Un viaje al norte de Gaza: ruinas, escombros y oscuridad

Internacional
/ 20 noviembre 2023

Para los palestinos y muchos observadores internacionales, estos daños generalizados en zonas residenciales y comerciales ilustran el carácter indiscriminado de los ataques israelíes contra Gaza

Por Patrick Kingsley

Cuando un grupo de periodistas internacionales llegamos a la periferia sur de la ciudad de Gaza temprano por la mañana del viernes, en la parte trasera de un jeep militar israelí, nos costó orientarnos entre las ruinas, los escombros y la oscuridad.

Desde que salimos de Israel menos de una hora antes, nuestro jeep se había sacudido y tambaleado a través de un paisaje tan desfigurado por 42 días de ataques aéreos y casi tres semanas de guerra terrestre que por momentos era difícil entender dónde estábamos. A una casa tras otra le faltaba una pared, o un techo, o ambos. Muchas simplemente habían sido aplastadas y sus suelos de concreto yacían encima unos sobre otros como una baraja de naipes.

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Mientras intentaba situarme después de llegar a Ciudad de Gaza, le pregunté a un alto comandante israelí dónde estábamos en relación con un puerto pesquero en el que solía hospedarme durante mis visitas a Gaza antes de la guerra.

“Trescientos metros al norte”, respondió el comandante.

Quedé estupefacto. Sin darme cuenta, habíamos llegado al vecindario de Gaza que mejor conocía.

A lo largo de una docena de visitas en los últimos tres años, a menudo había trotado por este tramo de la costa mediterránea, a lo largo de la costera, y había pasado por un mercado de pescado, una mezquita, un grupo de bloques de apartamentos y varios clubes de playa y cafés.

Ahora, apenas era reconocible. No pude encontrar el mercado de pescado. Me di cuenta de que los bloques de apartamentos habían quedado destrozados a causa de los bombardeos o los ataques aéreos. La costera había desaparecido, después de que los cientos de tanques y vehículos blindados israelíes que se han desplegado por el territorio desde que Israel lo invadió a finales de octubre lo convirtieron en una vía arenosa y llena de baches.

La constante principal era el mar.

Para los palestinos y muchos observadores internacionales, estos daños generalizados en zonas residenciales y comerciales ilustran el carácter indiscriminado de los ataques israelíes contra Gaza, que han causado la muerte de unas 12.000 personas y dañado más de 40.000 viviendas, según autoridades de Gaza.

Los comandantes que nos escoltaban lo llamaban el costo inevitable de librar una batalla urbana contra un enemigo —Hamás, el grupo armado palestino que controlaba toda Gaza hasta la invasión israelí— que se había integrado en edificios e infraestructuras civiles.

“Nos disparaban desde todas las direcciones”, comentó el teniente coronel Tom Perets, subcomandante de la brigada que ahora controla el vecindario. “Tuvimos que responder”, agregó.

Según Perets, la invasión israelí nació de la necesidad. Israel desmanteló sus asentamientos en Gaza en 2005 e impuso un bloqueo sobre el territorio después de que Hamás tomó el control en 2007.

Perets afirmó que el ataque que realizó Hamás contra Israel el 7 de octubre, en el que según las autoridades israelíes murieron un estimado de 1200 personas y unas 240 fueron secuestradas y trasladadas a Gaza, no le había dejado otra opción a Israel más que volver a invadir el territorio.

Nuestro viaje había comenzado poco después de la medianoche del viernes en Be’eri, una comuna israelí que sufrió algunas de las peores brutalidades del ataque de Hamás y cuyos residentes han sido desplazados por todo el país desde entonces. Los agujeros de bala que dispararon los combatientes de Hamás el 7 de octubre todavía se podían ver en la entrada de la comuna.

Un grupo de cinco periodistas extranjeros, tres de ellos de The New York Times, viajaron con un largo convoy militar israelí que transportaba suministros a las tropas del frente.

Para garantizar nuestros lugares en el convoy, nos obligaron a permanecer con soldados israelíes durante las cuatro horas de nuestra visita y aceptamos no fotografiar ni el interior de los vehículos en los que viajábamos ni los rostros de la mayoría de los soldados. Una vez en Gaza, también acordamos apagar las conexiones celulares de nuestros teléfonos, para evitar revelar nuestra ubicación.

