Elena Huerta: el arte como grito, el grito como memoria, la memoria como legado
Elena Huerta Múzquiz es la muralista más importante en la historia de la ciudad. Pintó el mural más grande México hecho por una mujer. ¿Estamos listos para redescubrirla?
¿Es un mural solo un lienzo inerte? ¿Una frontera? ¿Una trinchera? ¿Un objeto destinado al habla simbólica? No tengo las respuestas. Es probable que ni siquiera sean las preguntas correctas. Pero son algunas de las inquietudes que me surgen al leer sobre Elena Enriqueta Huerta Múzquiz, sin duda la muralista más importante de esta ciudad. La autora del mural más grande en México realizado por una mujer. Alguien de quien no se habla lo suficiente.
La primera vez que escuché sobre ella fue en las clases de periodismo y apreciación estética que el legendario Javier Villarreal Lozano impartía en la Facultad de Ciencias de Comunicación de la UAdeC. Quizá en 2008, tal vez en 2009. Casi 100 años después del nacimiento de Elena.
Pero fiel a ser un terrible estudiante, no le presté mucha atención entonces.
Hace poco encontré su nombre y la mención del mural “400 años de historia en Saltillo”, en uno de mis irresponsables cuadernos de aquella época universitaria.
Esto coincidió con mi búsqueda de documentos sobre comunismo y socialismo en México en donde el nombre de Elena Huerta apareció en reiteradas veces. Además, en mayo de 2024 platiqué con Jesús Espinosa M. sobre un proyecto fílmico para retratar la vida y obra de Elena, apodada “La Nena Huerta”.
A diferencia de otros artículos que he escrito para esta sección, este existe más por los documentos recopilados (en particular su autobiografía El círculo que se cierra y varias notas periodísticas) que por pláticas con personas cercanas a Elena. Me gustaría que quienes la conocieron, quienes la admiran, quienes la extrañan, conversen en torno a este texto en vez de dentro de él.
Las preguntas del arranque, bueno, no estoy seguro de responderlas en estas letras. Pero sí espero que se contagien, que surjan nuevas, que nazcan nuevos fanáticos, que se levanten detractores, que se enuncien posturas sobre el potencial transformador del arte. Que alguien diga: “Elena pintó donde no la esperaban”, “a mí no me gusta tanto”, “grabó lo que otros callaron”, o lo que estén dispuestos a conversar.
El video que aparece abajo es un experimento con inteligencia artificial que realicé para esté artículo. Lo importante es el audio. Usé la herramienta de Google NotebookLM para proveer 25 fuentes diversas sobre Elena. Casi al instante, la plataforma generó una conversación en audio en inglés sobre la vida y obra de la artista. Puedes escucharla si das play.
CON PÓLVORA EN LA SANGRE
Elena Enriqueta Huerta Múzquiz nació en Saltillo el 15 de julio de 1908. Su infancia estuvo marcada por un ambiente revolucionario. Su padre, el general Adolfo Huerta Vargas, fue jefe de armas del estado, opositor de Porfirio Díaz y gobernador interino de Coahuila en 1915.
Su madre, Elena Múzquiz Valdés, maestra normalista, era hija de José María Múzquiz Echaiz, también gobernador en tres periodos distintos. Este linaje no es un simple dato: marca un contexto de lucha, transición y conciencia social. Pero como siempre, hay más de un lado de la historia.
La historiadora Dina Comisarenco Mirkin, en su artículo La representación de las mujeres en la obra de Elena Huerta, menciona que todo lo anterior le dio una infancia difícil, donde la carencia económica fue notoria. También notoria fue la fuerza de su madre, quien se encargó de la manutención, crianza y educación de sus hijos.
Elena atestiguó, desde sus primeros años, la crudeza y desigualdad en los roles de género de un México agitado. Esto eventualmente se vería reflejado en sus relaciones personales, su ideología política y obra. Pero ya llegaremos a eso.
El talento de Elena para la pintura se manifestó desde temprana edad. En 1922, a los 14 años, fue admitida en la Academia de Pintura de Saltillo “Francisco Sánchez Uresti”, donde cuatro años después obtuvo la certificación de “apta para la enseñanza del dibujo”.
En 1926, comenzó a tomar clases de figura humana con Rubén Herrera, el fundador de la academia y gran maestro que para entonces ya había terminado sus estudios en Italia. Herrera, impresionado por su talento, la animó a continuar su formación en la Academia de San Carlos en la Ciudad de México.
