a que el discurso generalizado sigue sosteniendo que el cuidado es una responsabilidad que recae en las mujeres, sin embargo, reconoce que en algunos ámbitos el derecho al cuidado empieza a ser asumido de manera progresiva como un derecho humano, aunque la transformación de estas estructuras todavía es un proceso lento y complejo.
En el contexto de reconocimiento, la ONU Mujeres propone una “revolución de los cuidados” basada en seis medidas:
-Reconocer el trabajo de cuidados, remunerado y no remunerado, como esencial.
-Priorizar leyes, políticas y presupuestos en vista a estos cuidados.
-Reducir la carga de tiempo mediante infraestructura y tecnología adecuadas.
-Redistribuir equitativamente las responsabilidades entre mujeres y hombres, hogares y Estado.
-Garantizar salarios justos y condiciones dignas para quienes cuidan.
-Asegurar representación y financiamiento público suficiente para los sistemas de cuidados.
Por Mar De Mayo EFE-Reportajes.