La terapia de shocks sustituye a los opioides
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Los implantes espinales de la terapia de shocks, que tienen un costo de 30 mil dólares, envían ondas eléctricas a través de la médula para disminuir señales de dolor de nervios dañados.
Al igual que millones de personas atrapadas en la crisis de los opioides de Estados Unidos, Rick Surkin tomaba pastillas para poder levantarse de la cama. Hasta el año pasado, el exbombero dependía de tres dosis diarias de OxyContin para entumecer la agonía de un disco roto en su espalda.
“Puedes tomar suficientes pastillas para esconder el dolor, pero se apoderan de tu vida”, dice. Ahora, surfea y volvió a la tienda que administra en California, gracias a un implante médico que envía 10 mil pulsos eléctricos de bajo voltaje por segundo a su columna.
La serie de shocks, conocida como neuromodulación, ha mantenido a Surkin cómodo para dejar el Oxy. “Hay muchos momentos más en los que estoy sin dolor”, dice. A los 64 años recuperó su estilo de vida aventurero, y con más energía y mejor humor pudo revivir la relación con su esposa. “Soy otra vez la persona con la cual se casó”, agrega.
Tras 50 años al margen de la ciencia médica, la neuromodulación es una alternativa para quienes pueden pagarla. Las ventas de estimuladores espinales, usados para aliviar el dolor en piernas y espalda, subieron en 2017 un 20 por ciento a 1.8 mil millones de dólares en EU.
Los médicos le ven potencial en terapias para migrañas, dolor de cuello y otros males. “Mientras limitan los opioides, es bueno que los médicos tengan una opción con este impacto”, dice Rami Elghandour, director general de Nevro, productor del implante de Surkin.
La idea viene de la época romana, cuando la gente aplicaba shocks de pez eléctrico para tratar desde migrañas hasta gota. Los primeros implantes modernos aparecieron en 1967, pero un movimiento en falso podía dar una enorme sacudida.
Cuando entrenaba con otros bomberos, Surkin tomó una escalera de 10 metros de forma equivocada y se rompió el disco. Su mal persistió por cuatro cirugías mayores y siete procedimientos a lo largo de 15 años; se apartó del golf, esquí y los vehículos todoterreno. “Pasé de estar al 100 por ciento, a estar de rodillas”, dice. “Desde ahí sufrí de dolor crónico. Nunca se me quitó”.
Tras fallar la terapia física y tomar medicamentos más fuertes, Surkin optó por opciones innovadoras. Su primer intento fue un estimulador de médula implantado en 2010 que le provocó un cosquilleo similar al que uno siente al pegarse en el codo. Le parecieron fastidioso y lo apagó. En 2016, su médico le mencionó el Nevro HF10 y esperó más de seis meses a que su seguro lo aprobara. “Cuando sufres de dolor crónico te desesperas por sentir alivio”, afirma. “Estaba dispuesto a intentar cualquier cosa para mejorar mi vida”.
El implante de 30 mil dólares envía ondas eléctricas a través de la médula espinal para disminuir señales de nervios dañados. Un cable delgado llamado guía, con una serie de electrodos unidos, corre a lo largo de la columna. Eso se conecta a un dispositivo que incluye una batería y un neuroestimulador, que suele implantarse en la espalda baja. El dispositivo usa pulsaciones de alta frecuencia, a diferencia de las lentas y fijas ondas de modelos previos.
A ese precio, unas 60 mil personas al año se implantan estimuladores. Pero 820 mil al año son candidatas: una oportunidad de mercado de 20 mil millones de dólares, calcula Jason Mills, analista de tecnología médica del banco Canaccord Genuity.
Muchos de los pacientes no pueden pagar la cirugía y el cuidado, dice Molly Rossignol, especialista en medicina adictiva. “Me preocupa que el número de personas que puedan tener acceso dependa del seguro que tengan”, afirma.
Abbot Laboratories, productor del aparato, es una de las firmas más grandes que exploran la tecnología. Su implante estimula un lugar en la columna conocido como ganglio de la raíz dorsal. Ahí, los nervios sensoriales se fusionan y, si están dañados, pueden crear un conducto de dolor constante al cerebro.
Allen Burton, director médico de neuromodulación en Abbott, lo compara con una caja de fusible con un corto circuito, enviando señales muy lejos que causan dolor. “Es una pieza crítica de la neurociencia, lograr entender las señales con gran detalle. Por primera vez, aprendemos a adaptarnos al lenguaje del sistema nervioso”.