¿Qué piensan las mexicanas de que su país pueda tener una mujer en la presidencia?
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México se dispone el domingo a elegir a la primera mujer a la presidencia, un parteaguas histórico en un país que durante mucho tiempo ha sido conocido por su machismo. ¿Será escuchada la voz de las mujeres por la presidenta?
MÉXICO- Desde el principio de la contienda presidencial, las únicas candidatas competitivas eran dos mujeres: la favorita en las encuestas, Claudia Sheinbaum, científica climática del partido en el poder, Morena; y Xóchitl Gálvez, empresaria que representa una coalición de partidos de la oposición.
Este hito es un reflejo de la compleja relación del país con las mujeres, quienes enfrentan una violencia rampante y un sexismo reiterado, pero que al mismo tiempo son veneradas como matriarcas y se les confían puestos de autoridad.
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El hecho de que el país llegara a este punto antes que Estados Unidos, su mayor socio comercial, tiene mucho que ver con las políticas públicas que han forzado a abrir las puertas a las mujeres en cada nivel de gobierno, dicen las especialistas.
Con el esfuerzo de activistas feministas, México ha ido adoptando a lo largo de las últimas décadas cada vez más leyes de amplio alcance que impulsan más representación de las mujeres en la política. En 2019, dio el paso extraordinario de hacer que la paridad de género en los tres poderes de gobierno fuera un requisito constitucional.
“México, en esta métrica, es un auténtico modelo para cómo lo pueden hacer otros países”, dijo Jennifer Piscopo, profesora de Género y Política en Royal Holloway, una escuela de la Universidad de Londres, quien estudia la región. “No hay otro país que yo conozca que tenga una reforma constitucional para la paridad de género que sea tan exhaustiva”, añadió.
Actualmente, la mitad de la legislatura del país está conformada por mujeres, comparada contra menos del 30 por ciento en el Congreso de Estados Unidos. La ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia, las presidentes de ambas cámaras del Congreso y la gobernadora del Banco Central son todas mujeres. También lo son las secretarias de Gobernación, Educación Pública, Economía, Seguridad y Protección Ciudadana y Relaciones Exteriores.
Ahora, una mujer está a punto de convertirse en la persona más poderosa del país, la comandante de las fuerzas armadas, la jefa del poder ejecutivo en la segunda economía de América Latina.
Alma Lilia Tapia, vocera para un grupo de familias que buscan a sus seres queridos en el estado de Guanajuato, dijo que ella cree que ambas candidatas le prestarían más atención a las peticiones de las familias de cerca de 100,000 desaparecidos en México, comparadas contra sus predecesores varones.
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The New York Times entrevistó a 33 mexicanas en la antesala de la elección, quienes declararon estar conscientes de que este hecho por sí solo no borraría las diversas indignidades que enfrentan. Este sigue siendo un país donde las mujeres son asesinadas a una de las tasas más altas fuera de una zona de guerra, donde las mujeres ganan mucho menos que los hombres y donde el machismo sigue culturalmente arraigado.
Pero, para muchos votantes y para las candidatas mismas, la llegada de una mujer a la oficina más alta de la nación carga un peso simbólico.
“Que México tenga una mujer presidenta me parece extraordinario”, dijo Gálvez en una entrevista radiofónica. “Hemos dado un paso muy importante en la lucha de las mujeres”.
Sheinbaum ha reconocido lo que esto podría significar para las próximas generaciones.
“Cuando una niña te dice: ‘Yo también quiero ser jefa de gobierno’, pues la verdad es que es una emoción enorme”, le dijo Sheinbaum a una entrevistadora, “no solo por lo que significa el reconocimiento de uno, sino también por ver que una niña esté pensando más allá de los estereotipos que nos han impuesto como mujeres”.
Mientras que muchos países latinoamericanos buscaron cuotas para mujeres políticas, México fue especialmente agresivo para instituirlas, primero para los gobiernos locales y luego para el federal.