PENSAMIENTO ESTÉTICO, FEMINISMO Y REVOLUCIÓN
Elena viajó a la capital en el hoy extinto tren Águila Azteca en 1927. Se matriculó en la Academia al año siguiente y estudió bajo la guía de figuras como Carlos Mérida.
Lo que mencionamos antes de los roles de género y estereotipos no fue porque sí. En sus memorias, Elena cuenta dos anécdotas. Primero que cuando ingresó a San Carlos, ella y Estela Mondragón eran las únicas mujeres que se animaron a tomar clase de figura humana con modelo desnudo.
Otra, tiene que ver con que para mantenerse económicamente, empezó a trabajar como telefonista. Ahí vio la explotación laboral y acoso sexual de los mandos superiores. Defender a una de sus compañeras provocó que la despidieran.
Retomando el aspecto artísticos, fue en esta época de estudio en la Academia que conoció a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Tina Modotti, quienes moldearon no solo su arte, sino también su conciencia política.
Allá, en el Departamento de Educación de la escuela, conoció también a Leopoldo Arenal y tras un corto noviazgo se casaron, formando una familia con tres hijos: Electa (1935-1969), Sandra (1936-2000) y el pequeño Leopoldo (1946-1952).
Como maestra de dibujo desde 1929, Elena compartía sus conocimientos con entusiasmo, mientras colaboraba con figuras como Lola y Germán Cueto, Angelina Beloff y Leopoldo Méndez, en proyectos innovadores como el Teatro Guiñol de la Secretaría de Educación Pública.
Su creatividad se plasmó en obras como El gigante (1933), una pieza que trascendió su inexperiencia en el teatro y se convirtió en un éxito.
La militancia de Elena cobró mayor fuerza cuando fundó, junto a otros artistas y escritores, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR).
“La LEAR fue fundada (...)con el fin de establecer un órgano revolucionario de artistas vinculados con las reivindicaciones sociales”, explica Alejandro Ortiz Bullé Goyrí en el libro “Cultura y política en el drama mexicano posrevolucionario”.
Desde esta plataforma organizó veladas culturales que buscaban educar y movilizar, como la proyección de El acorazado Potemkin, una de las joyas del cine soviético.
El Taller de Gráfica Popular (TGP) fue otro de los espacios donde Elena dejó una huella imborrable. Ingresó como invitada en 1939 se volvió miembro permanente en 1947.
Sirva este espacio pare rescatar más nombres de mujeres artistas que colaboración en el taller con Elena: Mariana Yampolsky, Elizabeth Catlett, Andrea Gómez, Fanny Rabel, Sarah Jiménez, María Luisa Martín, Mercedes Quevedo y Celia Calderón. Con esta última, insiste Comisarenco Mirkin, desarrolló una amistad cercana que “debe haber afianzado aún más el desarrollo de su ya avanzada conciencia de género”.
En la década de los cuarenta, Elena enfrentó problemas de salud en las rodillas que no pudieron resolverse en México, lo que la llevó a buscar tratamiento en la Unión Soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial, viajó junto a sus dos hijas pequeñas a través de Europa del este para llegar a Moscú. Esta experiencia no solo marcó su vida personal, sino que también enriqueció su visión artística y política.
En sus memorias, Elena describió cómo observó los cambios sociales que trajo la revolución soviética, en especial el impacto en la vida de las mujeres y los niños.
Tras su regreso a México en 1948, continuó explorando temas sociales en su obra, alimentados por las experiencias vividas en Rusia, China y Cuba durante sus visitas en años posteriores. En estos países, encontró ejemplos de cómo las artes visuales podían comunicar ideas revolucionarias y conectar con el pueblo de manera directa.
Fue además, miembro fundador del Salón de la Plástica Mexica en 1949.
¿Una vocación tardía?
Elena Huerta comenzó a trabajar como muralista en lo que los críticos han llamado una etapa tardía de su vida.
Primero es necesario recordar su participación en el TGP, en donde para 1947, Elena Huerta participó en el álbum 450 años de lucha: homenaje al pueblo mexicano con dos grabados que representaban a Doña Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, figuras esenciales de la independencia de México.
Además, colaboró con carteles para organizaciones sociales y telones para la Unión Nacional de Mujeres. Una de sus obras más destacadas de este periodo es el grabado en linóleo Hasta el fin con los mineros, en el que retrató a las mujeres que jugaron un papel crucial en la huelga minera de Nueva Rosita que ocurrió entre 1950 y 1951 por parte de los trabajadores contra la empresa Mexicana Zinc Co.