El Times aceptó estas condiciones para echar un vistazo único a la vida en Gaza en tiempos de guerra. Por lo demás, informar en el territorio se ha vuelto extremadamente difícil porque Israel y Egipto han bloqueado el acceso independiente al territorio, Hamás restringe la presencia de periodistas en Gaza y los cortes regulares de la red impiden cada vez más la comunicación con el mundo exterior.

El convoy cruzó a Gaza por una brecha en la misma valla que los atacantes de Hamás habían penetrado para entrar en Israel hace más de un mes.

Los conductores apagaron los faros para evitar que los vieran los milicianos, quienes han atacado a soldados israelíes con granadas propulsadas por cohetes y misiles antitanques.

Tan solo quedaba la luz de las estrellas y las ocasionales bengalas que lanzaban al cielo los soldados israelíes para iluminar los campos de batalla.

Las únicas señales de vida en la carretera eran las siluetas de los soldados de infantería israelíes que vigilaban la ruta en intervalos estratégicos.

No vimos a ningún palestino.

Más de un millón de personas han huido de sus hogares en la mitad norte de Gaza y han dejado vacíos barrios enteros. Los pocos que quedan corren el riesgo de quedar desconectados de cualquier tipo de red de apoyo.

“No todo el mundo puede evacuar: mi madre está enferma y no puede caminar, no puedo dejarla sola”, comentó Ahmed Khaled, de 39 años, un funcionario público que se quedó en el norte y habló con mi colega por teléfono el jueves.

Al llegar a Ciudad de Gaza, dejamos el jeep sin puertas y pasamos a un vehículo blindado de transporte de tropas, una señal de que allí sigue habiendo focos de resistencia contra Israel.

Unos minutos más tarde, llegamos al mayor hospital de Gaza: un extenso campus, que Israel capturó de forma parcial el miércoles y ahora está lleno de tiendas de campaña de personas que desplazaron los combates.

El hospital, Shifa, ha sido uno de los principales objetivos de la invasión israelí porque Israel afirma que se encuentra sobre un complejo militar subterráneo que utiliza Hamás.

Por lo tanto, era el destino final de nuestro viaje: Israel trata de legitimar su invasión a nivel internacional demostrándoles a los periodistas que el hospital en realidad también es un complejo militar, una afirmación que Hamás y las autoridades del hospital niegan.

Nos apresuramos a entrar en el complejo a través de los restos bombardeados de un edificio a las afueras del sitio, escoltados por fuerzas especiales israelíes, abriéndonos paso entre los escombros. Nos comentaron que todavía era demasiado peligroso pasar por la puerta principal debido a los combates en las inmediaciones.

Dentro nos encontramos un pelotón de soldados israelíes que dormían en una cafetería convertida en dormitorio improvisado. A unas docenas de metros, algunas luces brillaban en las ventanas del propio hospital: según los israelíes, una prueba de que el hospital seguía funcionando a pesar de su presencia.

Sin embargo, no nos permitieron encender nuestros teléfonos para llamar a la gerencia del hospital y no se pudo confirmar el estado del hospital. La Organización Mundial de la Salud declaró esta semana que Shifa había dejado de funcionar como hospital y médicos que entrevistó Al Jazeera, un canal de noticias catarí, afirmaron esta semana que las condiciones habían empeorado de forma notable.

Para justificar su presencia en el hospital, los soldados nos llevaron a ver un agujero de piedra y concreto en su terreno con una escalera que descendía a la tierra: según las autoridades israelíes, la evidencia de una instalación militar de Hamás debajo del hospital.

No obstante, el coronel Elad Tsury, comandante de la séptima brigada de Israel, señaló que las fuerzas israelíes no se habían aventurado a bajar por el agujero, por temor a las trampas explosivas. Tsury mencionó que lo habían descubierto el jueves por la tarde bajo un montón de arena en el perímetro norte del complejo.

En la oscuridad, no se veía con claridad hacia dónde llevaba el agujero ni a qué profundidad llegaba, aunque los militares nos dijeron que habían enviado un dron que bajó al menos varios metros. El cableado eléctrico era visible en el interior, junto con la escalera de metal.

Cuando nos fuimos, media hora más tarde, el propósito del agujero seguía sin resolverse.

Los combates cercanos también continuaban.

Mientras nos apretujábamos de nuevo en el vehículo de transporte de tropas, los disparos seguían traqueteando en las calles cercanas.

c.2023 The New York Times Company

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