Para 2019, el país pasó una reforma constitucional que requería una división igualitaria de género en los tres poderes de gobierno.
La elección de una mujer a la presidencia “no pudo haber pasado”, dijo Mónica Tapia, quien lidera un grupo que forma mujeres para el liderazgo político en México, “si no hubiera existido la paridad”.
Estados Unidos nunca ha considerado la idea de cuotas de género en la política, las cuales son comunes en buena parte del mundo, dijo Piscopo. Y a diferencia de México, en donde se eligen líderes por voto popular, no tiene un colegio electoral. (Hillary Clinton habría ganado la elección de Estados Unidos de 2016 si la votación estuviera basada solamente en el voto popular).
La entrada en masa de las mujeres en la política mexicana en los últimos años ha venido junto con un cambio demográfico y cultural radical que ha cambiado al país.
Hace medio siglo, las familias mexicanas tenían un promedio de siete hijos cada una y alrededor de una de cada 10 mexicanas tenía un trabajo. Hoy, los mexicanos tienen menos hijos que los estadounidenses y cerca de la mitad de las mujeres en el país están en la fuerza laboral.
Hasta 2021, el aborto estaba prohibido en todos excepto dos estados. Hoy es legal en la mayor parte del país.
Ambas candidatas han promovido políticas sociales progresistas, como oponerse a las terapias de conversión o la creación de unidades de salud para personas trans y no binarias, que ha provocado que algunas mujeres conservadoras se sientan ignoradas.
“Somos de un corte claramente más conservador, claramente más a favor de los derechos de la mujer. Pero estos derechos de la mujer no incluyen el aborto” ni el “activismo trans”, dijo Ángeles Bravo, representante del Frente Nacional por la Familia, una coalición conservadora que se ha opuesto al aborto y a los derechos de la comunidad LGBT, en el Estado de México. “Y somos muchas”.
Algunas feministas jóvenes dudan de que cualquiera de las dos candidatas priorizará los problemas clave que le importan a las mujeres, como la violencia doméstica y la brecha salarial de género en México.
Dicen que ambas mujeres realmente solo representan los intereses de los hombres: en el caso de Sheinbaum, los de su mentor, el presidente en funciones, Andrés Manuel López Obrador, y en el caso de Gálvez, a los líderes hombres de los tres partidos principales que representa.
“No nos sirve que una mujer vaya a ser la presidenta si sigue estando bajo la sombra del patriarcado”, dijo Wendy Galarza, de 33 años, una activista feminista del estado de Quintana Roo, quien en 2020 fue golpeada y recibió disparos por policías durante una manifestación en Cancún.
Con todo, si bien no está claro exactamente qué tanto cambio llegará, podría haber algo radicalmente distinto sobre el hecho de que una mujer ocupe la posición de máxima autoridad en un país donde los presidentes gozan de un poder grande y, con frecuencia, de respeto generalizado.
“Los hombres detrás siempre van a estar ahí, pero pues el liderazgo de la mujer presidenta, que tenga el poder, es fundamental”, dijo Tapia. Eso le manda el mensaje a las mujeres mexicanas, añadió, de “que la familia no te dice cuál es el lugar de las mujeres, si es la cocina o la familia, si no es el lugar donde tú escoges”.
LAS MUJERES DE MÉXICO ESTÁN ALZANDO LA VOZ. ¿LAS ESCUCHARÁ UNA MUJER PRESIDENTA?
Mi madre nació en 1943, en un país donde no se le permitía votar. El gobierno mexicano no le otorgó a las mujeres el derecho a votar en las elecciones nacionales, o el derecho a ocupar cargos públicos a nivel nacional, hasta el 17 de octubre de 1953. Hoy, casi 71 años después, por primera vez dos mujeres encabezan la contienda electoral para ser la próxima presidenta de México: Claudia Sheinbaum, la puntera en las encuestas, y Xóchitl Gálvez. No es una hazaña menor para un país con una larga y compleja relación con el machismo, y donde cada día mueren asesinadas un promedio de 10 mujeres o niñas.
