Tres travestis. Y otros más

Opinión
/ 2 octubre 2015

En Saltillo hay una colonia de travestis. Muchos se ganan la vida ejerciendo la prostitución, pues los homosexuales vestidos de mujer atraen a cierto tipo de hombres. No hace mucho tiempo una troupe de travestistas llegó a una población del norte del Estado, ciudad de recios ganaderos y mineros. Y no sólo tuvieron gran éxito en sus presentaciones artísticas (el empresario tuvo que prolongarles el contrato), sino además encontraron cálida acogida -dicho sea sin segunda intención- en los viriles másculos de la comarca. Hasta divorcios hubo, con eso les digo todo.

El día que se haga la historia del travestismo en Saltillo, que algún historiador de tiempos venideros seguramente escribirá, saldrá a la luz el caso de un alto dignatario eclesiástico que en cierta ocasión dejó estupefactos a los asistentes a una fiesta de jóvenes gays. Pensaban ellos que el jerarca era simpatizador, si bien no militante, de la causa homosexual, y cuál no sería su sorpresa cuando el dicho señor se disculpó un momento, salió de la habitación y regresó poco después vestido de señora, con peluca, zapatos de tacón alto, medias y todo lo demás. Testigos hay del hecho todavía, que podrán dar testimonio de su certitud.

Hasta donde sé, el primer travesti que en México salió del clóset fue Ruva Duval. Tal era el nom de guerre de Francisco Valdez Vázquez, veracruzano. Figura muy aplaudida en el carnaval jarocho, emigró a la Ciudad de México en los años 30, e inútilmente buscó trabajo en las carpas de la capital. Los tiempos no estaban todavía maduros para él. Era Presidente don Lázaro Cárdenas, quien profesaba la rígida moral del socialismo, tan parecida a la de los calvinistas, y ningún empresario se atrevió a presentarlo en su espectáculo. Se fue Ruva a Tijuana, esa urbe del pecado, y ahí sí halló campo propicio. Se le presentaba como mujer, y salía vestido de tal. Le llovían aplausos de los marines americanos que venían de la base naval de San Diego, y Ruva agradecía las palmas besando en la boca a quienes tenía cerca. De pronto se quitaba la peluca y el brassiére, y aparecía como lo que era: un hombre. El reflector iluminaba a aquellos a quienes había besado, y los aturrullados marineros gringos salían a toda prisa del lugar lanzando el copioso repertorio de maldiciones de la marinería yanqui.

En época más reciente fue famoso Shalimar, el primer gran travesti de Monterrey. No usaba peluca; su larga cabellera negra era natural. El cenit de su carrera lo alcanzó al participar en la función inaugural del célebre cabaret "La Noche de la Iguana", en Vallarta.
Aquí en Saltillo quedó el recuerdo de Susy Moreno, travesti que llegó con una carpa de teatro allá por los 60 del pasado siglo. A pesar de ser la nuestra una ciudad conservadora, ese artista fue recibido con gran cariño por el público, que lo volvió su ídolo y lo llenaba de regalos las noches de su beneficio. Susy bailaba y cantaba como los propios ángeles, y todos esperaban con ansiedad su aparición. Cuando el número anterior se prolongaba demasiado la gente empezaba a gritar: "¡Que salga el joto, que salga el joto!".
Salía él todo sonrisas, y daba las gracias "al culto y exigente público de Saltillo". "Más exigente que culto", añadía con un mohín travieso. Celebraban todos la broma, y le aplaudían más. Sin saberlo uno ni otro, Susy Moreno y el culto y exigente público de Saltillo estaban ayudando a fundar eso que se llama "tolerancia", y que no admiten todavía algunos intolerantes de hoy.

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