Robert Mugabe, de héroe de la independencia a tirano
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Los méritos de Mugabe en la caída del régimen de minoría blanco y la implantación de la democracia en 1980 son indiscutidos. Sin embargo, fue desarrollando una sed de poder cada vez más insaciable y perdió la percepción de los problemas de la gente.
Durante sus casi cuatro décadas en el poder, el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, se transformó de luchador por la libertad de la antigua colonia británica y esperanza respetada en todo el mundo en un déspota internacionalmente aislado que sumió a su país en la ruina económica.
Mugabe, de 93 años, quería postularse el próximo año para otro mandato presidencial y ya había preparado a su esposa, Grace, de 52 años, para la futura sucesión. Ahora, sin embargo, sus antiguos compañeros de armas parecen haber desbaratado sus proyectos.
Los méritos de Mugabe en la caída del régimen de minoría blanco y la implantación de la democracia en 1980 son indiscutidos. Sin embargo, fue desarrollando una sed de poder cada vez más insaciable y perdió la percepción de los problemas de la gente. El que fuera el granero de África austral se degeneró para terminar siendo un país empobrecido y hambriento. La infraestructura se deterioró, la moneda nacional se derrumbó y cientos de miles de zimbabuenses huyeron al exterior.
El hombre con su curiosa barbita con forma de cepillo de dientes y grandes gafas se aferraba al final al poder con métodos cada vez más brutales, probablemente también por el temor de que lo pudieran someter a juicio por crímenes cometidos en el pasado.
Con todos los medios posibles reprimía la libertad de prensa y a la oposición. Con una táctica astuta una y otra vez apuntaba con el dedo acusador al exterior (blanco) para hallar un culpable de los malos resultados de su gestión.
Sus antiguos admiradores se sintieron fuertemente decepcionados. Hace pocos años, el arzobispo Desmond Tutu, galardonado en 1984 con el Premio Nobel de la Paz por su lucha contra el apartheid, calificó a Mugabe como una caricatura de un déspota africano.
Mugabe ya se comprometió a principios de los años 60 con la lucha política contra el régimen colonialista de la entonces llamada Rhodesia. Después de purgar una pena de prisión de diez años, se trasladó en 1974 el vecino Mozambique y rápidamente se convirtió en uno de los líderes más destacados de la guerra de guerrillas contra el régimen del primer ministro Ian Smith. Después de una lucha guerrillera de varios años, el partido de Mugabe ganó en 1980 las elecciones presidenciales. El héroe de la lucha por la libertad se convirtió en primer ministro y en 1982 también en presidente.
Mugabe, un intelectual dotado de una retórica brillante que siempre vestía de forma elegante, sorprendió inicialmente a amigos y enemigos con una política encaminada a la reconciliación entre blancos y negros. La economía crecía y el Gobierno realizaba existosas inversiones en los sistemas de salud pública y educación.
El índice de analfabetismo bajó rápidamente. Mugabe creó un ambiente, que se ha preservado hasta el día de hoy, en el que se considera como prioridad asegurar una buena educación a todas las familias. Con esta política, muchos veían en Mugabe el arquetipo de un jefe de Gobierno africano exitoso y moderno.
Sin embargo, Mugabe también demostraba ser un hombre sin escrúpulos cuando se trataba de vencer en luchas de poder. Además, el presidente, miembro de la etnia dominante shona, recurrió pronto al Ejército para reprimir a la minoría ndebele. Miles de miembros de esta etnia murieron en masacres perpetradas entre 1982 y 1987 en la región de Matabelelandia.
Con la decisión de expropiar a agricultores blancos, Mugabe rompió a finales de los 90 con su política de reconciliación con la minoría blanca. En 1999, más de 800 grandes terratenientes fueron expropiados sin indemnización alguna. Los seguidores de Mugabe ocuparon miles de granjas y mataron a numerosos agricultores blancos y a sus familiares. Muchas granjas fueron entregadas a aliados de Mugabe que carecían de experiencia agrícola y a pequeños campesinos negros agobiados. Rápidamente, la producción de maíz y tabaco se desplomó. El noble objetivo de mejorar la distribución injusta de la tierra se convirtió en la estocada para la economía.
Según muchos observadores, el líder opositor Morgan Tsvangirai ganó ya en la primera vuelta las elecciones de 2008. Sin embargo, la Comisión Electoral ordenó la celebración de una segunda vuelta y de esta forma les dio a los esbirros del partido de Mugabe, ZANU-PF, tiempo suficiente para organizar una ola de violencia contra simpatizantes del partido opositor MDC.
Tsvangirai retiró su candidatura para evitar un mal mayor. "Solo Dios, que me ha nombrado, puede destituirme", deliró Mugabe. Presionado por las protestas internacionales, Mugabe terminó por aceptar, a regañadientes, la formación de un Gobierno de unidad nacional con Tsvangirai como primer ministro.
Muchos zimbabuenses resignados al final solo esperaban la muerte del anciano presidente. Nadie esperaba un golpe militar. Las largas estancias en el exterior de Mugabe daban pábulo a las especulaciones sobre su estado de salud. Cada vez que no aparecía en público durante mucho tiempo nacían rumores sobre su fallecimiento. Con 92 años, el propio Mugabe, sin embargo, lo tomaba con humor: "Es correcto. Ya estaba muerto, pero como siempre renací", dijo en septiembre de 2016 riéndose sarcásticamente.
La primera esposa de Mugabe, Sally, murió en 1992. Más tarde se casó con su ex secretaria Grace Marufu, con quien tiene tres hijos. Grace Mugabe, 41 años menor que su marido, ha sido criticada a menudo por su estilo de vida lujoso. Eventuales rivales y "príncipes herederos" siempre fueron neutralizados por Mugabe. No quería que otros interfirieran en el proceso de sucesión, hasta que el Ejército tomó la decisión de intervenir.