Y, sin embargo, este logro a menudo se ha sentido como algo secundario en estas históricas elecciones. Sheinbaum, una científica que se presenta en la candidatura del partido gobernante, Morena, y Gálvez, una empresaria que representa a una coalición de partidos convertidos en oposición, han aludido a los logros del feminismo y su influencia en la vida pública mexicana. Pero han sido cautas respecto a detenerse demasiado en los temas de los derechos de las mujeres en sus campañas, abordando muy superficialmente el aborto y los derechos reproductivos, por lo que podría parecer cierta deferencia a los votantes conservadores. Ninguna ha presentado un plan de gobierno sólido para atender a las mujeres que las han llevado adonde están hoy.
Porque, mientras México se sumía en su pesadilla de violencia generalizada, desde la guerra contra el narcotráfico respaldada por Estados Unidos, pasando por el gobierno de Felipe Calderón y hasta el sexenio del presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, han sido las mujeres, su incansable trabajo, su rabia infinita y su dolor cada vez más profundo, quienes le han dado a este país una brújula moral. Las movilizaciones de las mujeres han cobrado más fuerza y estruendo ante la indiferencia y la represión del gobierno; han constituido la única oposición seria contra el statu quo y han convertido las cuestiones de los derechos de las mujeres y la justicia de género en temas centrales de cualquier debate sobre nuestro futuro en común.
Para ser justos, a los hombres que han aspirado a la presidencia tampoco se les ha exigido históricamente que presenten sus planes para las mujeres. Rara vez se les pregunta al respecto. Sin embargo, las mujeres constituyen algo más de la mitad del electorado mexicano, por lo que es imperativo que Sheinbaum y Gálvez hablen de sus puntos de vista y sus posturas sobre asuntos que afectarán los cuerpos, la seguridad y la vida cotidiana de las mujeres; no porque sean mujeres, sino porque son candidatas a la presidencia que luchan por representarnos a todos y todas en el más alto cargo político del país.
Casi con toda seguridad, el 2 de junio una mujer recibirá el mandato de gobernarnos a todos. Será la presidenta de unos votantes profundamente preocupados por la inseguridad y la corrupción. La política de seguridad del gobierno actual, conocida como “Abrazos, no balazos”, no ha conseguido reducir la violencia desatada por la fallida y mal llamada guerra contra las drogas, hecho que se pone dolorosamente de manifiesto con el creciente número de desapariciones y los altos índices de violencia de género. Una impactante cifra de colectivos de víctimas, compuestos en su mayoría por madres, esposas, hermanas e hijas de personas desaparecidas, recorren el país con escaso o nulo presupuesto o apoyo institucionales, en ocasiones desenterrando ellas mismas los restos de sus seres queridos.
Las mujeres de mi familia no cuentan solo la historia del voto en México. También estamos entre las innumerables familias que buscan justicia para sus hijas asesinadas en un país donde la impunidad y la corrupción suelen ponerles obstáculos, sobre todo en los casos de feminicidio. Uno de los muchos casos pendientes hoy en México es el de Liliana Rivera Garza, mi hermana menor, asesinada el 16 de julio de 1990. El presunto feminicida nunca ha sido detenido, a pesar de tener una orden de arresto.
Pero esto es solo una parte del panorama. Quien llegue a la presidencia de México también gobernará un país que alberga un influyente y activo movimiento de mujeres. En México, el feminicidio es un delito específico; en 2019, en Ciudad de México, cuando Sheinbaum era su jefa de gobierno, se creó una fiscalía especial para el delito de feminicidio. Mientras que la Corte Suprema de Estados Unidos revocaba su fallo en el caso Roe contra Wade en 2022, la Suprema Corte de Justicia de México despenalizaba el aborto en 2023. Queda mucho trabajo por hacer: por la justicia económica, la igualdad de acceso a la educación y los derechos laborales, y contra el racismo, la homofobia y la transfobia. Pero esta generación de mujeres mexicanas jóvenes ha logrado auténticos progresos, al ayudar a encontrar un lenguaje que sea lo bastante preciso, compasivo y contundente para desmantelar los relatos que las han silenciado por la fuerza y normalizado la violencia de género durante demasiado tiempo.
