2 de octubre y otras cosas que AMLO fue olvidando
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“Vamos a que se integre una comisión de la verdad y que intervenga la ONU para que se aclare todo lo relacionado con la desaparición de los 43 jóvenes”.
Promesa de campaña, AMLO mayo 2018.
El 2 de octubre solía ser una buena ocasión para hacer conciencia sobre los excesos en el ejercicio del poder.
Desde muy joven aprendí la versión hipersimplificada de aquel trágico evento histórico: la comunidad estudiantil inició un movimiento para hacer frente a un Gobierno que se mostraba cada vez más intolerante y represivo y que, en respuesta, los reprimió con brutal intolerancia.
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Pese a su evidente responsabilidad en este crimen, el Estado mexicano jamás ha comparecido ante nadie por la matanza. Antes prefirió blindarse reservándose la información concerniente por setenta años. Setenta nomás, no fuera siendo que alguno de los protagonistas llegase a matusalénica edad y lo fuéramos a importunar con un juicio por crímenes de lesa humanidad o alguna tontería parecida.
Poco antes de fallecer, en 2022, el expresidente Echeverría cumplió 100 robustos años de dormir con su conciencia tan tranquila (ya rondaba el medio siglo cuando se desempeñó como secretario de Gobernación para Díaz Ordaz), así que el que decidió reservarse los expedientes del 68 por siete décadas no estaba pecando ni con mucho de exagerado.
Desde luego, el sacrificio de los mártires de Tlatelolco no fue en vano, su causa es una de las principales efemérides políticas de México, ya que siempre sirvió como reclamo histórico de la oposición contra el viejo régimen priista, y para la chaviza belicosa es todavía una buena excusa para echar relajo, gritar consignas de fórmula y hacer desmanes.
Sin embargo, la mayor utilidad del movimiento del 68 fue su romantización por medio de una serie de obras artísticas y documentales (desde la película “Rojo Amanecer” hasta el libro “La Noche de Tlatelolco”) que fueron conformando el ideario, imaginario y dogmas de la doctrina de la “izquierda” mexicana (comillas muy necesarias).
Los pensadores, intelectuales e ideólogos zurdos se bañaban con la gloria de los caídos, sin importar que hubiesen nacido después de los acontecimientos de marras, o que vivieran de cobrar alguna chambita para el régimen sanguinario y opresor que tanto despreciaban.
Y entonces sucedió Iguala...
Mejor conocido por la opinión pública como el Caso Ayotzinapa o el Caso de los 43 Normalistas, este otro acontecimiento trágico de nuestra historia reciente marcó un nuevo parteaguas en la relación sociedad-Estado, tal como hizo en su momento el 2 de octubre.
De hecho, ambos episodios están profundamente relacionados y hasta genéticamente emparentados, dado que los normalistas se estaban concentrando y movilizando como parte de los preparativos para su marcha anual en conmemoración del 68.
Desde un inicio se trató de hacer lo más confusa posible la narrativa sobre Ayotzinapa: se fabricaron culpables, como el matrimonio Abarca-Pineda; se presentaron presuntos e improbables perpetradores y se ofreció un relato que era logística y materialmente imposible (en lo referente al traslado e incineración de los cuerpos), mismo que ningún estudio independiente ha avalado.
Jamás se ha tratado de hacer o impartir justicia, sino de evitar que el ejecutor de este crimen cobre la notoriedad que merece en toda esta historia.
De hecho, se dice que la identidad del último responsable se conoce respondiendo no a la pregunta “¿quién?”, sino “¿por y para qué?”. Y en efecto, un móvil es algo que jamás ha tratado de esclarecer ningún cuerpo investigador o comisión oficial.
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Otro día trataremos de acercarnos a una versión plausible de los sucesos de la Noche de Iguala, de momento bástenos dar por sentado que “fue el Estado”, en efecto, tal y como proclamaba la entonces oposición a grito batiente; y tal y como hoy reconoce tímidamente aquella misma oposición ya en su calidad de Gobierno:
“Sí... bueeeno... fue el Estado... pero algunos contados elementos que actuaron por cuenta propia”, dice el Presidente negando y renegando la posibilidad de que el Ejército Mexicano padezca de una corrupción estructural que no aclara nada si la queremos ver focalizada en un puñado de elementos de bajo rango; pero en cambio lo explica absolutamente todo cuando la atribuimos a los más altos mandos.
Pero no conforme con buscar exonerar al Ejército como institución de su papel protagónico en el Caso Ayotzinapa, el hoy Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de México quiere también que reconsideremos nuestro duro juicio hacia los militares por su actuación aquel 2 de octubre del 68.
“Sólo obedecían órdenes”, dice como si ello humanizara a las fuerzas castrenses. Todo lo contrario: constituyen una imparable fuerza violenta sin capacidad de criterio o discernimiento al servicio de sus superiores, que por la misma razón no deberían estar invadiendo cada ámbito de la vida civil tal y como ha conseguido la 4T.
AMLO es incapaz de sugerir siquiera que alguna actuación deshonesta pudiera manchar el historial de ese Ejército glorioso que le permite seguir fingiendo que gobierna a cambio de entregarles todo lo entregable: empresas, infraestructuras de la Nación, presupuesto ilimitado e impunidad total, todo en aras de mantener una paz que no existe.
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Y si López, el contestatario, el beligerante, el luchador social, no tiene empacho en tragar platos y platos de camote sazonado con sus propias palabras para exonerar a los uniformados, lo de menos es absolver de pasada también a Enrique Peña Nieto.
No es como que EPN nos hubiera presentado una “verdad histórica” inconsistente, inocua, anodina, insustancial y fabricada para encubrir a la verdadera clase gobernante de México; es que de hecho es el autor de la única verdad que AMLO hoy se atreve a presentarnos, cinco años después de haber asumido el Poder; misma verdad que mucho le irrita que sea rechazada por los padres de los normalistas. Me pregunto por qué.
A AMLO en la Presidencia se le olvidaron sus ideales, su lucha, su compromiso; su afán de llevar ante la justicia a quienes asesinan, desaparecen y torturan al pueblo; se le olvidó cuál era su postura frente a la violencia del Ejército, se le olvidó su cruzada contra la militarización; se le olvidó el rol de los soldados en sendas matanzas; se le olvidó la promesa de resolver el Caso Ayotzinapa en cosa de días y se le olvidó, desde luego, el 2 de octubre también.