El sitio The Annex Galleries, dice que “la carrera de Múzquiz incluyó la dirección de la Galería José Guadalupe Posada en 1951 y de la Galería José Clemente Orozco en 1952. Mientras tanto, continuó enseñando y trabajando en su propio arte”. Otras fuentes señalan que eso ocurrió en 1948.
Su primer mural en la ciudad fue terminado en 1952 en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro. Su nombre es “La escuela en el campo”. Sin embargo, el proyecto no estuvo exento de desafíos: enfrentó prejuicios políticos y económicos, además de las dificultades propias de ser mujer en un campo dominado por hombres.
El año pasado, mi colega y editor de la sección de Arte en Vanguardia, Mauro Marines, escribió al respecto, contando que en esta obra contó con la asistencia de su hija, Electa Arenal. Dina Comisarenco Mirkin agrega que Eloy Cerecero también participó, aunque después se bajó del proyecto. Presuntamente nadie recibió pago por este trabajo.
Electa también era artista. En 1969 se encontraba trabajando en el Polyforum Siqueiros, uno de los murales más grandes de Latinoamérica, pero cayó de un andamio y murió.
Mauro relata que fue años más tarde, a raíz de este accidente, el crítico de arte Mario Herrera, hijo de don Rubén, su primer tutor en el arte, la invitó a realizar su segundo mural en lo que entonces era el Palacio del Ayuntamiento, casona que hoy alberga el CECUVAR.
Así, cuando parecía que el muralismo mexicano había alcanzado su punto final, Elena revitalizó el género con 400 años de la historia de Saltillo.
El mural más grande en México realizado por una
Con una extensión de entre 450 y 500 metros cuadrados, el mural abarca la historia de Saltillo, incluso antes de la llegada de los españoles.
El historiador Carlos Recio relata, en una serie de tres videos elaborados por el CECUVAR, las diferentes escenas del mural.
Desde el zaguán en donde aparecen los huachichiles, los rayados, los lipanes, tobosos y coahuilecos. El patio que muestra la fundación oficial en torno a 1577, la fundación de la villa de San Esteban de la Nueva Tlaxcala en 1591, el periodo colonial con las ferias de la ciudad.
En uno de los pasillos se ven estampas de la independencia, en donde Miguel Hidalgo, rechaza el indulto ofrecido por corona española. Más adelante aparecen la guerra contra Texas y Estados Unidos, el periodo de la Reforma, así como escenas del Ateneo Fuente y la Escuela Normal Superior y otras instituciones educativas que que le dieron a la ciudad el mote de “La Atenas de México”.
También se observan personajes y edificios de la época de la revolución como Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, el Banco Coahuila, así como representaciones de las fuerzas armadas.
En la última parte del pasillo, el mural retrata escenas que vivió Elena durante su vida. Manifestaciones obreras, aviadores prestigiosos Guillermo García, quien formó parte del escuadro 201 que participó en la Segunda Guerra Mundial. También aparecen estampas cotidianas, niños jugando, adulto como parte del comercio y calles icónicas.
El mural se terminó de pintar hace 50 años. No me he esforzado aquí en describir a detalle la obra. Tampoco lo hice respecto de sus grabados. En primera porque para apreciarla como es debido, se necesita la vista. En segundo, por mi falta de síntesis.
Para este mural, a Elena la asistieron Mercedes Murguía y Cuauhtémoc González. Participaron de manera ocasional otros colaboradores. Son justamente quienes aparecen en la fotografía de abajo.
Elena, la nena Huerta, murió en 1997 en la ciudad de México.
Antes de empezar a escribir este artículo, quería hablar de la vida de la autora y de su técnica, de la sustancia, de cómo trabaja lo que trabajar. Como ya he culpado a mi incapacidad de ser sucinto, y no soy lo suficientemente abnegado, ahora culparé los límites del papel y la lógica de los algoritmos. Esa exploración, la de la plástica, la técnica, el comunismo y el socialismo, la haremos en otro momento, pero en este mismo espacio.
No me resta más que concluir afirmando que Elena Huerta Múzquiz es la muralista más importante en la historia de la ciudad. Su obra, aunque poca, nos contempla cuando pasamos frente a ella. ¿Estamos listos para sostenerle la mirada?, ¿serán los grabados y los murales lienzos?
Sé que hay personas versadas con quienes platicar al respecto... pero... esta es una charla que me gustaría tener con el profesor Javier Villarreal, a quien por cierto le debo, en buena parte, estar escribiendo esto ahora. Un saludo hasta donde esté, maestro.
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