Su éxito es parte de algo más grande. En toda América Latina, las mujeres han estado a la vanguardia de la lucha contra las dictaduras militares en Chile (el movimiento de las arpilleras, por ejemplo) y Argentina (las Madres de Plaza de Mayo). Hoy responsabilizan de la violencia a sus países y reclaman el espacio público para recordarnos que ellas —que todas nosotras— tenemos derecho a vivir y prosperar con seguridad. El 25 de noviembre de 2019, durante la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el colectivo feminista chileno LASTESIS interpretó la canción protesta “Un violador en tu camino”, convocándonos a miles de nosotras a corear contra nuestros gobiernos. La próxima presidenta de México debe ser consciente de que la energía liberada por estas acciones, que reverbera en América Latina y más allá, ha llegado para quedarse.
Son estas luchas y reivindicaciones las que han configurado el escenario político en el que Sheinbaum y Gálvez se encuentran ahora. ¿Tendrá la próxima presidenta de México la voluntad y la capacidad de honrar esa historia y de reconocer que la igualdad de las mujeres y la justicia de género no son cuestiones marginales, sino cruciales para el futuro de nuestro país? ¿Estará preparada para enfrentarse al inmenso desafío del crimen organizado, dentro y fuera del gobierno, para garantizar una vida libre de violencia para todas? ¿Preservará y defenderá la seguridad de los periodistas y activistas que arriesgan su vida cuando le hacen preguntas difíciles al poder? A diferencia de los anteriores mandatarios, ¿ella escuchará?
Creo que las mujeres son seres humanos complejos con “toda una gama de conductas que van desde lo santo a lo demoníaco, incluido lo criminal”, como escribió una vez Margaret Atwood. Y muchas dirigentes mujeres, Margaret Thatcher y Corazón Aquino, por citar solo dos, han demostrado que el hecho de que una mujer gobierne el país no se traduce necesariamente en apoyo a las mujeres. Como todos los presidentes del pasado, y del futuro, la próxima líder de México será juzgada, no por su género, sino por las decisiones y los actos de su gobierno.
La historia de mi madre forma parte de un México, uno en el que las mujeres han cooperado para llevar a dos candidatas hasta este momento. La historia de mi hermana Liliana nos advierte de otro México, uno donde la violencia acaba con las cosas antes de que empiecen. Dos años antes de su muerte, Liliana ejerció su derecho al voto, el 6 de julio de 1988, y se unió entusiasmada a la multitud que se congregó después en el zócalo de Ciudad de México. Estaba dispuesta a defender nuestra incipiente democracia y a oponerse al omnipresente fraude electoral que mantuvo entonces al Partido Revolucionario Institucional en el poder.
Ella, como las otras innumerables víctimas de la violencia contra las mujeres en México, no podrá votar esta semana. Solo podemos votar si estamos vivas.
Natalie Kitroeffes la jefa del buró de redacción del Times en Ciudad de México, que lidera la cobertura de México, Centroamérica y el Caribe.
Emiliano Rodríguez Mega es reportero e investigador para el Times, con sede en Ciudad de México, cubriendo México, Centroamérica y el Caribe. Más de Emiliano Rodríguez Mega
Cristina Rivera Garza es autora de El invencible verano de Liliana, que ganó el Premio Pulitzer este año. c. 2024 The New York Times Company.
Por Marian Carrasquero, Natalie Kitroeff, Emiliano Rodríguez Mega y Cristina Rivera Garza; The New York Times.