México también tuvo a su Sherlock Holmes

Nacional
/ 5 abril 2017

El 17 de julio de 1928, Valente Quintana fue llamado para investigar la identidad de un joven que se encontraba detenido en la Inspección. Había matado al presidente electo de México, Álvaro Obregón y lo único que se sabía era que sus iniciales eran J.L.T.

No había caso que no pudiera resolver. Una mañana, Valente Quintana cruzó la frontera con Estados Unidos en busca de aventuras. Había nacido en Matamoros, Tamaulipas, en 1889 y acababa de terminar la escuela primaria. Llegó a Brownsville, Texas, donde trabajó como dependiente de una tienda de abarrotes. Acusado de robo, buscó las pruebas de su inocencia y entregó al verdadero culpable. Su primer caso resuelto.

Se matriculó en la Detectives School of America con excelentes calificaciones para ingresar al Servicio Americano. Fue enviado en calidad de agente a Corpus Christi. La eficacia que demostró en sus primeros casos le valió el ascenso a comandante de grupo. Pero para aceptar el cargo debía renunciar a la nacionalidad mexicana. Prefirió dimitir al puesto.

De vuelta a México, en 1917, entró a la Inspección General de Policía como gendarme comisionado. Entrevistado por EL UNIVERSAL ILUSTRADO en abril de 1925, recordó su estancia en esa institución: “A fuerza de tenacidad logré ir escalando sucesivamente los puestos de auxiliar, agente de segunda, de primera, jefe de grupo, comandante de agentes y Jefe de las Comisiones de Seguridad”. El éxito en sus trabajos le valió la fama entre sus colegas.

Lo que él llamaba tenacidad, se traducía en la práctica en genialidad. Lo mismo se batía a duelo para salvar a un pulquero secuestrado, que se disfrazaba de leñador para encontrar a una banda de asaltantes.

Todos conocían su astucia. Cuando se retiró de la vida pública y se suscitaba algún crimen la gente solía decir: “¡Ah, si Quintana estuviera al frente de la Policía…! ¡Ah, si a Quintana le encomendaran este asunto para que lo investigara…! ¡Claro, los ladrones seguirán haciendo de las suyas sin Quintana!”

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A principios de los años 20 la capital mexicana era pequeña. Todas las personas que pertenecían a un mismo gremio se conocían entre sí, los ladrones por ejemplo. A su vez, todos los gremios tenían un lugar específico de reunión. Esta circunstancia la aprovechó Quintana a la perfección para llevar a cabo sus investigaciones. De incógnito entraba a las cantinas de los barrios bajos para escuchar lo que platicaban los parroquianos. Asaltos, homicidios, secuestros, los criminales confesaban al detective sus atracos sin realizarlos todavía.

Cuando la capital comenzó a padecer sus primeros robos de automóviles, Quintana dejó un “forcito” a manera de carnada en una calle principal, sabiendo que los rateros llegarían por él. Lo encontró siguiendo la marca que dejó en el pavimento una pintura que había puesto en las llantas. Un día, Valente Quintana recibió en su domicilio 87 periódicos, propiedad del magnate R. Hearts en los que se publicaba su biografía. Era un homenaje de la prensa norteamericana por el éxito obtenido en encontrar a Clara Phillips, “La tigresa del martillo”, una mujer que en Estados Unidos mató a la amante de su pareja a martillazos, huyendo después a México. En la capital se escondió en la casa de unos amigos, de la que escapó cuando supo que Quintana conocía su paradero. Fue a Guatemala y después a Honduras, donde fue detenida por orden del agente tamaulipeco.

En marzo de 1925 Víctor Castillo, alías “El raja pescuezos”, levantó una denuncia en contra del brillante detective. El interpelado le acusó de mandar matar a Teodoro Camarena, jefe de una banda de criminales capturada por Quintana cuatro años antes. El acusado se dejó aprehender. Confiaba que se haría justicia. De inmediato fue remitido a la cárcel de Belén, donde, según EL ILUSTRADO, había envido a 100 mil criminales. Desde luego que se pensó que, estando en la misma prisión podría ser víctima de una venganza y fue encerrado en una celda aparte.

Una semana más tarde EL UNIVERSAL anunciaba la salida de Quintana de la cárcel. Seis días después regresó a ella, acusado de corrupción en la confiscación de mil sombreros de Panamá que entraron a México de contrabando. Una vez más salió libre de todo cargo.

Para entonces, Valente ya había renunciado a su cargo en la Inspección de Policía. Se dedicaba a fabricar aguas gaseosas en su casa. Él mismo promovió un refresco de apio, invención suya, en la entrevista con el semanario.

Ese mismo año, EL UNIVERSAL, interesado por dar a conocer todas las aventuras que había protagonizado Quintana, le pidió autorización para publicar en exclusiva sus hazañas. Él accedió y dictó al redactor Ignacio Muñoz sus Memorias, cuya primera edición fue impresa en los talleres de este diario.

El 17 de julio de 1928, Quintana fue llamado para investigar la identidad de un joven que se encontraba detenido en la Inspección. Había matado al presidente electo de México, Álvaro Obregón y lo único que se sabía era que sus iniciales eran J.L.T. En su celda, Valente Quintana interrogó al joven, con la amabilidad que lo caracterizaba. Supo entonces que el detenido no era Juan, sino José, José de León Toral.

Un año después, en 1929, fue nombrado Inspector General de Policía del Distrito Federal por el Presidente Emilio Portes Gil. En el año que duró su gestión formó el Escuadrón Selecto para la vigilancia del Primer Cuadro, el Casino de Policía y la Policía Femenil, primera en el mundo de su tipo.

Al concluir su periodo regresó a hacerse cargo del Bufete Nacional de Investigaciones que había fundado en 1926 en la Avenida de San Juan de Letrán. Al frente de su Bufete resolvió todos los casos que fueron puestos en sus manos hasta su muerte en 1969. De su vida personal poco se sabe. Se casó y tuvo hijos y vivió en la colonia Vista Alegre. El número total de casos que logró resolver también se desconoce.

En la entrevista de EL UNIVERSAL ILUSTRADO en 1925, Quintana manifestó el peligro que él veía en las películas de policías y ladrones. Según él, eran la mejor escuela de los criminales. Pero sus aventuras inspiraron filmes. En 1953 se estrenaron las películas “El Misterio del Carro Express” y “El Mensaje de la Muerte”, versiones basadas en investigaciones de Valente Quintana.

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